El año que culmina no cayó el gobierno de Dina Boluarte ...
La elección de Jair Bolsonaro ha desatado un interesante debate sobre cuál debería ser la conducta de un liberal frente al programa y las propuestas del nuevo presidente brasileño. La simplicidad de ciertos muchachos —que llaman al nuevo mandatario “facho”, “fascista”, “racista” y autoritario— solo esconde la voluntad de evitar debates de fondo o forma parte de la estrategia de propaganda de la izquierda latinoamericana y mundial. Hasta hoy nadie fundamenta por qué Bolsonaro debería ser calificado con esos adjetivos, no obstante que las personas de color y las minorías sexuales revientan de alegría ante su elección. Algunos incluso forman parte de su entorno más cercano.
Como todos sabemos, las propuestas de Bolsonaro combinan una radical visión a favor del capitalismo y el sector privado con una aproximación conservadora, sobre todo en los asuntos vinculados a la llamada ideología de género. El programa del Partido Social Liberal (PSL) plantea una agresiva privatización de empresas estatales, reducir el gasto público en 20%, cerrar el déficit fiscal y lograr superávit en los próximos años. Igualmente propone el sistema de capitalización individual para reformar el sistema de pensiones y bajar los impuestos corporativos de 27% a 20%.
Todas estas propuestas pueden sonar a música celestial en oídos de un hayekiano. Sin embargo, sus planteamientos en contra de la ideología de género, la preservación de las tradiciones familiares y su permanente invocación a Dios lo alejan de los grupos liberales y lo acercan a los conservadores. En otras palabras, Bolsonaro es la exacta combinación de propuestas liberales y conservadoras con el objeto de enfrentar una amenaza común: el colectivismo, los populismos y los estatismos. ¿Por qué ha surgido esta fórmula en Brasil, que no hace sino repetir la estrategia victoriosa de Trump en Estados Unidos y que, seguramente, se multiplicará en otras latitudes y en el Perú?
Luego de la caída del Muro de Berlín los movimientos marxistas y comunistas disolvieron sus partidos, abandonaron sus programas colectivistas explícitos y comenzaron a desarrollar estrategias sectoriales claramente anticapitalistas o que buscaban minar la autoridad del Estado democrático. Por ejemplo, en la economía desarrollaron un radicalismo ecológico que pretende arrimar los desastres de la humanidad al capitalismo: el ambientalismo anti minero o anti inversión en recursos naturales. También desarrollaron estrategias para “representar a los consumidores” y lanzarlos en contra de las empresas y los mercados.
En el universo institucional desarrollaron estrategias para defender los “derechos humanos”, pero siempre intentando minar la autoridad del Estado en la defensa de la seguridad nacional. Y los aspectos sociales crearon la narrativa de la ideología de género que busca —principalmente— convertir a la escuela pública en el espacio de adoctrinamiento de las nuevas generaciones sobre la sexualidad del futuro, al margen de la realidad y las particularidades de cada sociedad. Esta visión tiene algo de parecido con el modelo de escuela comunista y nazi que buscaba formar a “las colmenas del futuro”. Si funciona, luego del género vendrá la historia, la sociedad y así sucesivamente hasta crear la sociedad homogénea.
Las herramientas de esta ofensiva ideológica, cultural y política, son las ONG y la colonización de los principales organismos internacionales. De acuerdo a cada realidad se aprieta el acelerador anticapitalista o controlista de estas estrategias. En América Latina estos movimientos son financiados por los grandes especuladores mundiales del cobre y por otros sectores empresariales de Occidente. En otras palabras, los capitalistas del mundo desarrollado financian a los anticapitalistas de los países emergentes con el objeto de evitar la competencia en los mercados mundiales. Ante una polarización en las sociedades emergentes, este movimiento oenegeísta no dudaría minuto alguno en apoyar cualquier propuesta antisistema con tal cerrarle el paso a las fórmulas de derecha.
Es en este contexto en que nacen los fenómenos de Trump y Bolsonaro, expresando una clara alianza entre liberales y conservadores, como recordándonos que, luego del fin de la Cortina de Hierro, poco a poco se ha ido avanzando hacia una nueva Guerra Fría, que se caracterizará porque los movimientos anticapitalistas y antidemocráticos no cuestionan directamente las libertades políticas y económicas, sino de manera indirecta, sectorial.
En este escenario surge la pregunta, ¿cuál debe ser la conducta de un liberal?¿ Apoyar a un Maduro que promete ideología de género o a un Bolsonaro que promete capitalismo a todo trapo? La respuesta es más que evidente, sobre todo considerando que sin capitalismo —es decir, sin una economía con abrumadora mayoría del sector privado— no hay democracia ni libertad en el planeta. El principal presupuesto de la libertad siempre será que el Estado no controle la economía.
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