La comisión de Constitución del Congreso de la R...
Reflexiones sobre la caída del muro de Berlín y la realidad peruana
Un cuarto de siglo atrás se derrumbó el Muro de Berlín, que se había alzado para separar los países comunistas liderados por la ex Unión Soviética de las sociedades democráticas de Occidente. Cuando los fundamentalismos religiosos y los nacionalismos exacerbados que habían repletado el planeta con sus cementerios parecían en retirada, el siglo XX entró en una Guerra Fría que amenazaba con el holocausto nuclear.
La edad de la razón, la Ilustración, no solo había parido el contrato social y la democracia, sino también su antítesis, la dictadura del proletariado. Ganó la democracia, el mercado, y la caída del Muro del Berlín gatilló el derrumbe del socialismo real en Europa del Este. Sin embargo, 25 años después de ese acontecimiento libertario, el planeta sigue jaqueado por la resurrección de los fundamentalismos religiosos, los nacionalismos de diverso pelaje y diferentes proyectos anti globalizadores.
En todo caso, la evocación de la caída del Muro y la realidad actual del mundo nos indican la necesidad de persistir en nuestras convicciones libertarias. La historia nos demuestra claramente que cuando los fundamentalismos religiosos, ideológicos, nacionalistas, se imponen en las sociedades y en las relaciones entre los estados, el planeta se hincha de cadáveres. El fascismo, el comunismo y los integrismos islámicos de ahora son una clara expresión de esas tendencias autodestructivas.
El único lenguaje que construye la paz y la integración de las culturas más diversas es el de la libertad política y económica. El libre comercio siempre fue el embajador del diálogo, del contrato, entre los más diversos. Siempre se las arregló para crear una tendencia alternativa a la guerra. En la Antigüedad las etnias y naciones más disímiles comerciaban en el Mediterráneo. Hoy la emergencia de China y su futura conversión en primera potencia económica sucede al margen de las guerras que caracterizaron la irrupción del Imperio Romano de la Antigüedad y del Imperio estadounidense del siglo XX, por una sola razón: el creciente peso del libre comercio en la presente globalización.
Un claro ejemplo de estas tendencias integradoras en nuestra realidad tiene que ver con el fallo de la Haya, que zanjó el diferendo marítimo entre Perú y Chile. La paz hoy es posible porque ambos países están integrados al comercio mundial y porque tienen mutuas inversiones que superan los US$ 20,000 millones. El lenguaje del libre comercio hizo una enorme labor.
En el Perú también hubo ecos y consecuencias de la Guerra Fría. El velasquismo terminó con la sociedad oligárquica, pero un creó un régimen económico soviético de cooperativas y empresas públicas que destruyó la viabilidad del país. Muy por el contrario, en los países del Sudeste Asiático las reformas agrarias crearon millones de propietarios que impulsaron el despegue de los llamados Tigres del Asia.
El fujimorato desmontó el estatismo velasquista mediante audaces reformas de mercado que explican el crecimiento y la reducción de la pobreza de hoy. Con el retorno de la democracia, paradójicamente, Alejandro Toledo, Alan García y Ollanta Humala fueron elegidos como jefes de Estado demonizando “el modelo neoliberal”. Es decir, el desarrollo del mercado no fue expresión de una gran movilización ideológica y cultural que superara el estatismo de la Guerra Fría.
El mercado existe pero sin victoria política e ideológica. De allí que una de las economías más libres del continente ahora padezca una contrarreforma conservadora que se expresa en el bosque de sobrerregulaciones que ahogan al ciudadano y a la inversión privada. Por todas estas consideraciones el aniversario de la caída del Muro de Berlín debe recordarnos todos los muros que aún nos falta derribar en el Perú.
10 - nov - 2014
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