Las bancadas de la centro derecha –entre ellas Fuerza Po...
A estar alturas, sostener que la democracia peruana —que avanza hacia su quinta elección nacional sin interrupciones— enfrenta su peor momento quizá sea un lugar común. Todos reconocen la gravedad de la situación. La eventualidad de la vacancia presidencial por las relaciones contractuales del jefe de Estado cuando ejercía funciones públicas anteriores, al margen de cualquier voluntad, alterará el funcionamiento general de las instituciones. En una coyuntura de ese tipo los extremismos, a ambos lados de la mesa, siempre intentarán subordinar a los sectores que, no obstante la hondura de la crisis, siempre apuestan por las fórmulas de entendimiento.
A entender de este portal, en una encrucijada democrática como la presente todo empieza y todo termina con la Constitución. Ninguna salida política puede ignorar esta verdad que organiza a la democracia: el espíritu y las reglas con los que deben actuar y funcionar los actores políticos y las instituciones solo pueden provenir de la Carta Política. Por ejemplo, considerar el adelanto de elecciones porque el realismo político lo indica es abdicar del republicanismo constitucional. Señalar, por ejemplo, que los vicepresidentes de la República no tienen el peso político para conducir el Estado hasta el 2021 es una manera de ignorar las abrumadoras responsabilidades políticas y de Estado que asume el Legislativo gestando una mayoría política a favor de la vacancia presidencial.
La actual democracia del Perú, entonces, tienen una enorme oportunidad para demostrar su superioridad moral y constitucional frente a la transición política que se desarrolló luego de la caída del régimen autoritario de Fujimori en el 2000. En esa ocasión la mejor expresión de que el fujimorato era un sistema autoritario y que el contrapeso de las instituciones estaba alterado fue el adelanto de elecciones, luego de las respectivas renuncias de los vicepresidentes de la República. De alguna manera los actores políticos pretendieron dejar establecido que en esa transición existían triunfadores y vencidos, y la solución política reemplazó al cronograma institucional. En democracia no hay vencedores ni vencidos y las soluciones políticas no buscan suplir a la Carta Política.
Si la democracia de hoy reedita el camino del 2000, entonces los últimos quince años de democracia no habrán servido para nada y los vaticinios más pesimistas acerca de la ausencia total de una clase política capaz de poner por delante los intereses de la República se confirmarán de manera trágica. En este portal creemos que eso no sucederá porque, no obstante la polarización tan extrema que se desató luego de las últimas elecciones nacionales, consideramos que en los actores políticos de hoy existen enormes reservas para seguir empujando el camino republicano.
Para avanzar en esa ruta es necesario superar el nuevo yihadismo que ha surgido en el espacio público peruano y que puede enceguecer al profesor de sociología de la Católica, al liberal hayekiano, al periodista que envejece y la élite en general, y llevarlos a sostener que los problemas y los males de la política peruana solo provienen de un lado de la polarización. Cuando lo más ilustrado de la actividad pública se encamina por el camino goebbeliano de “culpar a los judíos de los desastres de la humanidad”, la polarización política está a punto de escalar a un nuevo nivel de bloqueo y violencia.
Para enfrentar estas formas de yihadismo solo nos resta aferrarnos a la Carta Política y buscar interpretar el espíritu constitucional de la mejor manera. Si ese es el camino, el respeto al debido proceso en el proceso de vacancia presidencial se convierte en asunto sagrado; y también la necesidad de enfrentar y denunciar el delirio de este nuevo fundamentalismo que sostiene que el Congreso de la República implementa un golpe de Estado. Es hora de bajar las armas, de retroceder un paso y desterrar todos los agravios recordando el aserto bíblico que todo empezó con el Verbo.
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