¡Armando el rompecabezas de la transición!

Una de las preguntas que debemos formularnos es cómo es posible que el Gobierno de Pedro Castillo y de Perú Libre desarrolle uno de los procesos de destrucción nacional más devastadores de nuestra historia republicana, se desmorone ladrillo por ladrillo, y la oposición republicana en el Congreso no logre organizar una transición ante semejante tragedia nacional.

Una pregunta que resulta válida, considerando los dos procesos de vacancia frustrados. Una manera de entender el empantanamiento nacional –en que el Ejecutivo hace agua por todos lados y la oposición no arma una alternativa– es considerar que algunos partidos políticos democráticos traicionan “la defensa de la Constitución y la libertad y se rinden ante prebendas políticas”. Otra interpretación es que la mayoría de congresistas no acepta la convocatoria de elecciones generales porque argumenta –con cierta legitimidad– que si el desastre lo causa el gobierno de Castillo, ¿por qué el Congreso tiene que ser vacado junto con el Ejecutivo?

Lo cierto es que ambas interpretaciones tienen su brizna de verdad. Sin embargo, la política se creó para sumar todos los aliados posibles para formar una comunidad política y enfrentar al enemigo que pretende destruir esa convergencia: en este caso las corrientes comunistas que buscan instalar un sistema soviético a través de la constituyente. En ese sentido, ¿cómo superamos el actual entrampamiento y armamos –con los factores que tenemos– el rompecabezas de la transición?

Desde aquí pretendemos sugerir algunas ideas. En la medida que el Ejecutivo actúa en contra de la Constitución de 1993, proponemos que las fuerzas democráticas dentro y fuera del Congreso inicien una transición política para superar la destrucción nacional. En ese contexto, las fuerzas democráticas deben converger en una propuesta de mesa directiva del Legislativo que encabece la transición. Y al lado de esa propuesta, incluso, se debería delinear un gabinete de unidad nacional, integrado por todas las corrientes políticas democráticas que se oponen a la asamblea constituyente: las derechas, el centro y las izquierdas. Fuerzas democráticas dentro y fuera del Congreso.

Sin embargo, la transición no se puede desarrollar con el sistema institucional que encumbró a Castillo al poder. Parece imposible. De allí la urgencia de que la convergencia nacional por la transición implique reformas constitucionales tales como la creación del Senado, la restauración de la reelección parlamentaria y la reforma integral del sistema electoral, entre otras.

En este escenario, el gobierno de transición y el Legislativo procesarán las reformas constitucionales y estarán en condiciones de cumplir con el mandato constitucional de realizar elecciones en un año. Los comicios nacionales del 2023 deberían permitir, entonces, a los peruanos elegir un nuevo Poder Ejecutivo y un nuevo Senado.

¿Cómo quedaría el actual Congreso? Con un proceso de reforma constitucional que establezca el sistema bicameral, el actual Legislativo debería convertirse en la cámara de diputados. Una disposición transitoria en la Constitución podría establecer que el periodo del nuevo Ejecutivo y del nuevo Senado es de tres años, y la futura cámara de diputados sincronizaría su periodo político con las dos instancias mencionadas. 

En cualquier caso, el sistema bicameral acabaría con las tensiones permanentes sobre la vacancia y disolución: solo se disuelve diputados y, en el proceso de vacancia, la cámara baja acusa y el Senado resuelve

La política es el arte de lo posible, es la voluntad de convertir en posible lo que parece imposible. Hoy la vacancia del Ejecutivo no parece viable por la resistencia de muchas bancadas a aceptar la propuesta de que se vayan todos. En esas resistencias hay cierta racionalidad. Si alguien destruye un país y es sancionado, ¿por qué la sanción debe alcanzar a quienes se opusieron a la constituyente y a la devastación? Es un argumento a considerar en el debate de la transición.

Es hora entonces de armar el rompecabezas de la transición: solo se requiere buena voluntad y capacidad de ceder en función del proyecto de construir una comunidad política.