Las bancadas de la centro derecha –entre ellas Fuerza Po...
Cuando se escriba la historia del momento dramático en la construcción republicana que atraviesa el Perú, con el cómputo de votos para elegir al próximo presidente de la República, los historiadores necesariamente tendrán que referirse a la verdadera generación del Bicentenario. Es decir, a los ciudadanos de la tercera edad, a los ancianos, que salieron a votar contra viento y marea.
El momento es dramático porque apenas algunas décimas de punto separan a los candidatos Pedro Castillo de Perú Libre y Keiko Fujimori de Fuerza Popular, en momentos en que faltan revisar más de 600,000 votos por actas impugnadas, observadas y con solicitud de nulidad. Pero el dramatismo se acrecienta sobre todo porque la propuesta del señor Castillo plantea convocar a una asamblea constituyente y construir un nuevo sistema en base a las utopías comunistas, colectivistas, que solo han causado hambre, pobreza y millones de muertos a la humanidad.
El domingo pasado, las imágenes de ancianos caminando con el bastón, avanzando en andadores, en sillas de ruedas e incluso cargando sus propios balones de oxígeno, simplemente estremecieron al planeta. Es la generación de hierro que padeció en los ochenta, en un país que aplicaba la receta económica del señor Castillo y con una población de más del 60% debajo de la línea de pobreza; es la generación que conoció la vesania y el terror senderista, que llegó a controlar una tercera parte del territorio nacional; es la generación que contempló a familiares, vecinos y amigos, emigrar fuera del país para nunca más volver. ¿Cómo iban a permitir que la historia se repitiera?
Conscientes de esas tragedias, esa generación salió a votar masivamente. Si bien la mayoría ya había recibido las dos dosis de la vacuna contra el Covid, no nos cabe la menor duda de que hubieran actuado de la misma manera sin la inmunización señalada. Todas las imágenes de ancianos ejerciendo el voto formaban una épica, una gesta que más tarde deberían recoger los historiadores, los novelistas y los cuentistas.
Frente a los muchachos que marcharon en contra de la vacancia del ex presidente Vizcarra y lograron renunciar de la jefatura de Estado a Manuel Merino, la épica de nuestros abuelos crece y se vuelve una enormidad republicana. ¿Cómo se pudo llamar generación del Bicentenario a chicos manipulados por una educación progresista –en universidades públicas y privadas– que salían a defender a uno de los peores gobiernos de nuestra historia republicana? Al margen de lo que se conoce como una generación –aquí utilizamos el concepto en sentido figurado–, no hay punto de comparación. Habría que preguntar a los jóvenes cuán arrepentidos están de haberse dejado manipular por los profesores progresistas de las universidades.
Indudablemente, entonces, la verdadera generación del Bicentenario son los adultos de la tercera edad que salieron a votar el domingo pasado.
Por todas estas consideraciones la voluntad de defender hasta el último voto a favor de la libertad debe convertirse en la respuesta de todos a la épica de nuestros abuelos. Es una manera de honrar el gesto, sobre todo cuando más del 25% de clasemedieros de Miraflores, Barranco, Surco, entre otros distritos, no fueron a votar en una expresión de frivolidad que abisma.
Siempre vale recordar que las sociedades sanas, las repúblicas que han perdurado, son aquellas en que se ha respetado la sabiduría de los hombres de edad, de los ancianos, de los senadores. Ellos representan varios libros acumulados a través de la experiencia de vida.
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