Las bancadas de la centro derecha –entre ellas Fuerza Po...
Para algunos la democracia peruana se asemeja a una federación universitaria o un sindicato de trabajadores, en los que las pugnas por el poder llevan a derribar a las dirigencias establecidas por quítame esta paja; o en los que a veces se instalan hasta dos dirigencias que reclaman la legitimidad. El Frente Amplio acaba de plantear un nuevo proceso de vacancia —semanas después de haberse descartado uno— porque el jefe de Estado otorgó el indulto humanitario al ex presidente Fujimori.
Para otros repentinos “vacadores” un proceso de vacancia presidencial depende de cómo vaya la polaridad fujimorismo versus antifujimorismo, al margen de los valores democráticos e institucionales que debe consolidar cualquier sociedad abierta. Por ejemplo, quienes hablaban de “un golpe de Estado” y de una voluntad de “controlar las instituciones” por parte del fujimorismo, luego del indulto presidencial están planteando derribar al presidente de la República mediante movilizaciones callejeras. Estos “vacadores” son los mismos que se hicieron de la vista gorda frente a los pagos de Odebrecht a Westfield.
En todo caso, es hora de salir al paso de este baile de “vacadores” que abarca todo el universo variopinto del antifujimorismo: desde Mario Vargas Llosa, pasando por Marco Arana y Gregorio Santos, hasta la inefable izquierda caviar. El motivo: el Perú acaba de procesar un frustrado proceso de vacancia y no puede existir argumento válido en contra de la prerrogativa presidencial de ejercer un derecho de gracia. Si el Perú se embarcara en un nuevo proceso de vacancia, días después de uno que no prosperó, todos los activos institucionales acumulados en quince años de democracia se arrojarían al abismo. De nada valdría entonces que la democracia acumule cuatro procesos electorales sin interrupciones porque el adelanto de elecciones entraría de urgencia en la agenda.
En cualquier caso es hora de recuperar la cordura y el sentido común. Hoy las instituciones, el espacio público y la élite política no solo desatan desconfianza, sino sobre todo incertidumbre. No solo están en juego la democracia y sus instituciones, también la economía, el crecimiento, la preservación de las clases medias y la continuidad del proceso de reducción de pobreza. La mayoría de economistas comienza a hablar de que será sumamente complicado crecer 4% por la incertidumbre política del país, no obstante el crecimiento de la economía mundial (3.7% en promedio), la trepada del precio del cobre y un entorno internacional envidiable. Si bien puede haber pesimismo en estas aproximaciones, la actitud vale porque puede motivar la reflexión de los principales actores políticos.
Pero eso no es todo. La crisis de gobernabilidad presente se desarrolla en el preciso momento en que las reformas económicas de los noventa se agotan en sus posibilidades de seguir impulsando el crecimiento. Semejante situación obliga con urgencia, con dramatismo, a desarrollar una segunda ola de reformas que relance la competitividad del país y mejore el clima de negocios (las reformas institucionales, laboral, de educación y de salud, y la solución del déficit de infraestructuras). En otras palabras ninguna crisis política de los últimos quince años puede equipararse a la presente por la sencilla razón de que nada puede continuar sin reformas. Y, ¿cómo se hacen reformas en semejante desmadre de la gobernabilidad?
Las fuerza prodemocracia y promercado tienen la responsabilidad de interpretar adecuadamente la situación y organizar una salida al entrampamiento de la gobernabilidad. Es casi imposible sacar el cuerpo de la situación, más allá de los yerros e irresponsabilidad del pepekausismo.
Lo lamentable de esta coyuntura es que los sectores que, como se dice, la tienen clara, son las fuerzas antisistema. Cuando el Frente Amplio plantea un nuevo proceso de vacancia, en realidad está proponiendo un adelanto del cronograma electoral. Adelantar los comicios, en la práctica, sería reconocer el fracaso de la democracia y de las fuerza promercado para tramitar el conflicto, y de una u otra manera se estaría estableciendo el fracaso del modelo político, económico y social que viene organizando el país en el último cuarto de siglo. Es decir, sería el garbanzal de todos los proyectos antisistema.
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