Editorial Política

Descubriendo al enemigo neomarxista

Una explicación de la hegemonía cultural de la izquierda

Descubriendo al enemigo neomarxista
  • 18 de enero del 2019

 

¿Por qué en los medios de comunicación tradicionales y en muchas universidades existe un humor anti empresarial, como si el sector privado fuese el enemigo y no el principal protagonista del proceso de reducción de pobreza y de expansión del bienestar en el último cuarto de siglo? Si bien el desarrollo capitalista tiene mucho que corregir y reformar, este humor mayoritario en contra de la inversión no se puede explicar sin la ofensiva ideológica de la izquierda, no obstante que ella no gana elecciones en el Perú. Al respecto en más de una ocasión el reconocido intelectual Francisco Tudela ha señalado que detrás de estos fenómenos culturales e ideológicos está el llamado neomarxismo o neocomunismo. A entender de este portal esa aproximación es una ruta a explorar para enriquecer el debate.

Se suele llamar marxismo cultural o neomarxismo a las corrientes gramscianas (seguidores del comunista italiano Antonio Gramsci) o a quienes se proclaman herederos de la llamada escuela marxista de Frankfurt. ¿Estamos hablando acaso de hijos directos del barbado Marx o del audaz Lenin? Es evidente que hablamos de una variante más del anticapitalismo que se envuelve con los más complejos ropajes en la sociedad contemporánea.

A diferencia del marxismo clásico, el neomarxismo abandona el concepto de lucha de clases, el materialismo dialéctico y la estrategia directa del asalto al poder, y se propone conquistar la cultura, la ideología, la política y los sentidos comunes de una sociedad. Es decir, de la llamada “superestructura”. Es una variante de marxismo que se propone hegemonizar “la superestructura para de allí controlar la estructura (la economía) de la sociedad”.

En ese sentido archiva los viejos programas comunistas, disuelve los viejos partidos de cuadros y se propone desarrollar batallas sectoriales que van construyendo una nueva superestructura de la sociedad: el radicalismo ambiental, una teoría de los DD.HH. que busca quebrar la autoridad de los estados, una ideología de género que busca empoderar a los estados en detrimento de la sociedad e, incluso, una teoría de los consumidores que pretende enfrentar a los compradores con las empresas. En nuestro país, por ejemplo, las sobrerregulaciones que se han alzado desde el Estado en contra de los individuos y las empresas en las últimas dos décadas provienen de este avance y hegemonía. Hoy la economía peruana es una de las más burocráticas, no obstante su Constitución desreguladora y los más de 15 acuerdos de libre comercio que ha firmado el país.

Igualmente las teorías neomarxistas ya no reclaman el fin de la historia con la instauración del comunismo y la abolición del Estado. La utopía igualitarista se reclama más realista y busca convertir al Estado en el motor y la energía de la igualdad y la prosperidad. A más Estado, más igualdad y más derechos parece ser el mensaje. Por ejemplo, en la llamada ideología de género la estrategia neomarxista se propone instaurar una "ideología oficial" que garantice “la igualdad y homogenice las diferencias en la sociedad”. En la medida que esta estrategia avanza se va arrinconando a la sociedad, a las familias, al sector privado y a la sociedad civil en general en el protagonismo de las democracias. De alguna manera ese objetivo (el de las ideologías oficiales) siempre fue el sueño de todos los bolchevismos y fascismos.

Según las teorías neomarxistas, el Estado debe estar por encima del individuo, las familias, los partidos políticos y las empresas. Por ejemplo, en el último referéndum se estatizaron las campañas electorales al prohibirse la publicidad privada en radio y televisión. En este escenario vale preguntarse, ¿cuál es el resultado de la estrategia neomarxista en la sociedad moderna? Aunque parezca mentira un resultado muy parecido al que soñaban el viejo Marx y el intrépido Lenin. ¿Por qué? La sobrerregulación sectorial ahoga los mercados, ralentiza el crecimiento y crea las condiciones para las ofensivas colectivistas. La estatización de la política y de la sociedad, de una u otra manera, crea una democracia y un mercado tutelado en extremo por el Estado que, no obstante todos sus fracasos en los siglos XIX y XX, pretende resurgir invicto en el XXI.

La estratagema neomarxista, al parecer, tiene la misma audacia bolchevique cuando se presenta la coyuntura adecuada. Por ejemplo, hoy en el Perú no solo están bloqueadas las reformas de segunda generación que posibilitarían relanzar el capitalismo, sino que la oposición ha sido encarcelada con varios golpes maestros. En cualquier caso, el enemigo se sacó la careta. Los demócratas ya sabemos qué hacer.

 

  • 18 de enero del 2019

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