La comisión de Constitución del Congreso de la R...
El Perú no tendrá viabilidad si no procesa una gran reforma cultural: el convencimiento de que la única fuente de crecimiento, de reducción de pobreza y desarrollo, es la inversión privada. La falta de ese sentido común, predominante en los dos primeros siglos de revolución industrial de los países occidentales en el Atlántico Norte –y que ahora es determinante en los países asiáticos que alcanzan el desarrollo en cuatro o tres décadas, abreviando las dos centurias de aprendizaje de Occidente–, es la causa principal del actual momento de empantanamiento del Perú.
Todas las cifras y estadísticas de la historia mundial moderna, y de la experiencia local en el Perú, nos indican que la inversión privada es el punto de partida de los mayores logros de la civilización. En el Perú, por ejemplo, se ha producido el mayor proceso de reducción de pobreza en toda la historia republicana (del 60% al 20% antes de la pandemia y del gobierno de Pedro Castillo) y, el Banco Mundial y todos los organismos multilaterales, señalan que del total de pobreza reducida el 80% es el aporte privado a través del empleo. E igualmente, los recursos que repletan las arcas fiscales –que el Estado no sabe gastar– en un 80% son aporte del sector privado y, asimismo, más del 80% del empleo es provisto por los mercados formales e informales.
Ante el fracaso de los políticos, ante la burocratización del Estado –que desalienta inversiones, mantiene la pobreza y aumenta la informalidad–, sin la expansión del sector privado en las últimas tres décadas el Perú se habría disuelto como sociedad. El Perú se mantiene y aparece viable gracias a las columnas construidas por la empresa privada. No hay otra explicación. Sin embargo, el país ha entrado en una grave crisis porque, en la última década, la política y el Estado se confabularon para detener las inversiones en minería, agroindustria, pesquería y las necesarias inversiones en infraestructuras.
El crecimiento de la inversión privada definirá el futuro del país. Diversos economistas y estudios económicos nos señalan que si el Perú en las últimas dos décadas hubiese seguido creciendo sobre el 6% del PBI ahora el ingreso per cápita del país estaría cercano al de un país desarrollado, el 50% de la sociedad se consideraría de clase media consolidada y solo el 10% estaría debajo de la línea de la pobreza.
Desde el famoso estribillo de “agua sí, oro no” para detener los proyectos Conga en Cajamarca y Tía María en Arequipa, el ciclo de inversiones mineras se detuvo, no obstante los superciclos de precios en cobre y en oro. Como el primer capítulo de una tragedia, el bloqueo de las inversiones mineras formales alentó a la minería ilegal. Asimismo, hoy las oenegés anticapitalistas inician una feroz campaña en contra de nuestras agroexportaciones y se intenta bloquear inversiones que triplicarían el milagro agroexportador peruano, la mayor fuente de empleo formal, y que nos convertirían en una potencia agraria planetaria.
¿Qué pretendemos señalar? No solo se trata de proponer reformas como la desburocratización del Estado y las reformas tributaria y laboral. Se trata de entender que una nueva ola de reformas solo será posible si la sociedad, los políticos y los actores públicos se convencen de que la inversión privada es la fuente de todos los círculos virtuosos en la economía y la sociedad.
A través de esta reforma cultural será posible acabar con el Estado burocrático, desarrollar las reformas tributaria y laboral; avanzar en las reformas de la educación y del sistema de salud, e invertir en obras de infraestructura para conectar a la sociedad y los mercados a nivel local y mundial. Si la sociedad peruana no avanza en ese convencimiento, el discurso marxista o neomarxista que explica la pobreza como la explotación de un sector de la sociedad o la explotación de las transnacionales siempre será un fantasma que se alejará y volverá.
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