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Acuña y el control de los precios y el tipo de cambio
El candidato de la Alianza para el Progreso (APP), César Acuña, acaba de pisar una cáscara de plátano que podría costarle un tropezón en las encuestas. Durante una entrevista en un programa de televisión aseveró que estaría de acuerdo en controlar los precios de los alimentos, de las tarifas de los servicios públicos y del tipo de cambio. Si bien es cierto que luego de la resbalada, Acuña reculó en semejante posición, la imagen de la imprevisión había aparecido con absoluta nitidez.
En un país como el Perú, donde el control de los precios y del tipo de cambio, desató una hiperinflación en los ochenta que aún hoy es estudiada en los cursos de historia económica como una de las peores devastaciones de la economía, Acuña no puede cometer ese desliz. Lo único que revela con semejante error es la ausencia de formación no solo para ejercer el cargo de jefe de Estado sino para la propia política. Diferente sería si el hombre se mantuviera en sus trece, es decir como un verdadero chavista, pero el hombre retrocede y señala que fue un simple error.
Peor todavía. Cuando los noticieros de todas las cadenas televisivas han propalado imágenes sobre las tragedias económicas de Venezuela y Argentina (antes de Macri) en los últimos dos años, que se explican por el control de los precios y del tipo de cambio, ¿cómo así el señor Acuña pudo caer en semejante yerro? La falta de papel higiénico, huevos y alimentos, en las sociedades gaucha y llanera por el control de la oferta y la demanda debería ser una simple vacuna para inmunizar a cualquiera contra semejantes despropósitos.
El error de Acuña tiene mucho que ver con el ninguneo del crecimiento que ha desarrollado la izquierda en los últimos años. No obstante que el Perú crecía en 6% en promedio hasta el 2013 y que había reducido pobreza desde el 60% de la población a solo 23%, la izquierda empezó relativizar cada uno de los logros económicos y sociales del país. Las ideas de la “prosperidad falaz”, del “modelo primario- exportador” o del “crecimiento que exporta rocas” se lanzaron de aquí para allá.
La campaña de demolición del modelo económico del país amainó frente a los desastres en Venezuela y Brasil, dos países donde el proteccionismo, el estatismo, y el excesivo gasto social, han terminado creando recesiones aterradoras que comienzan a incrementar la pobreza. A pesar de los yerros nacionalistas, el Perú seguía creciendo y no existían grandes argumentos que presentar en contra la economía abierta. Sin embargo el desarrollo de la campaña electoral hacia el 2016 reaviva la propaganda izquierdista en contra de la economía de mercado.
El error de Acuña debería ser analizado en esta relativización del crecimiento que ha promovido la izquierda en los últimos años. Es la idea de que el crecimiento y la reducción de pobreza son asuntos que pueden ser dirigidos desde el estado, relativizando la economía de mercado y el protagonismo del sector privado. Las experiencias de Venezuela, Argentina y Brasil, nos señalan con absoluta claridad que cuando se intenta crecer ignorando el libre comercio y la inversión privada, el crecimiento solo es posible cuando los commodities se disparan hacia arriba. Cuando caen se desencadena la recesión.
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