Las bancadas de la centro derecha –entre ellas Fuerza Po...
El modelo político, económico y social del Perú necesita un cambio radical porque, durante la pandemia y la emergencia, las administraciones de Vizcarra y de Sagasti llevaron la crisis estatal a niveles nunca imaginados. Para resumir la gestión de ambos gobiernos se necesitan dos palabras: frivolidad e indolencia.
La mencionada tragedia causada al país se eleva a niveles superlativos cuando se repara en que, antes de la pandemia, el Estado consumía cerca de US$ 65,000 millones en los gobiernos central, regional, local y las empresas públicas. Semejantes ingresos fiscales, enormes para cualquier sociedad de ingreso medio, obviamente son provistos por el sector privado. Se calcula que más del 80% de los ingresos estatales son aportados por las empresas privadas.
Antes de la pandemia, el Perú era una promesa mundial para enfrentar el coronavirus. Sin embargo, la guerra política sin cuartel que inició el progresismo –desde el gobierno de Humala, pasando por las administraciones Vizcarra y de Sagasti– convirtió la lucha contra el llamado “fujiaprismo” en el objetivo central del Estado. La política y la gobernabilidad se convirtieron en estrategias de información y desinformación.
Es en este contexto que debemos preguntarnos, ¿cómo un Estado que tenía tantos recursos no pudo equipar hospitales, comprar camas UCI, garantizar el acceso al oxígeno y comprar vacunas? ¿Cómo un Estado con tantos recursos –al margen de la catástrofe sanitaria– no pudo elaborar una estrategia para evitar la quiebra de miles de pymes y salvar millones de empleos? ¿Cómo un Estado con tantos recursos no desarrolló una estrategia para dotar de agua potable a 3.8 millones de peruanos, y de alcantarillado a más de 7 millones de ciudadanos? ¿Cómo un Estado con tantos recursos pudo permitir que en el 2020 la pobreza aumentara en más de tres millones de ciudadanos, y hoy no pueda implementar una estrategia para salvar del hambre –a través de comedores populares– a cerca de 10 millones de compatriotas?
Este Estado ha fracasado en la contención de la pandemia porque, por esas tragedias que suelen enfrentar las repúblicas, se entregó el Ministerio de Salud a la progresía de Juntos por el Perú, actuales socios de Pedro Castillo (nunca debemos olvidar el fracaso de Perú Libre a través de los gobiernos regionales). Igualmente, ese Estado ha sido colonizado por el radicalismo ambientalista, que ha frenado las inversiones en recursos naturales, y ha sido incapaz de redistribuir la enorme riqueza minera –que pagan las empresas privadas– a través de carreteras, escuelas, postas médicas, agua y electricidad, en las zonas cercanas a los grandes proyectos mineros.
Se trata de ese mismo Estado progresista que ha desarmado a la Policía Nacional del Perú (PNP) para dejarla a merced de las estrategias insurreccionales del comunismo, que recrudecerán luego de las elecciones, al margen de los resultados electorales. Cualquiera que sea el ángulo de análisis el Estado está colonizado por una progresía colectivista, frívola e indolente, que desde el gobierno de Humala considera que se puede gobernar sin ganar elecciones. Ese mismo Estado fallido también ha sido sinónimo de aumento sideral del gasto corriente y superfluo.
Si el mensaje de Pedro Castillo y Perú Libre en los sectores populares y los llamados segmentos D y E tienen predicamento es porque esa misma progresía colectivista judicializó y arrinconó a la oposición, dejando el camino libre para el aterrador avance comunista que hoy contemplamos. En ese contexto, la idea de que la falta de camas UCI, de vacunas, de comida, de agua y desagüe, es culpa del “modelo neoliberal” –y no del Estado fallido– puede pasar fácilmente. No hay políticos ni partidos para desarrollar un contra relato.
Sin embargo, la oposición política al desastre nacional ha comenzado a resurgir en estas elecciones, sobre todo con la campaña de Keiko Fujimori en la segunda vuelta y el gigantesco aporte de Rafael López Aliaga a la causa de la libertad.
Hoy que las clases medias peruanas levantan una ola anticomunista muy pocas veces vista en América Latina, es hora de respaldar el avance de Keiko a la jefatura de Estado, denunciar el fracaso del Estado progresista y salir a predicar estas verdades los sectores D y E. Cada edificio, cada empresa, cada asociación del Perú, cada gremio, debe convertirse en un destacamento de esta enorme movilización contra el comunismo. ¡Acabar con el Estado fallido del progresismo es cambiar el modelo!
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