Los peruanos e hispanoamericanos celebramos la Semana Santa, d...
Poco a poco una élite nacional que estaba entretenida con la venganza política en contra de los increíbles errores que acumuló el fujimorismo luego de las elecciones del 2016, comienza a despertar: detrás de la llamada “estrategia de la lucha contra la corrupción” existe el objetivo de desaparecer cualquier forma de oposición política y acallar a los restos de periodismo independiente con el objeto de controlar instituciones y manipular las próximas elecciones generales.
Hoy la introducción del presente editorial ya no parece la exageración de afiebrados derechistas y conservadores, sino que resuena como un estruendo sobre la realidad. ¿Por qué? El presidente Vizcarra, al parecer, no quiere diálogos de verdad y solo pretende gestos y fotos para las tribunas, si analizamos sus respuestas frente a la convocatoria pública para conversar de Pedro Olaechea, presidente del Legislativo. El verdadero objetivo presidencial, al parecer, es imponer el adelanto general de elecciones o, en su defecto, plantear la cuestión de confianza y proceder al cierre del Congreso. En otras palabras, hacer trizas la Constitución Política del Perú e instaurar un régimen plebiscitario sin anestesias.
Pero si Vizcarra lograra el cierre inconstitucional del Congreso, ¿acaso alguien duda que el hombre no tentará la reelección? ¿Acaso se olvidan de que el jefe de Estado ha enviado al Legislativo dos proyectos de reforma constitucional: una para adelantar las elecciones y otra para prohibir postular al ciudadano que ejerce la Presidencia? Y, ¿qué sucedería si la ciudadanía rechaza la segunda iniciativa? Pues se habría modificado la Constitución para posibilitar la reelección de Vizcarra.
Es evidente entonces que la República o, para ser más precisos, la actual experiencia republicana, que ha sumado cuatro elecciones sucesivas sin interrupciones y que ha desarrollado un modelo económico que ha permitido triplicar el PBI y reducir la pobreza (del 60% de la población a solo 20%), asiste a sus horas más oscuras. No vale, como se dice, dorar la píldora ni negar la realidad, porque es la peor manera de defender la constitucionalidad.
Y la situación que se avecina no es ninguna novedad. Desde que se inventó el sistema republicano, en Roma en la antigüedad, suele suceder que todas las repúblicas enfrentan momentos parecidos: en determinada circunstancia surge un caudillo plebiscitario que, en nombre del pueblo y las mayorías, pretende abolir las instituciones para gobernar a perpetuidad. La historia está repleta de derrotas republicanas; pero también de triunfos cuando los republicanos, los catones, asumen la decisión de defender las instituciones.
Por todas estas consideraciones, en el Perú no se pueden adelantar las elecciones a menos que triunfe una salida plebiscitaria. De ninguna manera. Si ante el archivamiento de los proyectos vizcarristas en el Congreso, el jefe de Estado plantea la cuestión de confianza se habrá puesto al margen de la Constitución no solo porque la Carta Política le niega explícitamente poder constituyente, sino que estaríamos frente un autócrata que pretende cambiar las reglas constitucionales con las que llegó al poder para reelegirse, tal como ha sucedido en todas las anteriores experiencias republicanas.
Los únicos sectores que buscan bloquear cualquier posibilidad de entendimiento Ejecutivo-Legislativo dentro de los marcos constitucionales son los comunistas, los sectores colectivistas y anticapitalistas, que creen que el bloqueo político, institucional y económico de la República es el mejor escenario para forzar una nueva constituyente que redacte un sistema económico anticapitalista.
Amigos políticos, amigos empresarios, amigos periodistas, amigos intelectuales, ya han terminado los momentos en que se podía estar sentado en la platea observando cómo avanzaban las estrategias de control de instituciones. Gracias a Dios que la reacción es evidente y toda la élite nacional, e incluso sectores de la media tradicional, comienzan a tomar distancia del proyecto vizcarrista. Por todas estas razones, estamos seguros de que la República triunfará.
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