La comisión de Constitución del Congreso de la R...
El papel del mercado en la continuidad democrática
En los últimos días se ha intensificado el debate sobre la necesaria reforma a la ley de partidos políticos. Todos los observadores han señalado la necesidad de fortalecer a los nuevos Príncipes Modernos, porque sin partidos que intermedien los conflictos sociales y políticos entre ciudadanos y estado es imposible conceptualizar la democracia.
Sin embargo, luego de la caída del fujimorato, en el Perú se experimenta una paradoja, como alguna vez lo sostuvo el sociólogo Martín Tanaka. Desde los noventa no hay nada que se parezca a un sistema de partidos. Por el contrario, la volatilidad política, el descrédito de los políticos y el desprestigio de las instituciones nos alejan de cualquier criterio de predictibilidad de la democracia. No obstante, el Perú se acerca inexorablemente hacia su cuarta elección nacional sin interrupciones constitucionales. Considerando que desde la fundación republicana –exceptuando la experiencia de la llamada República Aristocrática-, la democracia y la institucionalidad han sido flores de un día, ¿cómo entender la actual continuidad institucional?
El propio Tanaka, en una entrevista para El Montonero, ha ensayado una respuesta y atribuye la persistencia democrática al papel de la tecnocracia que emergió en los noventa, luego del fracaso del estado populista. Algo de verdad hay en esa afirmación. Una tecnocracia estatal es garantía de buenas políticas públicas. Pero tecnocracia hay de todos los nombres y apellidos. Por ejemplo, existe una poderosa tecnocracia brasileña –tiempo atrás muy elogiada- que implementó agresivos programas sociales para reducir pobreza en Brasil, pero se olvidó del crecimiento y del libre comercio. Hoy Brasil está en recesión y vuelve a aumentar pobreza.
En este caso la tecnocracia es la sombra platónica, pero cuál es la esencia, qué hay detrás de ella. En el Perú la tecnocracia, de una u otra manera, se la jugó por el fin del estado empresario, la organización de una impecable macroeconomía, y el libre comercio. Estas políticas públicas se empataron con la emergencia andina y los mercados populares que ya tenían sitiado al viejo estado populista. Se desató la energía que a veces producen las sociedades para crecer.
La pobreza se redujo del 60% de la población a solo 22%, la idea de mercado no se redujo a las élites criollas como sucedía desde la fundación republicana, sino que estallaron miles de mercados populares; el concepto de empresario no se restringió a las grandes corporaciones, sino que explosionaron millones de emprendedores. De pronto, el bienestar se expandió tanto que ya no importó el descrédito de los políticos y las instituciones.
La sociedad se volvió tan conservadora en el sentido de preservar los logros económicos y sociales, que Ollanta Humala ganó, se subió a la cúspide más alta, y se dio cuenta que el estado estaba rodeado, cercado, por millones de empresarios y mercados populares. Cualquier sueño chavista era una locura. Cualquier control de precios desataba marchas inmediatas en Villa el Salvador, Lomo de Corvina, Huancayo y Puno. ¿Alguien se atrevía a hacer chavismo? Allí reside la fortaleza de la democracia.
Señalar a la tecnocracia como la explicación de la continuidad institucional es, entonces, tratar de tapar el sol con el dedo, es hablar de un sujeto al margen del proyecto. Desde la fundación republicana es la primera vez que las instituciones liberales coinciden con una sociedad nacional de mercado, con una sociedad que derriba los muros entre el mundo criollo y el andino a través del libre comercio, con una sociedad con ciudadanos con voto y propiedad.
De allí que ningunear el crecimiento, el papel de la inversión privada en la reducción de la pobreza, en realidad, es ningunear la democracia y la libertad.
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