Miguel Rodriguez Sosa

El europeísmo en cuestión (I)

El europeísmo vigente tiene una base ideológica hiper-racionalista

El europeísmo en cuestión (I)
Miguel Rodriguez Sosa
07 de abril del 2025

 

El europeísmo se presenta hoy como adalid de la democracia occidental, basado en una configuración federalista. La expresión parece de una idea clara pero es, en realidad, una «nematología»; esto es, una formulación ideológica nebulosa de contenidos muy poco sistematizados y que se organiza en torno de una entidad realmente existente. En este caso, la Unión Europea (UE), la creación político-jurídica supranacional establecida por el Tratado de Maastricht, en vigor desde 1993, que en la actualidad se ha dado a sí misma una institucionalidad en siete altas instancias de gobernanza que son, en realidad, ámbitos burocráticos centralizados en donde se diluye la representatividad que emerge de la soberanía de las ciudadanías europeas. Lo que ha provocado ya varias crisis de identidad que la UE se esfuerza en resolver a través de acuerdos conjuntos con resultados marcadamente precarios en el Parlamento Europeo, en el Consejo de la Unión Europea y en la Comisión Europea, su ejecutivo comunitario.

La UE ha conseguido superar la salida del Reino Unido (brexit) y aumentó su membresía a 27 integrantes incorporando países de la Europa oriental en 2004 y 2007, a más de considerar la candidatura de nueve países, entre ellos Turquía, Georgia, Ucrania y los resultantes de la implosión de Yugoslavia, así como sigue intentando remontar profundas diferencias internas es materias de desarrollo agrícola, comercio comunitario, políticas energéticas, fortalecimiento institucional y cohesión política. Es en este último aspecto en el que la UE muestra gravitantes fisuras originadas por dos factores. Uno, el renacimiento del soberanismo nacional en Italia, Alemania, Austria, Hungría, Polonia, Serbia y otros, que se contrapone de manera creciente al supranacionalismo de la comunidad. Otro, la evidencia del feble sustento del «relato europeísta» imperante en las altas instancias de la UE. Sobre este segundo punto nos ocuparemos después.

Empero, corresponde precisar que el europeísmo vigente porta una base ideológica hiper-racionalista como la del jacobinismo en la Francia del siglo XVIII, con la que quiere imponer una visión de la Europa (más allá de su composición territorial) progresista, multicultural y democrática, que radica en las mentes de los burócratas de la UE bregando por encubrir el estado de la confusión obligada –disimulada como convivencia democrática– de corrientes europeístas distintas, opuestas o incluso incompatibles, no solo en función de los intereses de los estados socios sino también de los partidos políticos enfrentados en el Parlamento Europeo, que conforman un parlamentarismo de papel, un adorno con marca de representatividad delegada, que yace a los pies del verdadero poder de la UE, la Comisión Europea, su órgano ejecutivo con funciones de proponer nuevas leyes y políticas, controlar su ejecución, gestionar el presupuesto de las mismas, garantizar que las políticas y leyes de la UE se apliquen en todos los estados miembros, y representar a la UE en el escenario mundial. Todo eso a través de un colegiado de comisarios, uno por cada país integrante, liderado por quien preside la Comisión.

La UE ha hecho un auténtico y nudoso rizoma del principio de representación a la base de cualquier esquema de democracia. Son los integrantes del Parlamento Europeo, 720 con una pluralidad que actualmente conforma ocho grupos: el del Partido Popular Europeo (demócrata-cristianos), el de la Alianza Progresista de Socialistas y Demócratas, el grupo Renew Europe (social-liberales), el de Izquierda en el Parlamento Europeo, el grupo Alianza Libre Europea (los verdes). Estas agrupaciones tienden a configurar coaliciones o bloques temáticos y configuran la mayoría parlamentaria enfrentada, por temas, con el grupo Conservadores y Reformistas Europeos y con el grupo Patriotas Por Europa, en escenarios fluidos de confrontación en los que juega sus propios intereses el grupo Europa de las Naciones Soberanas, integrado por 26 parlamentarios de Alemania, Polonia, Bulgaria, Francia, Lituania, Eslovaquia, República Checa y Hungría, que se han pronunciado contra la creciente centralización supranacional de la UE, reclamando restablecer la soberanía y la autodeterminación de las naciones europeas; una espina que lacera la homogénea burocratización de la UE.

