La comisión de Constitución del Congreso de la R...
Sobre la persistente crisis del sistema de representación política
La inscripción de 19 planchas presidenciales para los comicios del 2016 es la mejor fotografía de la democracia sin partidos y la crisis de representación política que atraviesa el Perú. Si consideramos que en las elecciones nacionales pasadas se presentaron 11 fórmulas presidenciales, es evidente que la tendencia a la fragmentación del espacio público se acentúa de manera dramática. ¿Cómo explicar este fenómeno?
A nuestro entender la crisis de la política y de los partidos debería ser analizada en el horizonte del siglo pasado. Los dos regímenes que, para bien o para mal, modificaron las estructuras sociales del país fueron el velasquismo y el fujimorismo. El autoritarismo asumió primero el rostro estatista y después el de la desregulación de la economía. Tremendos cambios económicos y sociales se desarrollaron al margen de los llamados partidos, que no tuvieron protagonismo alguno. En ese contexto se incubó la crisis del sistema político del siglo XXI.
Con la caída del Fujimorato, la transición política se hizo sin un acuerdo o pacto político. La política asumió entonces los métodos de la guerra que buscan eliminar al rival y no surgieron derechas ni izquierdas democráticas, a diferencia de lo que sucedió en España y Chile. Las derechas e izquierdas peruanas involucionaron en vez de modernizarse.
Si a esto le sumamos que el crecimiento económico y la reducción de pobreza en el Perú de los últimos 25 años, uno de los mayores logros desde la fundación republicana, no fueron representados por colectividades públicas, de alguna manera tenemos la fórmula que explica la democracia sin partidos y la crisis política que experimentamos hoy. La política y las campañas electorales, al menos hasta los comicios pasados, se desarrollaron en contra de los éxitos económicos y sociales del modelo. Es este contexto, el espacio público comenzó a organizarse alrededor de personalidades en vez de colectividades.
Las 19 planchas que competirán en el 2016, de una u otra forma, expresan ese universo de personajes influyentes de la política. No existen identidades ideológicas, programas, ni trayectorias públicas que respetar. Las mejores expresiones de estas tendencias son la presencia de Anel Townsend en la fórmula de César Acuña y la de Susana Villarán en la plancha de Daniel Urresti. En la izquierda latinoamericana no es posible encontrar mayor expresión de sentido de la oportunidad y pragmatismo.
En medio de las malas noticias que se acumulan es necesario echar mano de los hechos que abonan para el optimismo. Por ejemplo, el Perú avanza hacia la cuarta elección nacional sin interrupciones y las instituciones se fortalecen con la longevidad. Quizá esta idea de que todos podemos llegar a la Casa de Pizarro termine si los principales protagonistas de estas elecciones son las personalidades del llamado elenco estable (Keiko Fujimori, PPK y Alan García), quienes representan de cierta forma los cambios económicos y sociales del último cuarto de siglo.
En todo caso la persistencia de la democracia y las instituciones nos indica que la democracia sin partidos, sin colectividades estables de intermediación, y la permanente crisis de la política, tienen que llegar a su fin. De lo contrario la propia democracia se volverá un enorme signo de interrogación.
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