Neptalí Carpio

Un pacto necesario pero inviable

Cinco razones por las que resulta imposible el acuerdo político

Un pacto necesario pero inviable
Neptalí Carpio
20 de agosto del 2020


No solo en el Perú, sino en todo el mundo, la articulación de un pacto entre políticos, gobernantes, empresarios y la sociedad civil es necesaria y hasta urgente. Es una extendida demanda de las sociedades, sobre todo frente a la dramática pandemia; pero es inviable, sobre todo por el comportamiento de los actores políticos. Esta contradicción, es una de las causas principales de que se ensanche la brecha entre la sociedad y la clase política. La política, en términos prácticos, para el imaginario de la gente también aparece como un acto permanente de egoísmo, de falta de desprendimiento y ausencia de cooperación mínima de una sociedad que se dice llamar república. 

Pero ¿por qué es inviable este pacto, anunciado por el presidente de la república el pasado 28 de julio, y propuesto también por diversos especialistas, analistas o instituciones bajo otro nombre como el Acuerdo Nacional? A mi juicio, hay una multiplicidad de factores que erosionan permanentemente esta posibilidad. En primer lugar, la excesiva fragmentación partidaria, situación única en el mundo. En el próximo proceso electoral podemos llegar a más de 30 agrupaciones inscritas legalmente. En este espectro de partidos que funcionan, en su gran mayoría, como franquicias, con agrupaciones que tienen propietarios o con altos niveles de burocratización, difícilmente se puede estabilizar acuerdos básicos. Tarde o temprano cualquier iniciativa se pierde en el vacío o deviene rápidamente en un nuevo enfrentamiento, sobre todo porque ya estamos en un momento preelectoral.   

En segundo lugar, la ausencia de una coalición de centro republicano que articule esta propuesta, a manera de un factor bisagra con capacidad para estabilizar el diálogo entre las diversas corrientes ideológicas o tendencias del escenario nacional. En este caso, le cabe una responsabilidad central a los partidos y líderes del centro político, donde también existe una fragmentación y débil liderazgo.

En tercer lugar, la iniciativa del presidente de la república con el Pacto Perú, por más justa que suene, también es inviable porque sus hepáticos opositores creen que con el presidente terminará de consolidar su liderazgo. Algo que para un gran sector de partidos, sobre todo de aquellos perjudicados con la disolución del Congreso el pasado 30 de septiembre, jamás le quieren atribuir. 

En cuarto lugar, un factor altamente erosionante de las posibilidades de un pacto o acuerdo nacional es el hecho de que gran parte de los líderes políticos están cuestionados por diversos casos de corrupción; sin embargo, son los representantes legales de esos partidos. Por lo tanto, cualquier diálogo de partidos con la presencia de “líderes corruptos”, rápidamente es cuestionado por la sociedad.

En quinto lugar, tampoco existen experiencias positivas de diálogo en los espacios locales, regionales y sectoriales que permitan proyectar nacionalmente la utilidad de este espíritu pactista. Prueba de ello son las escasas experiencias de concertación política y social, para articular acuerdos e iniciativas para enfrentar la pandemia.

A los factores anteriormente mencionados podemos añadir, como telón de fondo, un escenario nacional políticamente tóxico, enfrentado y en el que las redes sociales multiplican el enfrentamiento, algo que en un momento preelectoral se empieza agudizar. En realidad, se trata de una minoría en la sociedad con altos niveles de sociopatía y psicopatía, como expresión mayúscula de una prolongada crisis del régimen político, pero gravitante en la vida política. Es un escenario donde predominan las mentiras, las medias verdades, la deformación de la realidad o el invento de fantasmas, recreando la confrontación, como si la sociedad fuera un recinto de demonios y ángeles.  

Se trata ya de un trastorno de conducta política de un sector en el que persisten comportamientos que en la práctica violan los derechos básicos de los demás o las principales normas sociales. Los comportamientos característicos del trastorno de conducta se agrupan en cuatro categorías: agresión a personas, destrucción de imágenes, distorsión de realidades y violación grave de las reglas elementales de tolerancia. Y es que un sociópata no se ajusta a las normas sociales, y en muchos casos tampoco a la legalidad. Como decía Erich Fromm, en su obra Anatomía de la destructividad humana, este comportamiento es una suerte de narcisismo colectivo como fuente de permanente agresión humana. El narcisismo colectivo desempeña ciertamente un papel considerable. Las redes sociales funcionan, con honrosas excepciones, como un gran ecosistema de confrontación, de permanente agresión entre los diversos actores políticos, que hacen inviable una voluntad de pacto, de acuerdos o de entender que la política es también una dimensión humana de cooperación.     

En estas condiciones, y pese al drama humano que muestra la actual pandemia, no existen condiciones para un Pacto Perú, salvo que una mayor catástrofe o una reacción ciudadana haga reaccionar a los políticos, obligándolos a llegar a acuerdos duraderos. Incluso si se impusiera la racionalidad, las elecciones del 2021 deberían postergarse por lo menos un año. El problema es que muchos piensan en esta necesaria salida, pero nadie se atreve a proponerla, como ya ocurre en 50 países del mundo donde se han postergado los procesos electorales. Por ahora, si los parlamentarios lo proponen, un sector dirá que lo hacen para quedarse un año más y gozar de los privilegios. Y si el presidente lo propone, peor todavía. Para muchos sería la confirmación de sus miedos o fantasmas de una “dictadura vizcarrista”.  

Sería trágico para el país que lleguemos al Bicentenario de la república en estas condiciones.

Neptalí Carpio
20 de agosto del 2020

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