Giovanna Priale

Una brisa de generosidad

A mi queridísimo amigo Juan Pichihua

Una brisa de generosidad
Giovanna Priale
07 de noviembre del 2019


Estas semanas han sido particularmente cargadas por temas laborales y personales. Debo reconocer que por primera vez sentí un ligero cansancio de tocar varias puertas durante mucho tiempo y recibir como respuesta un “lo veremos” o “espera que se elija el nuevo Congreso”. Más aún cuando estoy solicitando que el Estado le devuelva el dinero que le retuvo a miles de trabajadores por concepto de pensiones y que nunca lo aportaron a su AFP o a la ONP. A eso se suma que, a veces –sin querer o queriéndolo– todavía me encuentro con algunos caballeros, que siguen creyendo que ser mujer es una minusvalía, o que deben asentir todo lo que uno diga con una gran sonrisa, sabiendo que para ellos resulta absolutamente irrelevante.

Entonces, en medio de ese desánimo, del cual me estoy recuperando –porque algo que sí tengo es muchísima paciencia para luchar por combatir una o varias injusticias– que recordé a mi queridísimo amigo Juan Pichihua. Espero no meter en líos en su trabajo a Juan por esta nota porque él trabaja en el Ministerio de Economía y Finanzas (MEF) hace muchísimos años. Pero me hacía falta contarles esta historia. 

Conocí a Juan en mi primer año de la maestría. El era uno de los mayores de la promoción y, de lejos, el más responsable. Juanito era profesor de Microeconomía en la Universidad Agraria y se había ganado una beca para estudiar en Chile. Ya con dos hijas, tenía que trabajar para hacerse cargo de todas sus obligaciones.

Habremos caminado por Paseo Ahumada en Santiago cientos de veces, conversando sobre el Perú y el futuro. Pero nunca podré olvidar la historia de Juan. Se levantaba a las 5:00 a.m. desde los 9 años de edad –o antes–, para ayudar a su mamá, que era una microempresaria. Y desde entonces,Juan consiguió todo a punta de esfuerzo. En las épocas de exámenes parciales o finales, Juan podía estar sin dormir tres días seguidos para llegar a las pruebas, que eran muy exigentes; porque además tenía que entregar sus encargos del trabajo y avanzar su tesis. Pero nunca, en todo ese tiempo, vi alguna vez molesto a Juan o quejándose por algo.

Los fines de mes nos recibía a algunos de nosotros en el departamento que compartía con un compañero de la maestría, para invitarnos un plato de comida (arroz con atún en lata), porque nos habíamos “comido la beca” antes de tiempo. Lo admiro profundamente. Podemos discrepar, pero jamás él o yo hemos usado nuestra amistad para preguntarle por algún tema que estuviese vinculado a su actividad laboral.

Las veces en las que nos hemos encontrado por trabajo, hemos discutido sobre la forma de hacer política pública, pero nunca lo he escuchado hablar mal de alguna persona. Por el contrario, siempre lo he visto dispuesto a dar lo mejor de su trabajo, a buscar soluciones a los entrampamientos y a trabajar larguísimas horas, tratando de dar siempre lo mejor.

Los que conocen a Juan saben que me estoy quedando corta en mi descripción. Conocí a Juan cuando tenía 23 años, aprendí de su fortaleza a ser persistente, y de su sencillez a ser humilde. Pero además hoy reconozco la valía de su caballerosidad y de su respeto absoluto a nosotras y a nuestras competencias en la maestría. Me queda claro ahora que los valores que le inculcó su mamá lo marcaron para siempre: respetar y valorar a la mujer.

Hoy quiero decirle a mi queridísimo amigo Juan, a quien veo muy poco porque el trabajo y la familia nos tienen ocupados, que personas como él, con defectos como todos –sin duda– son las que hacen que yo –como muchos– sigamos tocando varias veces, varias puertas, para ser la voz de aquellos que hoy todavía no son oídos. 

Gracias, Juanito, por todos tus años de servicio a la nación. Gracias por tu sencillez y por tu fortaleza, porque solo verte o escucharte ponerle buen ánimo a una situación compleja nos hace creer que sí es posible “mantener el presupuesto del país equilibrado y pagar las deudas con los afiliados, al mismo tiempo”. Porque ese es el deber de un servidor público, no ponerse de costado frente a un problema, sino enfrentarlo con creatividad y empatía, poniendo al ciudadano siempre en el primer lugar. Porque ese ciudadano puede ser uno de nosotros.

Giovanna Priale
07 de noviembre del 2019

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