Editorial Política

El Papa llega al Perú

La fiesta católica y cristiana en nuestro país

El Papa llega al Perú
  • 17 de enero del 2018

 

La llegada del papa Francisco al Perú causa el inevitable regocijo de la Iglesia católica. No solo porque el mayor jerarca de una de las mayores confesiones religiosas del planeta está en suelo patrio, sino porque el pueblo peruano, la propia idea de Perú, no se pueden desligar del universo católico y cristiano. Más allá de cualquier cifra, el catolicismo sigue expresando la fe de la abrumadora mayoría de peruanos. De allí que muchos pensadores de inicios del siglo XX señalarán, por ejemplo, que “antes del Perú estuvo la Iglesia y el Ejército y, seguramente, después del Perú también estarán la Iglesia y el Ejército”. Desde la Independencia, entonces, el catolicismo y el cristianismo forman parte de nuestro ser nacional.

Desde este portal, pues, saludamos la presencia del papa Francisco en el Perú y participamos de las celebraciones de los peruanos católicos y cristianos. Y lo hacemos conscientes de que en el mundo y en el Perú, de una u otra manera, están regresando las tensiones políticas y culturales alrededor de la fe y la religiosidad. Las noticias acerca de incendios y ataques a iglesias en Chile antes de la llegada del Papa, más allá de las distancias, nos impulsan a recordar los ataques comunistas a iglesias y seminarios en España antes de que se desatara la cruenta Guerra Civil española.

De allí la necesidad de problematizar y reflexionar sobre la fe y la religiosidad. Los debates que impulsa la izquierda alrededor de los temas de género han llevado a creer que la religiosidad es sinónimo de conservadurismo y que representa —la historia siempre avanza en círculos— el opio de los pueblos. No se puede negar que en estos temas hay una agenda de fondo a resolver, entre liberales y conservadores, pero de allí a sostener que la religiosidad siempre es el opio de los pueblos hay una distancia sideral, una falta de lecturas y una tremenda ignorancia filosófica.

¿Por qué? Por la sencilla razón de que desde el punto de vista de la razón sin religiosidad, y conceptos como soberanía popular y nación, es sumamente complicado explicar la existencia de las sociedades abiertas, la libertad y la democracia. La Ilustración decretó la muerte de las religiones, pero enseguida coronó otros dioses laicos: la soberanía nacional y la nación. En cuestión de segundos la Convención Francesa aplastó los sueños libertarios de la Ilustración invocando la soberanía popular. Más tarde los bolchevismos también invocarían a la soberanía para ahogar a sus pueblos en sangre. Y el nazismo llamaría a la nación para multiplicar los cementerios del planeta.

¿De dónde, pues, provienen las bases de la libertad de las sociedades abiertas de hoy? La Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano de la revolución francesa y la teoría de los derechos naturales, que fundamentaron las revoluciones en Francia y Estados Unidos, no provienen estrictamente de la razón, sino de la religiosidad y la ética monoteísta. Esta nos señala que todos somos iguales ante Dios y, por lo tanto, que todos somos iguales ante la ley, ante el Estado y el poder, porque tenemos derechos humanos y espirituales que anteceden a la ley y el poder terrenal.

Si echáramos mano solo de la razón y la ciencia para fundamentar la igualdad de los hombres ante el poder, los argumentos escasearían. La ciencia y las teorías evolutivas nos señalan que lo permanente en la evolución humana es la diferencia; a tal extremo que, incluso, no hay ADN ni huella digital que se parezca. La ciencia y la razón nos dicen que somos diferentes. La selección natural lo confirma.

En este contexto, es necesario rescatar la ética religiosa, que nos señala que todos somos iguales porque tenemos el alma divina,. Esta ética puede ser la fuente de la teoría de los Derechos Humanos que nos permiten seguir bregando por una sociedad abierta. De allí que el ateo que se proclama antirreligioso y defensor de la libertad solo revela una falta de lecturas que ya hubo en otras épocas y desató océanos de sangre.

 

  • 17 de enero del 2018

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