La comisión de Constitución del Congreso de la R...
Por momentos la mayoría de peruanos parece sumergirse en el pesimismo frente a la continuidad de la destrucción institucional, política, económica y social que desata el Gobierno de Pedro Castillo, ante la indolencia de la oposición. El Congreso no se atreve a iniciar la transición para superar la devastación nacional que causa la administración bolivariana.
Sin embargo, es necesario poner los puntos sobre las íes para diferenciar el pesimismo que paraliza del realismo que organiza una salida. Todos los países que se equivocan cuando eligen o aceptan malos gobernantes son generalmente destruidos. Alemania y Japón, dos sociedades emergentes y pujantes en la mitad del siglo XX, fueron pulverizadas por sus errores en la Segunda Guerra Mundial. Igualmente, Venezuela, una de las joyas de América Latina, se convirtió en escombros cuando le dio la espalda a su clase política histórica y se dejó encantar por el demagogo autoritario del siglo XXI.
¿Por qué entonces el Perú tiene que salir indemne del imperdonable error de haber elegido al candidato menos capacitado y con vínculos claros con el comunismo maoísta y las corrientes del Foro de Sao Paulo? Y no es que nadie lo supiera. Al contrario, todos lo sabían. Lo que sucede es que los relatos progresistas de las últimas tres décadas habían producido una reforma cultural que adormeció a la gente y preparó la llegada del Gobierno de Castillo. ¿Alguien pensaba que la cultura progresista iba a terminar de otra manera? Reflexionemos.
El Perú entonces va a ser destruido por el monumental error progresista y colectivista de haber apostado por Castillo. Lo importante es que la destrucción no sea total, sino solo una cuarta o tercera parte de todos los logros institucionales y económicos de las últimas décadas. Allí reside el objetivo central de una estrategia democrática y la herramienta que nos permita poner en una balanza el pesimismo y el optimismo. Finalmente, vale mirar la historia del siglo XX –más allá de sesudos debates filosóficos– para entender que la historia no avanza en línea recta y hacia arriba.
Por estas consideraciones, la estrategia para reducir al mínimo la destrucción nacional pasa por organizar una amplia, vasta y extendida resistencia nacional en contra de la asamblea constituyente. De estas jornadas debe surgir una mayoría nacional incuestionable, que integre a limeños y provincianos, a empresarios –grandes, medianos y pequeños; formales e informales– y a todos los mercados populares del Perú.
De alguna manera la resistencia en contra de la asamblea constituyente nos está enseñando que las elecciones y los candidatos solo representan un momento de la política. Hoy, así no lo quieran reconocer, todos empiezan a hacer política: desde los empresarios mineros hasta los vendedores de Las Malvinas, los comerciantes de Juliaca y los trabajadores del cuero de Trujillo. La defensa de la inversión, el empleo y la reducción de pobreza puede llegar a unificar a la sociedad de la misma manera que ella se unió para derrotar el comunismo terrorista de los años ochenta.
Los partidos políticos dentro y fuera del Congreso deben empezar a organizar la transición política, la salida al desastre nacional causado por Castillo. Deben ser capaces de proponer una mesa directiva unificada del Congreso, un gabinete de unidad nacional y propuestas de reformas constitucionales para desarrollar elecciones nacionales en el 2023.
Igualmente deben ser capaces de entender que la amenaza comunista obliga a volver a las viejas tradiciones en que la política no solo era campaña electoral, sino también estrategia de organización del pueblo, de abajo hacia arriba, en cada región, en cada provincia, en cada distrito.
Frente a la amenaza de la constituyente y la destrucción de la inversión privada, nunca como hoy existieron las condiciones para organizar un gran frente social de empresarios y trabajadores, de comedores populares, de comités del vaso de leche, de sindicatos y federaciones, de comunidades y empresas, en defensa de la inversión, el crecimiento y el empleo.
Los comunistas de hoy comienzan a ser aborrecidos y largados en todas las provincias. Sin embargo, la oposición no avanza en la organización de la transición, y se crea un enorme vacío de poder y las condiciones de la anarquía.
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