Darío Enríquez

¿Y ahora qué hacemos?

Un incierto camino electoral que se abre a escenarios de posible ruptura

¿Y ahora qué hacemos?
Darío Enríquez
13 de abril del 2021


Ya es un hecho que la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en el Perú será entre Pedro Castillo y Keiko Fujimori. En tiempos de pandemia, con un ausentismo notable y teniendo preferencias ciudadanas en alto grado de fragmentación, el voto duro de la izquierda clásica y de la derecha popular –respectivamente– ha bastado para que esas opciones lleguen al
ballotage. Nada está dicho, de modo que sin contar aún con mayores elementos de juicio objetivo, ambas candidaturas parecen partir de un sorprendente 50% como probabilidad de victoria.

Sabemos que los poderes fácticos aspiraban a manejar esta elección como lo vienen haciendo en los últimos 20 años. Esos poderes han configurado una alianza muy favorable a sus bajos y subalternos intereses: izquierda elitista y derecha mercantilista han sabido concertar tanto para beneficio propio como para el de sus secuaces, en perjuicio de nosotros los ciudadanos, sometidos a los designios de un maléfico titiritero.

En esta elección hay una sucesión de hechos manipulatorios que no solo han sido escandalosos, sino que hasta podrían tipificarse como delitos contra la voluntad popular. Algunos medios han actuado en forma malintencionada no solo «levantando» candidatos o «demonizándolos» según fuera útil a sus intereses, sino que tenían todo preparado para que uno de sus varios candidatos enfrentará en segunda vuelta a Keiko, la supuesta segura perdedora «con todos».

Un primer outsider, Rafael López Aliaga, complicaba los planes de esos poderes fácticos, cuya parte operativa política visible es el ahora llamado «Club de los Lagartos». Se inició una feroz contracampaña de odio y destrucción contra este candidato, como ya se ha hecho costumbre en nuestra sociedad, que tantas heridas abiertas mantiene. Siembra odios y cosecharás miseria moral. A ellos no les importa, mientras los poderes fácticos mantengan o acrecienten su poder, todo perjuicio contra los ciudadanos es «daño colateral». Lograron contener su avance, pero no vieron venir a un segundo outsider, Pedro Castillo, a quien no tuvieron tiempo suficiente para «destruir».

Respecto del apoyo que ha recibido este candidato, ciertos opinólogos apelan a que se trata de una expresión del «Perú profundo», pretendiendo con esa frase alcanzar un nivel de versación e intelectualidad bastante remoto por cierto (¡ya pues!). Hay además algo de racismo, clasismo y discriminación detrás de tales expresiones. Es cierto que no se trata de uno sino de muchos «Perúes», pero la tipificación debe ser más objetiva que las falaces profundidades, medianías o superficialidades. Y la explicación es mucho más directa. Hay un voto duro de izquierda clásica, al que no le bastó la mala copia que representaban Verónika Mendoza o Yonhy Lescano (pese a ser dos de los «engreídos» de los medios). Entonces, prefirieron una versión más cercana al original y ese era Pedro Castillo, como en 2006 y 2011 fue Ollanta Humala o en 2016 la propia Verónika Mendoza (aunque no llegó a segunda vuelta). A este activismo intenso, importante para despegar una campaña política, se le suma la adhesión por su visibilidad en ciertos espacios como rondero, maestro y sindicalista. También se incluye un posible componente identitario, culturalmente andino, periurbano y antilimeño. Teniendo todo ello como base, capitalizó parte importante (aunque no en forma exclusiva) de la protesta ciudadana «contra todo y contra todos», para acumular casi un quinto de los votos. En circunstancias normales eso no alcanzaría para llegar a una segunda vuelta, pero con la pandemia (alto ausentismo) y gran fragmentación, hasta le ha permitido acceder al ballotage en primera posición.

El enfrentamiento entre Castillo y Keiko Fujimori proyecta un resultado incierto. Hay quienes hablan de una «hoja de ruta» para Pedro Castillo, al estilo Ollanta Humala en 2011; y hasta se dice que Hernando de Soto se habría propuesto como intermediario para hacerlo posible. Por su parte, quienes optarían por Keiko Fujimori con el argumento de que «se perdería lo avanzado», reconocen el valor de esos avances desde las reformas de los noventa y la Constitución de 1993, pese al antivoto y hasta la extrema animadversión que despierta en ellos la hija de Alberto Fujimori. Hay quienes han tenido que ponerse frente a la posibilidad real de perderlo para que finalmente lo reconozcan. Es que lo avanzado desde los noventas es algo objetivo –aunque haya aún bastante más por hacer– y muchos que se adscriben al lema de «No a Keiko» han venido negándose sistemáticamente por odio, rivalidad o antipatía. Si esa negación fuese racional (que no lo es), entonces votarían por Castillo. 

En grandes letras de molde se abre entonces el tema de una «nueva constitución popular» que reclaman las izquierdas, aunque Castillo se opone a la agenda «progresista» de la ideología de género, aborto y similares, compartiendo con Keiko el enfoque provida y profamilia. Las diferencias son sobre todo en cuestiones económicas, en el rol del Estado y de la democracia representativa. Pero hay algo más: Pedro Castillo ha ofrecido indultar a Antauro Humala y algunos de sus dirigentes, hasta ha pedido libertad para Abimael Guzmán; mientras Keiko ha ofrecido indultar a su padre, Alberto Fujimori. ¿A quién liberaría usted, amable lector?

Darío Enríquez
13 de abril del 2021

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