Jorge Morelli
Salir de la amnesia
El Perú es humillado a diario por la corrupción

Estuve zapeando toda la hora. El domingo pasado, a las ocho de la noche, como hace ya demasiados años, una vez más el aire enrarecido, asfixiante de los programas dominicales, Cuarto Poder y Panorama, era irrespirable. La obsesión de la culpa y el castigo ha llegado ya a tales niveles en los medios que ni siquiera advierten la total desconexión que tienen hoy con los televidentes, diga lo que diga el rating. No se dan cuenta del profundo desprecio que le inspiran a la gente de a pie.
Es la otra cara de la clase política, castigada por el pueblo en las últimas elecciones parlamentarias para reemplazar al Congreso disuelto. El ausentismo fue de 25% de un total de 21.5 millones de electores hábiles. No fueron a votar 5.5 millones de peruanos. Votaron 16 millones. De ellos, los votos blancos y viciados fueron otros tres millones. Si se añaden a los ausentes, suman 8.5 millones, el 41% del total de los electores. El 59% por ciento restante son 13 millones de votos que se dispersaron entre 20 partidos. La bancada más grande alcanzó 1.5 millones de votos, el 10%. La última en pasar la valla consiguió el 6%.
Pese a que el sistema de conversión de votos en escaños está sesgado en favor de las primeras bancadas y en contra de las últimas, los electores se las arreglaron para atomizar al Congreso. El ausentismo y el voto blanco o viciado, en total 41% de los votos, y la fragmentación del 59% restante fueron la protesta de los millones de peruanos que atomizaron el Congreso para castigar a la clase política. Dejaron bien en claro su indignación con una clase que no resuelve los problemas, que los posterga y los esconde y medra de la democracia de baja gobernabilidad.
Y a este Congreso que no representa a nadie, no se le ocurre nada mejor en medio de la tormenta que echar por la borda a quien, mal o bien, se encuentra al timón de la nave.
Son ya demasiados años en que el Perú es humillado a diario por la corrupción de la política y también por quienes viven de ella, aunque solo sea por mostrar a diario también el rostro de la vergüenza. Son demasiados años en que los peruanos se ven obligados a bajar la cabeza ante sus vecinos, ya sea porque la nuestra fue, supuestamente, la peor de las respuestas a la pandemia con el más ineficaz dispendio de recursos. Y el desencanto y la desesperanza incuban a diario la depresión o desatan la violencia.
De pronto, en otro lado de la señal abierta, tropecé con De Soto hablándoles a los peruanos de su país y de su futuro, mostrándoles su enorme potencial olvidado, la riqueza de su espíritu, devolviéndoles la fé perdida, la confianza en sí mismos. Tenemos un Estado fallido –les dijo– y hay que reformarlo. Y les mostró que es posible hacerlo.
Hace muchos años que no escuchaba eso. Porque hubo un tiempo, lo recuerdo muy bien, en que los peruanos estaban orgullosos de sí mismos.
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