Las bancadas de la centro derecha –entre ellas Fuerza Po...
Luego de las elecciones nacionales del 2016 era imposible imaginar un escenario político en que la democracia peruana enfrentara un proceso de vacancia presidencial. Sin embargo los contratos de Westfield y la extrema polarización antifujimoristas versus fujimoristas —antecedidos por los allanamientos de los locales de Fuerza Popular— desataron el conflicto a niveles impensados. Hoy la democracia del Perú, que avanza hacia su quinta elección nacional sin interrupciones, enfrenta un momento dramático, pero la economía también está envuelta en medio de nubarrones y tormentas.
En la última Cade se habló de las cuerdas separadas, aludiendo a la manera cómo la política y las políticas públicas se distanciaban de la economía, del crecimiento y del sector privado. El objetivo del evento, obviamente, era evitar la separación de esas denominadas “cuerdas”. Sin embargo ahora es correcto hablar de que las cuerdas están extremadamente separadas, como si la política nada tuviese que ver con el crecimiento y la economía de mercado, como si el ámbito económico solo fuese preocupación de los inversionistas y ni tuviera relación con el asombroso proceso de reducción de pobreza de los últimos 25 años.
Si las encuestas y los analistas hablaban de la desconfianza empresarial para explicar la caída de la inversión privada en los últimos cuatro años, ahora es necesario hablar de algo más. El reconocido economista César Peñaranda señala que hoy “se debe hablar de incertidumbres”. ¿Quién invierte en una situación de incertidumbre?, se pregunta.
Diversos pronósticos sobre la marcha de la economía consideraban que el Perú iba a crecer por encima del 4%, sobre todo considerando el relanzamiento del gasto público en inversión —en base a los Panamericanos, la reconstrucción del norte y el destrabe de proyectos vitales— y los mejores niveles de intercambio comercial, en especial la subida del precio del cobre. Junto a los pronósticos optimistas estaban las zonas oscuras del ruido político y la falta de entendimientos entre el Ejecutivo y el Legislativo para impulsar las urgentes reformas que el país necesita para evitar la peligrosa trampa de ingresos medios, la lentificación del crecimiento y el regreso de la plaga bíblica expresada en el aumento de pobreza.
Bueno ahora parece que las cosas buenas para la economía solo provendrán de los mercados mundiales porque, en términos internos, la crisis de la democracia y el proceso de vacancia presidencial, de una u otra manera, retrasarán cualquier acción del Estado para relanzar el gasto y cualquier política pública.
Vale anotar que el optimismo de los analistas solo llegaba hasta el 2018 porque, con respecto al siguiente año, se sostenía que el ciclo virtuoso de la minería se apagaba por la falta de nuevos emprendimientos mineros. En este contexto el panorama de la economía, como señala Peñaranda, se convierte en pura incertidumbre y en pura interrogante. Algunos, incluso, ponen en dudas la posibilidad de crecer en el 2018.
Como lo sostuvimos reiteradamente en este portal, la polaridad fujimorismo versus antifujimorismo —que la llamada izquierda caviar hizo avanzar a todo vapor durante la administración PPK— es una de las peores amenazas a la democracia y la economía de mercado. La manera como reaccionarán los mercados ante la turbulencia política quizá se convierta en la mejor confirmación de esta tesis.
En otras palabras, el Perú no solo es una sociedad de ingresos medios que se resiste a impulsar las reformas institucionales, laborales, educativas y de salud, a solucionar los déficits de infraestructuras; ahora también la incertidumbre por la crisis de gobernabilidad convierte nuestras posibilidades de crecimiento en una enorme interrogante.
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