La comisión de Constitución del Congreso de la R...
A estas alturas ya no existen dudas: el Gobierno de Pedro Castillo es la peor administración de nuestra historia republicana, considerando sus efectos destructivos en apenas seis meses de gestión. Salvando las distancias con la Guerra del Pacífico del siglo XIX, nunca el Estado había implosionado desde adentro como sucede en la actualidad, no obstante que las izquierdas comunistas y progresistas recibieron un país repleto de recursos, sobre todo por el superciclo de precios minerales en el planeta.
Hoy la economía nacional crecerá por debajo del promedio mundial porque Pedro Castillo anunció una asamblea constituyente y otras medidas económicas en contra de la Constitución. El resultado: la inversión privada se desplomará en los precisos momentos en que los precios de los minerales están en trepada. El gobierno de las izquierdas comunistas y progresistas, entonces, ha logrado lo imposible: detener tres décadas de crecimiento y reducción de pobreza, que impresionaban a todo el planeta.
Pero eso no es todo. El Estado ha sido derrumbado desde dentro. El gobierno de las izquierdas se propuso empoderar a las minorías radicales antimineras, y hoy todo el corredor minero del sur aparece como una zona liberada de la autoridad estatal. MMG-Las Bambas, una de las minas de cobre más grandes del mundo, sigue bloqueada por minorías de 400 personas, que afectan a todo el país y especialmente a los pobres de Apurímac.
En Lima, el desborde criminal se generaliza y la imagen de una sociedad sitiada por la delincuencia comienza a dibujarse en la retina de pobres, clases medias y ricos. Si alguien cree que eso es todo, se equivoca. En el afán de crear un circo anticapitalista los burócratas de izquierda han decretado el cierre de la Refinería de La Pampilla, y el Perú podría quedarse sin combustible para el 40% del transporte terrestre y todo el transporte aéreo y marítimo. La refinería acaba de reiniciar sus actividades, pero solo por 10 días. Todo es insuficiente.
Cualquier observador extranjero señalaría que el Perú –meses atrás todavía considerado un milagro económico– padece los efectos de una feroz guerra convencional. El gobierno de Castillo y de las izquierdas comunistas y progresistas hoy se asemeja a una fuerza de invasión externa.
En este contexto, si bien las mayorías nacionales y la mayoría republicana en el Congreso buscan una salida a la tragedia nacional, no se puede aceptar la maniobra progresista de pretender encabezar la crítica a un desastre nacional que, desde principio a fin, solo es responsabilidad de las ortodoxias y las progresías de izquierda. No hay manera de que el progresismo se deshaga del pacto de destrucción nacional que firmó en las elecciones pasadas, y que se mantuvo en los gabinetes Bellido y Vásquez.
Por todas estas consideraciones, el fracaso general de las izquierdas debe convertirse en la caída de nuestro Muro de Berlín. Un muro que no pudo derrumbarse pese a que, a inicios de los noventa, el Estado, las Fuerzas Armadas y las mayorías campesinas derrotaron al colectivismo terrorista de Sendero Luminoso.
Pese a esa gesta nacional –que incluyó a las comunidades campesinas colgadas en los Andes, a los pobres y ricos de las ciudades– no se pudo derribar el muro colectivista por una sola razón: el progresismo, en vez de celebrar la lucha contra el terrorismo, se dedicó a enjuagar la cara del genocidio maoísta con relatos sobre “el conflicto armado interno” y “la violación sistemática de DD.HH. de parte del Estado”.
El resultado de esos relatos fueron el encumbramiento del gobierno de Castillo y una alianza tremebunda y pragmática de las corrientes comunistas más ortodoxas del planeta y un progresismo sin banderas.
Si el Perú no construye el relato que explique el fracaso de las izquierdas, el fracaso de los colectivismos más diversos, entonces el muro del subdesarrollo, del empobrecimiento general, no se caerá, tal como sucedió luego del triunfo sobre el maoísmo terrorista.
¡Que se derrumbe ese muro! Tal como sucedió a fines de los ochenta en Europa, lo que extendió la libertad en ese continente.
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