Las bancadas de la centro derecha –entre ellas Fuerza Po...
La hazaña de la selección peruana y de Ricardo Gareca de conseguir la clasificación al mundial luego de ganarle a Nueva Zelanda ya forma parte de la historia nacional. Y lo decimos con todas sus letras: de la historia nacional. Una actitud de soberbia intelectual puede llevar a mirar con cierta distancia la clasificación al mundial, pero si observamos con más detenimiento a la sociedad peruana quizá podremos entender que en el Perú se requiere a gritos expandir la autoestima nacional. Se ha vuelto una urgencia reconocernos como parte de una peruanidad en desarrollo.
Y la clasificación mundialista nos permite avanzar en esas necesidades sociales apremiantes. Sobre todo si nos percatamos de que los peruanos, cada vez más, parecen creer menos en sus instituciones, en sus políticos, en sus élites; que el Perú está cada vez más amenazado por las tendencias disgregadoras, no obstante que la economía sigue respirando por la inercia de las primeras reformas de los noventa y las buenas noticias del precio del cobre.
La clasificación al mundial, entonces, hay que celebrarla gritando a todo pulmón, sin ningún reparo. Sin embargo el momento de euforia nacional también debería llevarnos a reflexionar la enorme importancia que tiene el desarrollo de la peruanidad alrededor de otros temas centrales para la sociedad. El fútbol ha logrado el milagro de la unidad nacional, sin embargo ¿por qué no podemos ponernos de acuerdo sobre cómo transitar la ruta al desarrollo que han recorrido los países que han desterrado la pobreza y han expandido el bienestar?
A Nueva Zelanda le ganamos por dos a cero en Lima y pudo haber una canasta de anotaciones. Sin embargo ese mismo rival nos enseña que la unidad nacional también se puede organizar alrededor de un modelo económico y social. Y allí sí que los neozelandeses nos superan ampliamente. Nueva Zelanda es un país de Oceanía compuesto por dos islas y con algo más de cuatro millones y medio de habitantes. Sin embargo en cuanto a PBI per cápita nos ganan, como se dice, por goleada. El PBI per cápita de los neozelandeses supera los US$ 39,000 mientras que el PBI peruano apenas se acerca a los US$ 6,000.
¿Cómo explicar la diferencia entre un país de cuatro millones y medio de habitantes y otro de más de 30 millones, además, bendecido con ingentes recursos naturales? La respuesta parece sencilla, y nos lleva a preguntarnos por qué el Perú no enrumba por esa ruta. Y esta vez la respuesta solo puede ser alguna forma de locura.
Nueva Zelanda tiene una economía basada en la agricultura y la ganadería, pero que ha desarrollado tal nivel de competitividad que hoy se expande aceleradamente en los mercados y empieza a depender cada vez menos de las importaciones del Reino Unido. El país de Oceanía suele ubicarse en los primeros lugares de los informes de competitividad en el ranking del World Economic Forum (WEF) y en el reporte sobre la facilidad para hacer negocios del Doing Business del Banco Mundial. Por ejemplo, en el informe del WEF 2017-2018, Nueva Zelanda se ubica en el puesto 13, mientras que el Perú retrocede al lugar 72 de un total de 137 países. En el rubro de instituciones el país de Oceanía está en el lugar 3 y el Perú en el 116. En el tema del Poder Judicial, Nueva Zelanda se ubica en el lugar 2 y el Perú en el 100. Las diferencias en cuanto a desarrollo, entonces, tienen explicaciones lógicas.
Nueva Zelanda ha desarrollado una segunda ola de reformas que le ha permitido consolidar sus instituciones, reformar los sistemas educativos y de salud, resolver los déficits de infraestructura y desregular todos sus mercados: desde el área comercial hasta el tema laboral. En estas diferencias está la explicación de las diferencias.
El Perú, por el contrario, luego de una primera generación de reformas en los noventa se duerme en sus laureles, y algunos creen que nuestra condición de sociedad de ingresos medios será perpetua y que la posibilidad de la involución estatista es una pesadilla demasiado lejana. En todo caso, sin nuevas reformas solo nos quedará caer una vez más.
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