El pasado 21 de octubre, el abogado y escritor Gary Marroquín M...
El ensayo de Thomas Mallow sobre el Nóbel peruano y la incursión de éste en la poesía. En los últimos días han circulado dos noticias “literarias” sobre Mario Vargas Llosa. La primera fue la publicación en Estados Unidos de la traducción al inglés de su más reciente novela, “El héroe discreto”, que en el país del norte llevará el título de The discreet hero (Farrar, Straus & Giroux, 2015), y que ha motivado una serie de artículos sobre la obra de nuestro Nobel. Por ejemplo, en el diario The New Yorker, el crítico Thomas Mallon publica un extenso ensayo sobre la totalidad de la obra novelística de MVLL, titulado “Restless realism. Mario Vargas Llosa’s imagined lives”, algo así como “Realismo incansable. Las vidas imaginadas de Mario Vargas Llosa”. Son varios los puntos de interés en este ensayo. La propuesta principal es que las novelas de MVLL son siempre esencial y radicalmente realistas, y como consecuencia de ello los protagonistas siempre resultan un alter egos del autor: desde el poeta de La ciudad y los Perros y el Zavalita de Conversación en La Catedral hasta don Rigoberto de El elogio de la madrastra, Los cuadernos de don Rigoberto y El héroe discreto. De entre todos estos personajes, según Mallon, con quien tiene más afinidad MVLL es con Rigoberto: “the irresponsible aesthete through whom Vargas Llosa mentally dodged some of the worst of the Peruvian eighties” (“el esteta irresponsable mediante el cual Vargas Llosa se evadió mentalmente de lo peor de los años ochenta en el Perú). Aunque se puede encontrar varios errores históricos en el ensayo de Mallon, hay una afirmación que no deja de inquietarnos: “A pesar de sus deslumbrantes manipulaciones de las estructura narrativa, este gran autor de novelas nunca ha sido un gran formalista”. Entendemos que ese formalismo se refiere al propio manejo del lenguaje. Lo que nos lleva a la segunda noticia sobre MVLL: la publicación (en el diario El Comercio) de un poema suyo, “El alejandrino”, un elogio del poeta griego Constantino Kavafis. Desde la primera estrofa comprobamos que el autor no tiene mucho talento poético: “Nació, vivió y murió en Alejandría/ y allí trabajó treinta y tres años/ –los tres primeros de meritorio, sin sueldo– en una oscura repartición denominada dirección de aguas”. Se trata de un texto eminentemente prosaico, al que los cortes de los versos no mejoran en nada. El resto del poema continúa con la misma tónica, para concluir también prosaicamente: “El alejandrino devolvió a la lengua griega/ la potencia, la gracia y la sabiduría/ que tuvo en aquella edad clásica/ que tanto amó.” El único momento en que el texto se aproxima a la poesía es en la estrofa que describe cómo Kavafis escribía sus poemas: “Las palabras le obedecían:/ se amansaban o encabritaban,/ se arrodillaban, saltaban, volantineaban/ y cruzaban la cuerda floja/ en punta de pie”. No sucede lo mismo con la estrofa que relata las aventuras nocturnas de este escritor que llevaba una doble vida: de día rutinario empleado, de noche entregado a “la mugre y la concupiscencia”. Vargas Llosa suele recordar una afirmación de Borges: “En poesía solo se admite la excelencia”. Y este poema está muy, demasiado, lejos de esa excelencia. 23 - Mar - 2015
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