Un mendigo sentado en un banco de cobre

 

En una publicación de Perucámaras se asegura que los proyectos mineros en la región Cajamarca —Conga, Michiquillay, Galeno, La Granja y Shahuindo, entre otros— representan una inversión de US$ 11,300 millones. Esos proyectos podrían agregar 1.3 millones de toneladas métricas a la producción total nacional de cobre, que en la actualidad suma alrededor de 2.5 millones de toneladas.

Con semejante información, considerando la trepada de los precios del cobre a nivel mundial, Cajamarca podría convertirse en la principal potencia económica y social del Perú. Sin embargo, según el Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI), entre el 2009 y el 2016 la pobreza en Cajamarca fluctuó entre el 43.8% y 50.9% de la población, liderando a las regiones más pobres del país. ¿No estamos ante la materialización de esa figura que alude a un mendigo sentado en un banco de oro; en este caso, en un banco de cobre? Pero eso no es todo. Según el Informe de Competitividad 2017, elaborado por el Instituto Peruano de Economía (IPE), Cajamarca se ubica en el puesto 24 de todas las regiones en competitividad.

La pobreza extendida en Cajamarca tiene un solo responsable: el radicalismo antiminero que impuso el estribillo “agua sí, oro no”. Estribillo que permitió, en el 2011, que Ollanta Humala llegará la presidencia del Perú y bloqueara el círculo virtuoso de inversiones de cobre en que se había embarcado el país desde inicios de los noventa.

Cajamarca era una de las regiones que tenía las mejores posibilidades en convertirse en la locomotora del crecimiento del Perú. Incluso, habría podido equiparar los índices de pobreza de Ica, que se ubican en un rango del 1.8% y 4.3% de la población.

El drama económico y social de Cajamarca estremece a cualquiera. Por ejemplo, el turismo, que fue uno los sectores económicos que más crecía con el desarrollo de las inversiones mineras, hasta ahora no se recupera. Según la Sociedad de Hoteles del Perú (SHP), entre el 2017 y el 2021 la inversión hotelera en el país alcanzará los US$ 1,141 millones. En Lima se construirán 33 hoteles y 29 entre Piura, Cusco, Arequipa, La Libertad, Lambayeque, Loreto, San Martín, Abancay, Tacna y Huancayo. Sin embargo no hay un solo proyecto para Cajamarca.

La recesión, el aumento de la pobreza y el desánimo generalizado en Cajamarca influyen en el desempeño educativo de los escolares de la escuela pública y de los estudiantes de la Universidad Nacional de Cajamarca, quienes no tienen posibilidades de encontrar trabajo en la región.

El rendimiento de los estudiantes universitarios es claramente deficiente por la falta de alimentación balanceada, porque ocupan viviendas insalubres —sin servicios básicos de agua y desagüe— y porque la calidad docente también se desploma. Y lo peor es que los jóvenes absorben todas las influencias de un ambiente social crispado por la política, en donde solo existe un relato: el antiminero, que restringe la visión universal sobre el desarrollo que deben aprender los estudiantes.

Por todas estas consideraciones, el Perú, las autoridades y las élites políticas, deben permanecer atentos frente a las estrategias antimineras, que hoy pretenden replicar, en el sur, la tragedia económica y social que los radicales anti inversión han construido en el norte. De allí que, por ejemplo, el 17 de noviembre del 2017, en la provincia de Sandia (región Puno), se llevara a cabo un “encuentro de ronderos”, con el propósito de consolidar la estrategia de los sectores radicales que buscan paralizar la producción minera en el llamado Corredor Minero del Sur. Gregorio Santos, dirigente de MAS Democracia, encabezó este cónclave con el propósito de afirmar su eventual candidatura presidencial.

Como se aprecia el radicalismo ideológico que empobreció la sierra norte ahora sueña con hacer lo mismo en el sur.