La comisión de Constitución del Congreso de la R...
El dilema de empoderar al Estado ineficiente o a los consumidores
El ministro de Educación, Jaime Saavedra, ha criticado a la disuelta Asamblea Nacional de Rectores (ANR) denominándola “club de los rectores” como una manera de calificar a un sistema que no lograba consolidar la calidad académica en la universidad. Sin embargo, a la luz de los hechos –para este portal- es evidente que, según la nueva ley universitaria, los rectores serán reemplazados por un nuevo “club de burócratas”, dependientes del Ministerio de Educación (Minedu).
Se puede concordar en que al modelo de la ex ANR le faltaba una condición fundamental: la acreditación de la calidad. El Sistema Nacional de Evaluación, Acreditación y Certificación de la Calidad Educativa (SINEACE) se tomó siete años para elaborar los estándares de calidad homologados a sistemas internacionales, los procedimientos para acreditar, y la evaluación permanente de las carreras. En el preciso momento en que el SINEACE empezaba a rendir sus frutos, el Minedu intentó desconocer a cerca de 3 mil comités de calidad que se habían instalado en la educación básica, universidades, e institutos.
Si el objetivo es la calidad, ¿por qué el Minedu se opone a esta movilización nacional por la calidad sin precedentes en el país? Es difícil entender semejante posición. En la circunstancia en que, al lado del “club de rectores”, emergía un sistema nacional de calidad que habría permitido separar la paja del grano en la educación, el Minedu pretende desconocer tal esfuerzo y crea la Superintendencia Nacional de Educación Superior Universitaria (SUNEDU) que, inevitablemente, se transformará en un “club de burócratas”.
En el sistema universitario existen tres tipos de universidades: públicas, asociativas y privadas. En estos tres segmentos hay claustros buenos y malos. Por ejemplo, en las asociativas la universidad Católica es un buen ejemplo de calidad y la Garcilaso es uno malo. En las privadas igualmente: existen universidades de excelencia con menos de tres décadas que ya aparecen en los rankings internacionales y empiezan a competir abiertamente con la Católica, la Pacífico y la Cayetano.
La pregunta entonces es, ¿cómo separamos la paja del grano? El gobierno nos responde que en el ministerio de Saavedra existe una capa de burócratas iluminados que “regularán y crearán calidad” no obstante que el estado es el principal responsable del desastre educativo. O, ¿quién lo es? Como se trata de crear un club de burócratas y ellos tienen la varita mágica, entonces, la movilización nacional por la calidad a través del SINEACE no importa.
Si en el Perú funcionara la acreditación de la calidad y existiese un observatorio que indicara qué universidades y qué carreras están acreditadas, qué carreras tienen mayor demanda laboral, los padres de familia y los estudiantes podrían decidir correctamente. En un santiamén el empoderamiento de los consumidores barrería a las malas universidades que proliferan por la demora en regular la calidad.
Quizá la aproximación correcta sea tomando distancia del club de rectores y del club de los burócratas y poner el acento en empoderar a los consumidores. Reformar “la reforma de Saavedra” con este espíritu nos permitiría evitar estas guerras ridículas sobre los plazos en la gestión de los rectores, preservar la autonomía universitaria, promover una intensa competencia con la oferta de carreras acreditadas y pensiones accesibles. En el actual debate de la reforma universitaria otra vez se enfrentan la concepción burocrática y la apuesta por la sociedad, por el protagonismo de los consumidores.
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