Los peruanos e hispanoamericanos celebramos la Semana Santa, d...
Si bien Perú tiene un ingreso per cápita cercano a los US$ 7,000 y una población en pobreza de 21%, mientras que Chile tiene un per cápita de US$ 15,000 y una población en pobreza menor al 10%, ambos países se consideran sociedades de ingreso medio porque, luego de abandonar la condición de las de ingreso bajo, todavía no alcanzan el bienestar del mundo desarrollado.
De alguna manera, la idea de sociedad de ingreso medio puede ser aplicada a la mayoría de los países de América Latina. Una situación que revela la encrucijada histórica de la región. Por ejemplo, el Banco Mundial ha señalado que de los 101 países que lograron la condición de sociedades de ingreso medio en los años sesenta del siglo pasado, solo 13 alcanzaron el desarrollo. El resto cayó en la trampa de ingreso medio y de allí no sale. En este caso, la mayoría de países latinoamericanos.
¿Por qué es extremadamente delicada la condición de un país de ingreso medio si las élites no lideran procesos reformistas? Una sociedad logra el ingreso medio luego de una primera generación de reformas económicas (estabilidad macroeconómica, fin del estado-empresario, desregulación de precios y mercados y promoción del comercio internacional) que posibilita altas tasas de inversión y crecimiento, y una significativa reducción de la pobreza. Algo parecido ha pasado en Perú y Chile, salvando las distancias.
Sin embargo, la reducción de pobreza implica la elevación de los salarios de las nuevas clases emergentes. De súbito estas sociedades pierden una ventaja comparativa para el crecimiento: pagar salarios bajos. En este contexto, en las sociedades de ingreso medio no se pueden pagar los salarios de los países de ingreso bajo, pero tampoco se puede competir con las economías de las naciones desarrolladas. Si las élites políticas no emprenden una segunda generación de reformas, el crecimiento se ralentiza en extremo, aumenta la desigualdad, vuelve el fantasma de la pobreza y el bienestar se estanca. En este escenario, los ex pobres beneficiados por el modelo pueden ser atrapados por los discursos del populismo regional, que suele agitar en contra del capitalismo y la libertad económica.
De una u otra manera, América Latina parece atrapada en la tenebrosa trampa de ingreso medio. La persistencia del chavismo en Venezuela y Bolivia, los ciclos de populismo en Argentina, las revueltas en Ecuador y Chile, y la interrupción del equilibrio de poderes en el Perú, parecen abonar a esta tesis. El hecho de que la región apenas crecerá 0.5%, no obstante que el mundo se expandirá sobre el 3%, también parece confirmarla.
Ni Chile se ha salvado de la temida trampa. No obstante su destacable ingreso per cápita y sus bajos niveles de pobreza, nadie ha evitado la ira social por la falta de servicios. En comparación con América Latina, Chile tiene la mejor educación y un buen sistema de salud. Sin embargo, todo parece ser insuficiente cuando la desigualdad y la desinformación colectivista sobre el modelo no son confrontados por los defensores de la libertad económica.
Los países que superaron la trampa de ingreso medio y que alcanzaron el desarrollo no tienen mayores secretos: resolvieron problemas institucionales y de infraestructuras, invirtieron en educación y salud para crear un capital humano capaz de innovar y engancharse en las tendencias de la IV Revolución Industrial. Allí están Singapur y Corea del Sur.
En América Latina nos empieza a faltar audacia en el impulso a las reformas. Nos empezamos a complacer en los logros mientras ignoramos que los colectivismos y los comunismos no descansan en su objetivo de evitar que las sociedades de ingreso medio alcancen el desarrollo.
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