Jorge Varela
Un breviario de derechas
Desde el desvarío neo-marxista

Cuando se habla de “las derechas” se constata una tremenda confusión de índole conceptual y semántica. Unos aluden a la ultra derecha, otros a la extrema derecha; no faltan aquellos que se refieren a la derecha radical, a la derecha conservadora, a la derecha tradicional. En fin, el término derecha dejó de ser una expresión unívoca: hoy contiene visiones diferentes que representan caminos paralelos, algunos divergentes, o praxis alternativas que exceden el contorno frágil de los matices y entorpecen su convergencia.
La neo-derecha
El politólogo holandés Cas Mudde ha dividido a la ultraderecha en dos grupos: el de extrema derecha que rechaza a la democracia, y el de derecha radical que es hostil a la democracia liberal. En su enfoque los movimientos fascistas en el sentido histórico, pertenecen a la extrema derecha; aún existen por allí, aunque transiten por los márgenes.
Hoy la derecha radical destaca como la más importante, -al menos en las democracias liberales-, pues está desbordando a los movimientos conservadores tradicionales. Trump, Modi, Meloni, Orbán, Milei, Bolsonaro, así como varios partidos de derecha con representación parlamentaria significativa en Europa, Israel y otros países, conforman esta denominada derecha radical o neo-derecha dura.
Populismo de derecha
La referida distinción entre derecha radical y derecha extrema permite examinar lo que ocurre con el ‘nacionalismo de derecha’, calificado como de ultraderecha, lo que no significa necesariamente que sea fascista. A juicio del periodista británico Daniel Trilling, “el fascismo del siglo XX parece tener poco en común con los principales movimientos de ultraderecha de la actualidad. Estos grupos comparten un estilo político –el populismo– que pretende ser más democrático: los populistas, ya sean de derecha o de izquierda, se describen a sí mismos como auténticos representantes del ‘pueblo’, en contraste con las corruptas elites gobernantes”.
Nacionalismo del desastre
El norirlandés Richard Seymour, citado por Trilling, ha acuñado la expresión “Nacionalismo del desastre”: concepto que contiene una mezcla de emociones reaccionarias y rebeldes propias del fascismo, de pasiones movilizadoras, de comportamientos que se disparan mediante un ‘deseo apocalíptico’ –un temor a una catástrofe inmediata, combinado con el impulso contradictorio de arrojarse al abismo–, y revelan una ‘ambivalencia generalizada hacia la civilización (...) un deseo oculto de que se derrumbe’.
En “Disaster nationalism” (Nacionalismo del desastre), Seymour sostiene que hemos tratado de entender a la nueva ultraderecha mirando en los lugares equivocados. Los partidos, las plataformas políticas o ‘los hombres fuertes’ solo tienen un poder explicativo parcial. “Lo que más importa es el estado de ánimo particular que impregna tanto los márgenes extremistas como la corriente política dominante. La nueva ultraderecha está fascinada por las imágenes de desastre”, ha escrito Seymour. Los populistas de ultraderecha prometen defender al pueblo de las ‘invasiones’ de migrantes y de los traidores del Estado profundo. Se trata de un cúmulo de fantasías apocalípticas que sustentan lo que significaría la ultraderecha a partir de esta visión ‘seymouriana’ marxista.
Falta una explicación global
Richard Seymour no indica la razón específica por la cual estas tendencias que identifica serían más relevantes en algunos lugares que en otros. Su conclusión es que la punta de lanza del revanchismo nacionalista del siglo XXI podría encontrarse fuera de las economías de Occidente. No obstante, para Trilling ésta no es una buena explicación global. No explicita que este nacionalismo del desastre se relacione con un régimen autocrático como el de la Rusia de Putin, o con la China postcomunista que ha desarrollado su propia versión de capitalismo nacional fuerte. Su efecto potencial sería una forma estable de autoritarismo que recorta derechos y arrebata territorios; un modo de “democracia dirigida”, una fórmula cuyo diseño se sitúa ante el modelo de democracia popular directa propuesto -al modo García Linera- por la izquierda radical latinoamericana.
Resentimiento y capitalismo nacional fuerte
Pero Seymour no se detiene: señala que “la emoción principal de nuestro tiempo es el resentimiento, alimentado por las inseguridades y la paranoia de la sociedad de clases y el neoliberalismo”. Este resentimiento puede convertirse en un ‘pantano emocional’ y llevar en los casos más extremos a una ‘pasión políticamente habilitada por la persecución’. Aquí es donde se verifica que su escritura –basada en el marxismo, el psicoanálisis, la crítica cultural y determinadas investigaciones sociales– se torna agresiva, radical y fatídica.
De acuerdo a su tesis el populismo de ultraderecha ofrece lo que él llama ‘capitalismo nacional fuerte’. Este tipo de capitalismo trata a la economía “como un espacio moral en que se sostiene que ha estado perdiendo la gente equivocada”. Seymour enfatiza que las tácticas retóricas del populismo de ultraderecha –las afirmaciones agresivas contra los inmigrantes, la obsesión con el wokismo– son todas “programáticas”. Apuntan a canalizar las fuentes de resentimiento de la población (del pueblo ciudadano) en una “revuelta contra la civilización liberal”; en otras palabras, en la “barbarie”. En su opinión, lo que los populistas de ultraderecha tienen para ofrecer es la venganza. Nada dice, sin embargo, respecto a que este deseo es un impulso irracional contagioso que la izquierda radical ha aplicado sin arrepentirse en sus acciones estratégicas, pulsión que constituye parte de su abundante arsenal ideológico de amenazas y chantajes, al que recurre cuando no avanza o se estanca en sus afanes por conquistar el poder total.
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