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El Perú polarizado por la cuestión de género
La sociedad peruana se ha partido entre una abrumadora mayoría que sorprendentemente reivindica su naturaleza religiosa —en contra de la inclusión de los temas de género en el currículo escolar— y una minoría que defiende las prerrogativas del Estado en la “concientización” en estos asuntos a las futuras generaciones. La mayoría invoca el derecho de las familias a educar a los niños en estos temas controversiales y la minoría el derecho del Estado a impartir una educación a favor de la tolerancia con las minorías sexuales. De allí que esa minoría se reivindique “liberal y progresista”
Al margen de las voluntades presentes, la mencionada polarización produce un momento excepcional para discutir sobre la naturaleza de la escuela en una sociedad abierta. Lo paradójico de este debate es que la minoría progénero —que se reclama liberal por defender el derecho de las minorías— propone el modelo de “escuela alfabetizadora” que los comunismos y los fascismos del siglo XX desarrollaron para ahogar las libertades. En otras palabras, el Estado que homogeneiza a la sociedad e impone su “educación” sobre la familia y la sociedad. Y también resulta paradójico que la mayoría conservadora que defiende el derecho de las familias a educar a sus hijos en contra de la injerencia estatal, quizá sin ser demasiado consciente, defiende los principios liberales, democráticos y libertarios que han permitido que las libertades prosperaran en Occidente. A veces pareciera que la historia se mueve a través de paradojas.
En este portal siempre nos opusimos a la reforma educativa Saavedra porque, en el fondo, planteaba un modelo de escuela incompatible con una sociedad abierta. Pretender excluir al sector privado y la sociedad de la gestión de los colegios era convertir al Estado en único y exclusivo educador. Hoy el debate sobre las cuestiones de género y el currículo nos obliga a plantear que el Estado debe retroceder en estos temas porque la sociedad no puede ser homogeneizada ni adoctrinada con teorías oficiales. En la sociedad abierta no solo se busca la separación del Estado de la Iglesia, sino también del Estado y la sociedad. Todo esto al margen de nuestra irrenunciable posición a favor de reconocer todos los derechos de las minorías y los marginados.
Los temas de género son la puntita más pequeña de un iceberg que ha organizado la izquierda en los últimos quince años. Luego de la caída del fujimorato, si bien la izquierda no ganó una elección sí se planteó una estrategia de poder que pasaba por convertir a la escuela pública en un instrumento que sirviera a sus objetivos. En la escuela pública es muy común encontrar libros en los que se endiosa a Velasco como un “reformador social” y se reduce a Fujimori a un simple violador de DD.HH. También es usual elevar a los intelectuales de izquierda a la altura de nuestros próceres y héroes y convertir, por ejemplo, el informe de la Comisión de la Verdad en una verdad oficial, al mejor de los estilos soviéticos.
No nos interesa pronunciarnos sobre estos temas tan polémicos y discutibles, lo único que reclamamos es que en la escuela de una sociedad abierta los alumnos tienen el derecho de escuchar todas las versiones habidas y por haber.
Por eso el currículo debe reflejar la flexibilidad y la tolerancia que se puede alcanzar en una sociedad absolutamente diversa, incluyendo a la mayoría religiosa que hoy protesta en contra de las cuestiones de género. Avanzar en el camino contrario —es decir, en la terquedad de una minoría pro género que nos pretende hacer creer que el currículo es la gran batalla por una sociedad más inclusiva—, en realidad, es caer en las trampas de la izquierda que pretenden convertir al Estado en una herramienta más de su estrategia de poder. Finalmente, debemos recordar que las batallas por la libertad nunca se han ganado en el largo plazo en el Estado, sino a través de la transformación y la democratización de la sociedad.
Fotografìa: Christian Quispe
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