La comisión de Constitución del Congreso de la R...
Corrupción de Toledo pone a prueba a las instituciones
En las discusiones de filosofía política se suele señalar que así como la democracia es un sistema para organizar una mayoría, respetar a las minorías, equilibrar los poderes y, sobre todo, limitar el poder, también es un sistema creado para tolerar el fracaso y superar los yerros de los hombres. De allí que es común subrayar que las instituciones siempre estarán por encima de los individuos.
La casi confirmación de que Alejandro Toledo habría recibido una coima de U$$ 20 millones por algunos tramos de la Interocéanica y que otros ex jefes de Estado y más de 300 funcionarios de las administraciones de Toledo, García y Humala, estarían comprometidos en la corrupción nos señala incuestionablemente el fracaso de la democracia que se organizó en el Perú luego de la caída del fujimorato.
Sin embargo el fracaso en democracia no es el final de la democracia; por el contrario —dependiendo de la conducta de las instituciones— se puede convertir en un momento fundacional, en un parte aguas, que termine fortaleciendo y enraizando las instituciones en la sociedad.
¿A qué viene todo esto? Si en el Perú de hoy la Policía Nacional, el Ministerio Público, el Poder Judicial, el Congreso, la prensa, la opinión pública y las instituciones en general asumen sus responsabilidades y promueven las investigaciones, procesos y sentencias, caiga quién caiga, entonces la megacorrupción del Lava Jato se convertirá en un momento de consolidación irreversible de la actual democracia que, no obstante todos los terremotos que la afectan, avanza hacia su quinta elección nacional sin interrupciones.
En otras palabras, usando una figura, se podría sostener que la democracia actual se prepara para rendir un examen final e ingresar a una etapa superior. ¿Demasiado optimismo? Si la democracia supera todos estos cataclismos que derrumban a la clase política posfujimorato es evidente, pues, que estaría superando quizá la peor de las adversidades. Siempre vale anotar que democracias longevas, como la de Estados Unidos o el Reino Unido, enfrentaron situaciones parecidas a mediados del siglo XX —salvando las distancias que existen entre los sistemas de partidos— y superaron una suma de errores para consolidar sus sociedades abiertas, al menos hasta ahora.
Precisamente porque la democracia es un sistema de instituciones organizado para tolerar el fracaso y superar el yerro de los hombres, es el único sistema que se reinventa y regenera sus instituciones y su clase política. En otros regímenes en los que la arquitectura del poder depende de un hombre, una dinastía, un partido, generalmente, el fracaso de los hombres acarrea el fracaso del sistema. El encarcelamiento de Toledo, entonces, debería permitir el nacimiento de un nuevo tipo de político.
De allí la enorme importancia de aprender las lecciones y de no repetir los libretos que nos encumbraron al despropósito. Por ejemplo, Julio Guzmán cree que ha llegado la hora de cosechar en medio de la lluvia ácida de Lava Jato y repite los mismos argumentos que utilizaron Alejandro Toledo y Ollanta Humala para arribar el poder. ¿El electorado tornará a escuchar a semejantes reencarnaciones del pasado, por más que hablen del fin de los dinosaurios? En todo caso, cinco elecciones sucesivas, tarde o temprano acrecentarán la capacidad crítica del elector.
Es necesario señalar que, no obstante la sombra densa de la corrupción, este es el mejor momento de la historia republicana del Perú. Nunca había existido una República que reconoce el voto y la propiedad de todos los peruanos sin exclusión, y que avanza hacia la quinta elección nacional sin sobresaltos. Nunca tampoco se había arrinconado tanto a la pobreza ni se habían expandido a tal nivel las clases medias. En otras palabras, es nuestra primera experiencia republicana de verdad y tenemos que defenderla con uñas y dientes, con la vida, con el alma.
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