La comisión de Constitución del Congreso de la R...
Un mejor clima político le conviene al oficialismo pero también a la oposición democrática.
Para que exista una crisis de gobernabilidad en un sistema democrático siempre se necesitará que se acumulen yerros, no solo del gobierno sino también de la oposición. Como en el matrimonio y en el divorcio se necesitan que se sumen los equívocos de dos protagonistas. La censura de Ana Jara y la caída del Gabinete se pueden considerar la máxima sanción política que la oposición puede aplicar a un gobierno. Si el fujimorismo y el aprismo, los dos rostros principales de la acción opositora, no se morigeran, incluso, si no se repliegan, cualquier conato de crisis de gobernabilidad será también de su entera responsabilidad.
Quizá valdría definir que, generalmente, se entiende como crisis de gobernabilidad al momento en el cual las instituciones establecidas en una determinada Carta Política ya no pueden tramitar el conflicto político. A algo de eso nos acercaríamos con una nueva censura del Gabinete y la sombra de una eventual disolución del Congreso. Felizmente, luego del relevo de Jara, las declaraciones conciliadoras de Pedro Cateriano, nuevo jefe del Consejo de Ministros, y de los primeros pronunciamientos de la oposición, el país parece enrumbarse a la prudencia, a la morigeración.
Un nuevo clima político no solo le conviene al oficialismo sino también a la oposición democrática, sobre todo, al fujimorismo y el aprismo. Considerar el repliegue hasta después del 28 de julio solo porque después de esa fecha ya no se puede disolver el Legislativo no es un razonamiento democrático. En las democracias saludables, cuando el oficialismo es el origen de los errores y la crisis de la gobernabilidad, la oposición se pone sobre los hombros la estabilidad de la democracia.
La política nació para evitar la guerra, atenuar el conflicto y cooperar con el rival y, a veces, cuando el potencial adversario no quiere la colaboración, las fuerzas democráticas son capaces de imponer los acercamientos en base a movilizaciones políticas. La historia está plagada de estos ejemplos. En el Perú, los pactos con los peores enemigos que impulsó Haya de la Torre para evitar la guerra civil son paradigmáticos.
El fujimorismo, por ejemplo, tiene una inmejorable oportunidad para disolver la densidad del antifujimorismo, el principal anti del siglo XXI. Si el movimiento naranja como primera fuerza política del país se convierte en seguro garante de la estabilidad del sistema habrá sumado un comportamiento democrático, incuestionable, durante los tres gobiernos constitucionales post Fujimori. Si los compromisos van por allí, cada día se hará evidente entonces que no hay asidero para vincular al nuevo fujimorismo con los capítulos más cuestionados de su pasado.
Si el aprismo rema en ese sentido tendrá la oportunidad de ratificar su compromiso con la democracia y borrar las leyendas neblinosas de la oposición aprista a los regímenes democráticos del siglo pasado y, sobre todo, desarrollar una estrategia de moderación hacia el 2016, tan fundamental para cancelar las posibilidades de los aventureros.
En síntesis, sin temor a equivocarse, se puede hablar que luego de la censura del anterior Gabinete ha llegado la hora de la oposición. La democracia peruana avanza hacia el cuarto proceso electoral sin interrupciones mientras se reduce la pobreza y la desigualdad como nunca antes en nuestra historia. Cualquiera sea el lente con que se mire las cosas nunca el Perú estuvo tan cerca de emprender el camino de la grandeza.
06 - Abr - 2015
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