¿El sueño del cobre perdido?

El Perú es el país de las eternas paradojas. En el preciso momento en que el precio del cobre alcanzaba el nivel más alto en los últimos cuatro años —a fines del 2016 la tonelada de cobre se cotizaba por encima de los US$ 7,000 y acumulaba un incremento anual de 39%— se postergaba por dos meses la adjudicación del proyecto de cobre Michiquillay (en Cajamarca) por las “incertidumbres” que causa la situación política. Semejante noticia nos debería llevar a preguntarnos si, una vez más, el Perú perderá otra gran oportunidad: el superciclo de metales que parece avecinarse en el planeta.

Quizá para entender la magnitud de la oportunidad que está enfrente de todos los peruanos valga señalar que, según las cifras del Ministerio de Energía y Minas, en el 2016 el Perú se consolidó como segundo productor mundial de cobre con una producción total de 2.35 millones de toneladas métricas, desplazando a China al tercer lugar con una producción de total de 1.74 millones. Sin embargo nuestro país todavía está demasiado lejos del campeón mundial en la producción de metal rojo: Chile ocupa de lejos el primer lugar con una producción total de 5.5 millones de toneladas.

Otro detalle para entender las increíbles oportunidades que se pueden perder. En 2013 el diario Financial Times señalaba que si el Perú implementaba todas las inversiones previstas para los próximos diez años —una suma de US$ 53,000 millones para 52 proyectos— en el 2025 estaría produciendo más de cinco millones de toneladas anuales y estaría en condiciones de disputarle a Chile la primacía planetaria en producción de cobre.

Y, una vez más, si el Ejecutivo y el Legislativo, los gobiernos regionales y las autoridades locales, no asumen sus responsabilidades en la gobernabilidad, de nada le valdrá al Perú tener bajos costos en energía para la minería y yacimientos con alta ley en metales. Y lo decimos con todas sus letras: semejantes ventajas no tendrán ningún valor porque la crisis política —que tuvo su clímax en el frustrado proceso de vacancia— ha generado tal nivel de incertidumbre que no solo postergó Michiquillay, sino que también ha dibujado enormes interrogantes sobre las posibilidades de relanzar Tía María y concretar Quellaveco, por ejemplo. Si bien el Perú ha consolidado su segunda posición como productor mundial de cobre —por la entrada en operaciones de Las Bambas y las ampliaciones de Cerro Verde y Toromocho— es incuestionable que desde el 2018 empezaremos a rezagarnos si no hay nuevas inversiones.

Hoy los especialistas señalan que se vislumbra un nuevo superciclo de los metales, impulsado por la nueva revolución industrial mundial que empieza a sacudir la economía mundial. La producción de autos eléctricos, las tecnologías para generar energías renovables y la continuidad del crecimiento de China indican que la demanda de cobre mundial se incrementará a niveles impensados.

El Perú, uno de los países con mayores reservas probadas del mundo, parece desentenderse de estas enormes noticias que jalonearán la economía mundial. Muy por el contrario, en Chile se preparan con todo: comienzan a invertir aceleradamente en energías renovables para terminar con las ventajas comparativas del Perú (a partir del gas) e incluso convertir al país del sur en exportador de energía, aprovechando la potencia del desierto de Atacama.

En nuestro país, la polarización antifujimorismo versus fujimorismo comienza a destruir los cimientos democráticos y económicos que nuestra sociedad ha consolidado en las últimas décadas, tal como hemos sostenido hasta la saciedad en este portal. Esta situación no solo está postergando las urgentes reformas que el Perú necesita para superar la temida trampa de ingresos medios, sino que, incluso, nos lleva a ignorar o menospreciar las enormes oportunidades para la economía, el crecimiento y la reducción de pobreza que genera el incremento del precio del cobre.