La censura del ministro de Energía y Minas, Rómu...
La decisión congresal multipartidaria, encabezada por César Villanueva, de presentar una nueva moción de vacancia presidencial revela la gravedad de la crisis de gobernabilidad del Perú iniciada cuando se conocieron los pagos de Odebrecht a Westfield. En medio de un país envenenado por la polarización que desató el Gabinete Zavala, luego del primer intento de vacancia fallido —que fracturó a la mayoría legislativa— y después de las declaraciones de Barata que salpican a todo el elenco estable de la política, la guerra política que afecta a las instituciones y que paraliza a la economía, al parecer, se definirá con vencedores y vencidos.
Terrible noticia en una democracia que existe, precisamente, para evitar que el rival sea vencido, excluido, tal como sucede en los campos de batalla. De allí la importancia de intentar mantener una equidistancia, de preservar los equilibrios frente a una polarización política que jalonea a las instituciones y estira la ley y las normas para afectar al rival.
En este contexto se debe señalar que lo peor que le puede suceder a la democracia peruana, que avanza hacia una quinta elección nacional sin interrupciones, es que la crisis política termine afectando el cronograma electoral. Es decir, que se desencadene el adelanto de elecciones. Un desenlace de ese tipo significaría que nuestra clase política es incapaz de preservar las instituciones creadas por la Carta Política, precisamente, para tratar de resolver este tipo de situaciones extremas.
De allí que la posición de los congresistas oficialistas y de la presidenta del Consejo de Ministros (PCM), Mercedes Aráoz, en el sentido de exigir que el primer vicepresidente, Martín Vizcarra, renuncie a la posibilidad de ejercer la sucesión republicana es una imagen mezquina de “Sansón y los filisteos” en el Perú del siglo XXI. En el caso de la señora Aráoz las cosas se salen de control porque la PCM pareciera decirnos que si ella no ejerce el poder, entonces que venga el adelanto de elecciones. ¡Así no se puede reclamar la condición de demócrata y acusar de golpista al otro!
Asimismo se debe establecer una posición de equidistancias con los sectores polarizados para buscar encapsular la crisis política, el proceso de vacancia y el caso Lava Jato. Así sería posible que los temas del crecimiento, la inversión y el proceso de reducción de pobreza continúen avanzando, no obstante la guerra política en desarrollo. El caso de la ley que reemplaza el Decreto de Urgencia N° 003, aprobada en el Congreso con una fluida colaboración Ejecutivo-Legislativo, es un ejemplo claro de que las cuerdas separadas entre la política y la economía, a veces, sirven para algo.
Las fuerzas trenzadas en la polarización política nunca deben olvidar que sus propuestas económicas —que pasan por defender el modelo y el capítulo económico de la Constitución de 1993— están abiertamente enfrentadas a las fórmulas de la izquierda, que exigen el adelanto electoral y la convocatoria a una asamblea constituyente para sancionar una economía anticapitalista. Allí reside la enorme importancia de preservar el crecimiento más allá de cualquier cataclismo político.
Finalmente, organizar las equidistancias de la guerra política significa entender que la polarización está también tensando las instituciones. Por ejemplo, la reciente modificación del Reglamento del Congreso sobre el concepto constitucional de “crisis total del Gabinete”, resulta discutible y merece más debate, y seguramente que las instituciones contrapesarán a las mayorías. Pero lo que no se puede aceptar es que los sectores que defienden a cuatro magistrados prevaricadores del Tribunal Constitucional —que cambiaron un hábeas corpus a favor de nuestros marinos y lo convirtieron en uno en contra— se presenten como los defensores de la democracia en contra de “un golpe constitucional” o de una eventual “dictadura del Congreso”.
En cualquier caso, la democracia está tan polarizada que no existen sectores intermedios que sean escuchados por los ejércitos en guerra. Uno de los mayores triunfos de los extremismos es haber etiquetado a los disidentes y los equidistantes como grupos que pertenecen a uno de los bandos. Allí están los resultados.
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