Giovanna Priale

Ya nos hemos olvidado de ser formales

Ya nos hemos olvidado de ser formales
Giovanna Priale
10 de noviembre del 2017

El nuevo de ADN de la indiferencia

 

Hace unos pocos días salió un funcionario del Estado señaló que la “SUNAT tiene dientes para recaudar”. Un par de días después, Luis Alberto Arias, experto en temas de recaudación, publicó en su Twitter, “en el Perú, la tasa de evasión (y elusión) del Impuesto a la renta es alrededor del 50% y del IGV es 35%”.

Claramente la forma cómo SUNAT viene recaudando no es eficiente y los dientes que tiene aún deben ser de leche, porque no se nota la mordida. Hoy la presión tributaria está alrededor del 13% del PBI, muy por debajo de lo esperado y de los niveles alcanzados en años anteriores.

Esta cifra me preocupa no solo porque el Estado no cuenta con los recursos que necesita, sino porque los jóvenes del Perú están creyendo que es correcto no pagar impuestos ni obtener registros de la Municipalidad; por último, están cayendo en la barbaridad de creer que abrir oficinas que ofrecen servicios sin el personal adecuado es lo correcto.

Ayer un perro mordió a mi hija y, según las recomendaciones médicas, ella buscó al perro y al dueño y pidieron auxilio al serenazgo y a la autoridad policial de la municipalidad. Grande fue mi sorpresa cuando, al finalizar la tarde, llegamos a la veterinaria en la que supuestamente el perro había sido vacunado contra la rabia. Yo trataba de explicarle al joven policía que debía haber una constancia escrita de la vacunación y que esta debía estar en manos del dueño y en el archivo de expedientes de vacunación de la veterinaria.

 

Pero este joven me trataba de convencer de que la palabra del técnico que nos atendió bastaba, que estaba bien que el médico veterinario no estuviese presente pues él atendía a domicilio y que esta tienda debía ser seguramente una sucursal de la oficina principal, que se supone debía tener el médico veterinario. Entonces se me ocurrió preguntar si la tienda con puerta a la calle que dice veterinaria contaba con licencia municipal, si emitía boleta de pago o factura, o si era una veterinaria fantasma. Muchas preguntas para mi joven amigo.

En vista de la incomunicación, me acerqué a su jefe, un policía un poco mayor, y le pregunté si él no pensaba como yo: que en una tienda que se dice veterinaria debía haber un veterinario, contar con un archivo de expedientes, contar con licencia y pagar impuestos. Le pregunté si coincidía conmigo, si le sonaba razonable lo que yo preguntaba. Y entonces me sentí escuchada. “Por supuesto que tiene razón”, me dijo, “solo que nada de eso nos compete a nosotros”.

Entonces me dijeron que llame a fiscalización para comunicar el hallazgo, cosa que hice vía Twitter. Y pude confirmar que el perro que había mordido a mi hija no tenía constancia de vacunación y que, a pesar de ello, mi vecino lo dejaba circular libre en las calles, sin ningún tipo de cuidado. Yo amo a los animales, tuve tres perros y cada uno de ellos suponía una dedicación total, pues no solo es poner vacunas y curarlos cuando se enferman, sino también pasar tiempo con él. Mi vecino tiene cuatro perros en su casa, sin vacunas y con pocos cuidados. Un hecho que también puse en conocimiento de fiscalización para que revisen el estado de salud de los perros.

En cuestión de minutos mi hija menor, que paso por todo esto sola, tuvo que enfrentar las consecuencias de un mundo que, diciéndose formal, es totalmente informal y en el que nadie es responsable de nada.

Me preocupa el joven policía que cree que esta forma de ciudadanía es correcta, y me preocupa mi vecino que vive al margen de las normas y, con ello, hace daño a sus perros, a sus hijas y a terceros. Como mi hija, que tuvo la mala suerte de pasar por la puerta de su casa en su bicicleta, mientras desde una casa cercana —en construcción— una decena de albañiles observaba en silencio la escena, sin brindar ningún tipo de ayuda a una menor de edad sola.

 

Giovanna Prialé Reyes

 

Giovanna Priale
10 de noviembre del 2017

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