A través de la prensa de los Estados Unidos se acaba de...
Iván Duque, el nuevo presidente de Colombia, asumió el cargo en un día con fuertes vientos e intensas lluvias, algo así como un presagio de las tormentas que enfrentará el nuevo jefe de Estado en los temas vinculados con el acuerdo de paz con las FARC (ahora autodenominada Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común), sobre todo en los aspectos de la representación parlamentaria de los ex terroristas y la justicia transicional. Duque asumió la jefatura de Estado de Colombia luego de convertirse en el presidente más joven de la historia (con 42 años de edad) y el más votado con una suma del 54% de los votos.
"Quiero ser el Presidente que forge y logre esos acuerdos (con las FARC), pensando en lo que necesita Colombia y sin caer en la tentación del aplauso transitorio. Quiero darle a las víctimas la seguridad de que obtendrán justicia y que recibirán una reparación proporcional —en lo moral, material y económico— por parte de sus victimarios; quiero que estén seguros de que no serán agredidos por la impunidad", señaló Duque, reafirmando el compromiso que lo llevó a la presidencia de Colombia y que le permitió conseguir una ventaja de más de 2,3 millones de votos frente a su contendor, Gustavo Petro. El presidente de Colombia rayó la cancha: el acuerdo va, pero todos los aspectos en que las FARC doblegó la soberanía y consiguió impunidad podrían ser revisados.
Con un gabinete integrado por ocho mujeres ,de un total de dieciséis ministerios del Gobierno colombiano (entre ellos Justicia, Interior, Energía y Minas, Trabajo y Transporte), la tarea principal del presidente Duque es resolver la demanda más importante de la población: modificar el acuerdo firmado con el grupo guerrillero FARC antes de llegar al bicentenario de la independencia colombiana, el próximo año.
A partir de hoy el pueblo colombiano puede estar más tranquilo, porque a la Casa de Nariño ha llegado un líder que sabe discernir justicia y pseudo justicia, paz y cese transitorio de acciones de armas, acuerdos pacíficos y “cartas de rendición”. Duque lo ha planteado claramente: “El que la hace, la paga". Para él es una cobardía que los narcoterroristas accedan a amnistías escudándose en ideologías políticas y malas negociaciones del Estado.
Es comprensible el descontento de Duque. Resulta inadmisible que, en una democracia que se respete, diez ex guerrilleros estén ocupando una curul en el Congreso sin haber sido elegidos por el voto popular. Colombia merece una paz auténtica. No es posible que habiendo cometido múltiples delitos —incluso de lesa humanidad— los narcoterroristas de las FARC pretendan participar en la democracia colombiana como si nada hubiese sucedido. Por todas estas consideraciones, tiene mucho sentido común el proyecto de reforma constitucional del mandatario colombiano, que busca que en la justicia colombiana no se “meta en un mismo saco” a políticos con narcoterroristas y secuestradores. Quienes votaron por Duque se sintieron traicionados por el ex presidente Juan Manuel Santos, artífice del acuerdo con las FARC aprobado en el Congreso, quien se puso de espaldas a los resultados del referéndum: más del 50% de los ciudadanos rechazó el tratado que permite la impunidad de los miembros de las FARC.
Y es que hasta el momento la justicia de nuestro vecino norteño ha permitido que Timochenko (líder de las FARC) postule a la presidencia, sin cumplir la condena otorgada por los tribunales colombianos (de 178 años). El líder de las FARC fue acusado de múltiples delitos vinculados a extorsión, secuestro, asesinato y atentados terroristas. Tanto él como los diez congresistas son acusados por la justicia colombiana y estadounidense de delitos de lesa humanidad.
Los militantes de las FARC se oponen a Duque y al liderazgo del ex presidente Uribe argumentando que se ha evitado la muerte de 3,000 al año, por el conflicto bélico contra las fuerzas del orden. Asimismo, sostienen que se ha logrado desarmar a 7,000 “combatientes”. Según estos criterios, el armisticio se habría conseguido por la buena voluntad de las FARC y no por la ofensiva del Estado colombiano, que empezó desde la administración de Uribe y arrinconó al narcoterrorismo a tal punto que no les quedó otra alternativa que someterse a las negociaciones. De allí las críticas a los errores de la administración Santos.
¿Cómo se puede permitir que una organización como las FARC consiga “cabeceras de playa” en el Estado para desarrollar sus estrategias de adoctrinamiento? La misma estrategia que Sendero Luminoso desarrolló en el Perú en la década de los setenta: infiltración de la escuela pública y de instituciones nacionales. Como Sendero Luminoso, las FARC no renuncian a la expansión de su ideología violentista. Utilizarán todos los medios disponibles dentro de la democracia para forjar nuevos cuadros políticos, y quizá militares.
No es descabellado pensar que Iván Duque llegue a ser el mejor presidente de la historia colombiana. Lo sería si modifica los acuerdos con las FARC, asegurando una auténtica paz, y si logra las reformas constitucionales para impedir impunidades futuras (algo factible porque cuenta con mayoría en el Congreso). Y sería uno de los mejores jefes de Estado colombiano si consolida la economía (otra gran tarea), disminuyendo la informalidad con su proyecto antiburocrático (que incluye la disminución de impuestos). Si las cosas avanzan de esa manera lograría la meta anunciada en la Plaza Bolívar: crecer 4% al año.
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