La comisión de Constitución del Congreso de la R...
Radicalismo estatista versus radicalismo liberal
El resultado electoral de primera vuelta parecía indicarnos que el balotaje iba a desarrollarse entre dos fuerzas que, de una u otra manera, defienden el establishment imperante en la economía, la sociedad y la institucionalidad en las últimas dos décadas. La segunda vuelta entre el fujimorismo y el pepekausismo desató el optimismo en el espacio de la centro derecha con la afirmación de que el 70% del electorado se había pronunciado contra la propuesta del radicalismo estatista del Frente Amplio.
Sin embargo dos semanas después de la primera ronda el fujimorismo empezó a asumir diversas propuestas propuestas populistas con un claro tufillo anti establishment. Por momentos, el fujimorismo parece confundido con el radicalismo estatista de la izquierda (renegociar el gas, papel estratégico de Petroperú y prohibir la minería en las cabeceras de cuenca, por ejemplo). Sin embargo, el haber asumido la propuesta de formalización de Hernando de Soto quizá avizore un radicalismo liberal, vinculado a las sociedades emergentes que han cambiado para siempre el rostro del Perú.
¿Competencia de radicalismos? Desde que se liquidó el Estado oligárquico, a fines de los sesenta, no se ha vuelto a construir un nuevo Estado. El fujimorato de los noventa pulverizó a combazos el estado empresario y populista, organizó algunas islas de eficiencia estatal, pero no surgió el estado moderno y nacional que debía acompañar a la desregulación y liberalización de los mercados.
El crecimiento y la inversión privada arrinconaron a la pobreza a solo un 20% de la población, pero la ausencia de Estado determinó dos velocidades de crecimiento y reducción de pobreza a nivel nacional y dentro de las propias regiones. Una de las expresiones nítidas del fracaso estatal es el hecho de que el 60% de la economía y la sociedad es informal. Hay entonces más de un motivo para desarrollar un radicalismo antiestatal.
La izquierdista marxista y sobreideologizada suele cabalgar sobre esta realidad para apuntar en contra del libre comercio y la liberalización de mercados, proponiendo el regreso del Estado empresario, el proteccionismo y el estatismo. Para conseguir sus objetivos le echa todas las culpas al “neoliberalismo”, al mercado y a la inversión privada, cuando todos sabemos que los pecados capitales provienen del fracaso estatal. La astucia marxista está fuera de dudas.
Ahora bien, la posibilidad de que surja un radicalismo liberal —es decir, que enfile contra el Estado y sus fracasos, pero para afirmar el camino de la libertad económica que demandan las sociedades emergentes y los excluidos de la legalidad— modifica radicalmente los parámetros del debate público. Si surgiera ese horizonte cultural e ideológico ya no se vería a los mineros artesanales como “vulgares contaminadores del medio ambiente” ni a los puneños que suelen votar por los radicalismos como representantes del viejo estatismo, sino que observaríamos a centenares de mercados y millones de empresarios populares que sobreviven, acumulan y crecen enfrentando a un Estado que se ha convertido en el principal enemigo del progreso.
Si los actuales actores políticos desarrollaran ese tipo de interpretaciones, entonces una parte de la élite estaría a punto de construir una visión integradora de toda la nación, tal como alguna vez sucedió en las actuales sociedades desarrolladas, antes de alcanzar el desarrollo. Y la ruta de las sociedades emergentes nos indica que los de abajo demandan radicalizar la democracia y el mercado, profundizar las libertades políticas y económicas. Y el único camino para avanzar en esa dirección pasa por invertir la lógica de la política y el Estado: en lugar de ver las cosas de arriba hacia abajo, hay que mirar los hechos de abajo hacia arriba. Cuando eso suceda contemplaremos una sociedad bullente de mercados populares y emprendedores exigiendo libertad, libertad y libertad.
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