La comisión de Constitución del Congreso de la R...
La polarización política que vivimos es totalmente ajena a una democracia.
Sin darnos cuenta, poco a poco, comenzamos a aceptar la no convivencia, el ataque y la excomunión como prácticas naturales de la política y la sociedad. El lenguaje y los métodos de la guerra comienzan a imponerse en el escenario nacional. Y lo peor de todo es que la mayoría comienza a acostumbrase a este corrosivo clima de tensión perpetua.
Bueno es hora de decirlo con todas sus letras: la polarización que atraviesa el Perú no tiene nada que ver con la democracia porque es el medio ambiente de los autoritarismos latinoamericanos que buscan ahogar los últimos restos de la oposición. O también podría sostenerse que es el hábitat que ha precedido a las interrupciones de la democracia en América Latina.
Esta semana, por ejemplo, conocimos la denuncia de un supuesto reglaje al secretario general del Apra, Jorge del Castillo, publicada por la revista Correo Semanal. Una imputación de este tipo en cualquier democracia de relativa salud habría movilizado a las instituciones y al sistema de justicia para investigar la gravedad del hecho y, por supuesto, todos los partidos democráticos habrían apoyado el proceso. En el Perú, por el contrario, se intensifica la guerra y las bajas en los bandos en disputa se multiplican.
Casi al mismo tiempo, una buena ley que promueve la flexibilización laboral para formalizar el empleo entre los jóvenes de 18 a 24 años sin capacitación, seguía despertando la ira de un sector de la juventud. La marcha de los muchachos terminó con 16 detenidos y 20 policías heridos, pero, sobre todo, con una enorme interrogante: ¿Una buena ley se puede sostener en democracia con la desaprobación de más del 80% de la gente? Parece bastante difícil. ¿Se puede mantener no obstante que los partidos que la apoyaron pretenden retirar ese respaldo?
La democracia surgió para que, en las dos situaciones descritas, el diálogo, la conversación, es decir la política, se convierta en la energía reparadora de semejantes desencuentros. Por ejemplo, si alguien está haciendo reglajes en el país, ¿un gobierno democrático no debería liderar la investigación en vez de envenenar el espacio público con la agresividad del Twitter? Una conducta en contra significaría que algo se intenta esconder.
De la misma manera, todos los peruanos de buena voluntad sabemos que el Perú no será una economía de mercado competitiva si es que no avanza hacia una audaz reforma laboral. El país tiene los sobrecostos laborales más altos de la Alianza del Pacífico y entre los más altos del planeta. ¿Se va a persistir en ese sentido creando una movilización popular en contra de la reforma laboral? La llamada ley Pulpín es una norma parche, muy sectorial, demasiado tímida, para considerar que representa la batalla irrenunciable en la reforma laboral. La política también significa retroceder. Cuando esto no sucede, alguien tiene un objetivo diferente. Preocupa que la izquierda pretenda rearmarse con una extrañada tozudez gubernamental.
Muy difícil cambiar las cosas hacia el 2016 con un gobierno en bronca callejera y una oposición que empieza la campaña electoral, pero siempre vale recordar que el escenario del país no corresponde a la normalidad democrática. Pertenece a uno que algunos pretenden llevar al límite. Gracias a Dios que el Perú siempre ha sorteado a los aprendices de conspiradores.
16 - Ene - 2016
COMENTARIOS