Eduardo Zapata

Suicidio colectivo

Hemos terminado por odiarnos a nosotros mismos

Suicidio colectivo
Eduardo Zapata
01 de mayo del 2019

 

Algunos sociólogos de fin del siglo XIX o principios del XX sostenían que el suicidio colectivo finalmente es un ´"temor a la muerte". Particularmente a la muerte en soledad:

Neurological illneses such as depression, attention deficit hyperactivity disorder (ADHD). borderline personality disorder (BPD), and burnout syndrome mark the landscape of pathology at the begining of the twenty-first century. They are not infections, but infarctions; they do not follow from the negativity of what is inmunologically foreign, but from an excess of positivity. Therefore, they elude all technologies and techniques that seek to combat what is alien (Byung-Chul Han).

Un filósofo como Byung-Chul Han nos dice entonces: somos víctimas de un exceso de positivismo, porque la lucha por el logro se convierte en enemiga de la vida.

Deliberadamente hemos dejado pasar algunos días en los que un suicidio —en apariencia individual— ha acaparado voces de legos y profanos. Más allá de expresiones de irracionalidad ante el dolor que debe causar la muerte de un ser humano cualquiera, me quedo con aquellas voces reflexivas que han pretendido elucidar el asunto,

Y entre esas voces que se han elevado por encima del drama o tragedia individual —según como se le quiera mirar— insisto y persisto en nuestro problema de salud mental colectiva. Ya a propósito de la muerte individual que a todos nos ha convocado estos días lo hemos comprobado. Burlas, ironías, odios y resentimientos primarios. Irracionalidades que creíamos no habrían de encenderse.

Pero se produjeron. No importa el personaje o su presunta inocencia o culpa aquí. Lo que nos interesa recordar es —con Umberto Eco— su admónica expresión: “Desde que el mundo es mundo, las turbas han amado el circo”.

Eso es reprochable, pero hasta comprensible desde la psicología humana. El morbo. Satisfacerse del y en el dolor ajeno. Tal vez como una forma de sacudirse del propio. Pero nos interesa el tema del suicidio colectivo que pocos vinculan al singular. La imposición del thanatos sobre el eros que ha alcanzado —según encuestas— sobre todo a los sectores A, B y C. Supuestamente los más "instruidos".

Y esto nos subraya la terrible crisis de nuestra educación. Que allí donde debería enaltecer el afecto, lo desincentiva. Que allí donde deberíamos aplaudir el éxito, lo regatea. Que —en fin, y esto es lo terrible— nos antepone al fundamentalismo totalitario a las ideas, a la argumentación y a la propia vida.

Nos hemos sumergido en una cultura en la que el otro es inexistente, invisible dirían los amigos sociólogos. Y el drama mayor es que en ese desenfreno irracional hemos terminado por odiarnos a nosotros mismos. Porque ese "otro" no es precisamente otro, sino somos nosotros mismos.

Por eso hablábamos del problema de salud mental colectiva. Detrás del agravio hacia fuera, hay un terrible y doloroso agravio hacia dentro. Si no nos conmueve ese "otro" es que no nos conmovemos tampoco con ese "otro" que llevamos dentro y somos nosotros.

He leído por ahí que el aumento de la violencia general es hijo de la violencia subversiva de los ochentas. Y sí, nos acostumbramos tal vez a la muerte. Y nos recluíamos al punto de negarnos a nosotros mismos. No afrontamos, huimos. Y huimos de nosotros. Nos quitamos la vida sin saberlo con tal de evitar la muerte física eventual.

Pero bien mirado el asunto, diez años no pueden explicar doscientos años de existencia como grupo social. Y lo deberían saber particularmente aquellas personas que adhieren a los derechos humanos. O historiadores, a quienes he escuchado esta explicación unilateral referida a la violencia subversiva. Creo que ha llegado el momento de seguir las prescripciones que nos haría un buen psicoanalista. Para curarse hay que aceptar las verdades por dolorosas que sean.

Y en este orden de ideas, deberíamos revisar nuestra historia en su conjunto. "Idealizamos" el pasado incaico como un remanso de paz y justicia, e idealizamos a las clases acomodadas, como poseedoras de una verdad indiscutible (claro, si piensan como nosotros si no son el "otro").

Y aquí me detengo porque el 70% de nuestros pobres no han sido juzgados, pero están encerrados. Porque no hay una sola facultad de Derecho de nuestro sistema universitario que dicte un curso de Hermenéutica o interpretación de textos, basándose nuestra "justicia" en la escritura, con anterioridad a la casuística de la jurisprudencia. Porque —vamos, seamos honestos alguna vez— no "nos tragamos" entre peruanos (ni siquiera entre los que nos consideramos "iguales"). Y menos tragamos a aquel que es, por distintas razones, un "otro". A sabiendas o inconscientes de que al negarlo nos estamos negando vida personal y vida como nación.

No busquemos fuera las causas de nuestro suicidio colectivo . Miremos —mientras podamos— en nosotros mismos. ¿Nos queremos como somos o queremos ser siempre otro de fuera e inalcanzable?

Escribo todo esto al estribo del llamado Bicentenario. Que carece de importancia cronológica porque es solo una data. Y la negación de la vida del otro es un continuum. Esperemos que esta vez no lo sea. Y votemos por un país y no contra él.

 

Eduardo Zapata
01 de mayo del 2019

NOTICIAS RELACIONADAS >

Prohibido pensar

Columnas

Prohibido pensar

Alfred Korzybski fue gestor y director del prestigioso Instituto de Se...

29 de agosto
Ordo naturalis y ordo artificialis

Columnas

Ordo naturalis y ordo artificialis

A través del largo andar de la humanidad se ha puesto en eviden...

22 de agosto
Los foros y los floros educativos

Columnas

Los foros y los floros educativos

Así como en los noventas la sociedad peruana tuvo el coraje y l...

15 de agosto

COMENTARIOS