La comisión de Constitución del Congreso de la R...
En los próximos días se celebrará el 12 de octubre, que conmemora el descubrimiento de América por Cristóbal Colón y el encuentro de dos mundos, de la cultura occidental y las culturas prehispánicas, que han producido y siguen produciendo una de las mayores experiencias de mestizaje en la historia de la humanidad. Sin embargo, la efeméride será motivo para una batalla cultural en el continente, atizada por las corrientes progresistas y los intelectuales y activistas del eje bolivariano para sostener que la América Hispana padece cinco siglos de opresión occidental. Este relato anti occidental –como suele suceder, con la mayoría de narrativas progresistas– está construido de mentiras, leyendas negras, y propaganda.
El Imperio Español de los Habsburgo desarrolló en Hispanoamérica uno de los mayores procesos de mestizaje e integración cultural en el planeta, únicamente comparables con los procesos globalizadores e integradores de Alejandro Magno y el Imperio Romano. ¿Cómo se puede afirmar semejante tesis en medio de tanta leyenda negra antiespañola y propaganda bolivariana? Algunos ejemplos: Las gramáticas del náhuatl en México y el quechua en el Perú –que se convirtieron en una especie de “lenguas francas” en el mundo indígena– fueron creaciones de sacerdotes españoles, porque cuando llegaron los conquistadores a América los pueblos prehispánicos presentaban una balcanización cultural extrema. Los imperios nativos eran muy jóvenes para producir una cultura integradora. Vale resaltar también que las gramáticas del quechua y el aymara fueron elaboradas por los sacerdotes españoles antes que las gramáticas del inglés y del alemán.
El quechua entonces es un producto enteramente mestizo que impulsaron los sacerdotes españoles para unificar y evangelizar al mundo indígena de los Andes, disperso y fragmentado en decenas de lenguas. Pero el mundo andino no solo es mestizo en sus lenguas. Las comunidades campesinas de hoy, en gran parte, son réplicas administrativas y organizativas de las comunidades de Castilla –por las reformas del virrey Toledo– y las vestimentas, las polleras, los pantalones, los chalecos y la mayoría de colores del mundo y de las fiestas andinas parecen reproducir la alegría y las celebraciones castellanas. El propio José María Arguedas lo comprobó en sus investigaciones antropológicas.
En otras palabras, el mundo andino fue una creación mestiza y prosperó bajo el Imperio Español. Cuando se produjo la Independencia, las comunidades campesinas y los indígenas eran los mayores propietarios de las tierras del Perú y de México. Los títulos de propiedad se sustentaban en el derecho real. De allí, por ejemplo, que en el Perú las primeras constituciones republicanas reconocían el derecho a los analfabetos porque era imposible imaginar una república con la mayoría de la población y también de los propietarios excluidos del proyecto de comunidad política.
Sin embargo, bastaron unas décadas de Independencia y de experiencia republicana para excluir al mundo indígena del sistema político: a fines del siglo XIX los analfabetos estaban prohibidos de votar y las comunidades campesinas habían sido despojadas de la mayoría de sus tierras y arrinconadas en las alturas de los Andes. Por eso las sociedades indígenas siempre se opusieron a la Independencia y constituyeron la abrumadora mayoría del ejército español en las batallas de Ayacucho y Junín. Y por eso el sur del Perú se rebeló en contra de la Independencia de los criollos que aplastaron a los Andes.
Cuando se subrayan estas verdades históricas, que casi todos los intelectuales e investigadores conocen,, surge la sorpresa en medio de tantas leyendas construidas desde la fundación republicana. Leyendas negras que no nos permiten comprender nuestra naturaleza mestiza e integradora, que no nos permiten entender que somos mitad andinos y mitad occidentales, que no nos permiten comprender que el Perú de hoy es más mestizo que nunca. Que no nos permiten entender que Lima es la mayor ciudad andina –por las migraciones– y que solo en el mestizaje encontraremos las posibilidades de un proyecto nacional.
De allí que esa tontería, esa entelequia progresista de “los pueblos originarios”, sea un absurdo inaceptable. Un trapo viejo ideológico con tinte simplón de posmodernidad. La guerra cultural debe empezar para afirmar nuestra peruanidad, y el camino también pasa por celebrar el 12 de octubre como el gran encuentro de dos mundos.
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