La comisión de Constitución del Congreso de la R...
¿Cómo así ha surgido el relato acerca de que son los trabajadores “los creadores de la riqueza de una sociedad”? Un cuento que explica que la legislación laboral del Perú se ubique entre las diez más sobrerreguladas del planeta, que también explica que las dirigencias sindicales consideren que la lucha de clases es el camino para alcanzar el bienestar de los trabajadores y que los conflictos sociales amenace con acabar con la inversión privada, la generación del empleo y la reducción de pobreza.
¿Cómo así, pues, se ha impuesto esa narrativa que convirtió a los países de la ex Unión Soviética en auténticas fábricas de pobreza? Si los trabajadores produjeran la riqueza de una sociedad solo bastaría crear infinitas empresas estatales o colectivas y poner a los ciudadanos a trabajar sin detenerse y asunto solucionado. Sin embargo, todos sabemos que las empresas estatales del velascato, de la Venezuela chavista y de los experimentos comunistas del siglo XX solo crearon sociedades flageladas con más del 80% de la población en pobreza.
En este contexto, ¿por qué el innovador, el empresario –es decir, el único agente que crea riqueza en una sociedad– es demonizado, como suele suceder en el Perú? No, no es una exageración. La mayoría de los congresistas se niega a derogar tres decretos laborales promulgados por el Gobierno de Castillo –sobre tercerización, sindicalización y huelga– que pretenden asfixiar la inversión privada porque “no quieren aparecer al lado de los empresarios”.
Es evidente, pues, que las corrientes marxistas han ganado la guerra cultural, y de allí los sentidos comunes casi soviéticos de la sociedad, de los políticos del centro y de la derecha. En Estados Unidos sucede todo lo contrario. A pesar de la ofensiva progresista, en el gigante del norte la cultura capitalista, a favor de la inversión privada y los mercados, se mantiene vigorosa. Por ejemplo, Donald Trump bajó el impuesto corporativo (renta anual de empresas) de 35% a 21% con el objeto de promover la inversión privada, y lo hizo en contra de la furia y oposición de los demócratas. Sin embargo, con los demócratas ya en el Gobierno, Joe Biden no se atreve a subirlos.
La guerra cultural, pues, es decisiva para la economía. Y vale recordar que las únicas sociedades que han creado riqueza, que han superado la maldición de la pobreza y han alcanzado el desarrollo son aquellas en las que los innovadores –es decir, los empresarios– logran vender la producción en los mercados, a través de precios que crean prosperidad. En los países de la ex Unión Soviética la producción se oxidaba en los almacenes.
La guerra cultural y las narrativas parecen determinarlo todo. Igualmente, no obstante que Chile, Bolivia, Ecuador y Colombia han sufrido la estrategia violentista del eje bolivariano, aquí en el Perú los sectores comunistas y progresistas pretenden señalar que la violencia insurreccional contra el Estado de derecho, luego del golpe fallido de Pedro Castillo, es producto “la legítima protesta social y de siglos de exclusión del mundo andino”. Si bien puede haber parte de verdad en esas tesis, semejante fábulas esconden que los ataques a comisarías y aeropuertos buscan derogar la Constitución e instalar una constituyente. Como se sabe, no hay una sola demanda social planteada por los grupos violentistas y ningún interlocutor con quién conversar.
Detrás de esa leyenda social está el triunfo cultural del marxismo que nos señala que todo en Los Andes es exclusión. Y no obstante que los andinos se han apoderado de Lima y de la costa; y no obstante también de que ha surgido una nueva burguesía proveniente de las migraciones andinas.
No se puede negar que detrás de la violencia hay problemas históricos acumulados; sin embargo, la influencia de las fábulas marxistas es determinante, decisiva, en el curso de la economía y la política. De allí se explica, por ejemplo, que algunos jóvenes chilenos quemaran Santiago exigiendo convertir a Chile en Cuba o Venezuela, pese a que el país del sur había alcanzado la hazaña de reducir la pobreza a 8% de su población.
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