Esa pluralidad en el Parlamento Europeo resulta de la voluntad electoral de los ciudadanos de los países de la UE, y es este legislativo el que debe aprobar a quien sea presidente de la Comisión Europea a propuesta del Consejo Europeo (jefes de estado o de gobierno de la UE), y el presidente asigna las carteras de las políticas de ese ejecutivo a los comisarios, uno por cada país de la UE, una vez que reciben la aprobación negociada del Parlamento Europeo y que son formalmente nombrados por el Consejo Europeo.

En los hechos, resulta que es la coalición coyuntural de una mayoría en el Parlamento Europeo la que decide quien preside la Comisión Europea, hoy en manos de Ursula von der Leyden, en un segundo mandato consecutivo, quien así resulta investida de un poder ejecutivo que no emana de las ciudadanías europeas sino de una intrincada componenda parlamentaria con peso de mayoría. Pero lo más resaltante es que los dos cargos de mayor importancia en la Comisión Europea, aparte de la presidencia, el de Asuntos Exteriores y el de Defensa, son fácticamente impuestos desde esa presidencia; lo que ha servido para instrumentar lealtades a la presidente de la Comisión Europea porque ambos cargos no deben sus mandatos a los gobiernos de sus países de origen. Von der Leyden ha manejado con destreza esta delicada cuestión asignando el cargo de Alta Comisionada de Asuntos Exteriores a Kaja Kallas, de Estonia (también tiene el cargo de vicepresidente de la Comisión Europea), así como ha asignado el cargo de Alto Comisionado de Defensa y Espacio a Andrius Kubilius, de Lituania.

Lo que cabe resaltar en este tópico es que la actual presidente de la Comisión Europea, postulada por la fuerza mayoritaria de 95 eurodiputados alemanes, quien venía de ser tres veces ministra en Alemania, incluyendo el despacho de Defensa, ha escogido en su segundo período presidencial, para los dos cargos más importantes de su ejecutivo supranacional, a políticos de Estonia y Lituania, países que suman sólo 18 eurodiputados en el Parlamento. Es muy claro que la señora von der Leyden prefiere en las dos posiciones de mayor poder a quienes le sean inobjetablemente leales y cuyas decisiones son independientes de sus representaciones estatales en el Parlamento Europeo.

Con Kallas a cargo de las relaciones exteriores de la UE y Kubilius en la posición de redefinir la política de defensa de la UE, Ursula von der Leyden se ha asegurado que sus lineamientos de política sean secundados por altos funcionarios con rasgos de estar a la búsqueda de un europeísmo que consiga posicionar a la UE como un jugador en el tablero del poder global, ante contendores como Rusia y China, pero sobre todo mostrando a EE.UU que la Europa del occidentalismo hiper-racionalista debe ser considerada para cualquier entendimiento de reparto de zonas de influencia geoestratégica en el hemisferio norte del planeta. 

Ha sido en ese sentido que Kallas había afirmado en febrero pasado que un acuerdo de paz respecto de Ucrania, sólo entre Rusia y EE.UU, sin la participación de la UE, sería vano; y desde entonces ha promovido el apoyo de la UE al ucraniano Zelenski, impulsando su gira europea e incorporándolo de facto como uno de los mandatarios en la UE en toda mesa temática al respecto, aun cuando Ucrania no forma parte de la comunidad.

Kallas aparece como la artífice de las iniciativas del rearme europeo para respaldar a Ucrania en su contienda con Rusia, respondiendo así a los anuncios de Donald Trump de replantear el gasto de EE.UU en el sostenimiento de la OTAN, y de desvincularse del interés europeísta de incorporar Ucrania a esta alianza militar. Kallas es, además, vocera de la UE clamando la irrebatible desconfianza acerca de supuestas intenciones expansionistas de Rusia sobre territorio europeo, y quien cada semana renueva sus destemplados comentarios dirigidos a Vladimir Putin. 

Pero Kallas es sólo una de las dos piezas de la tenaza europeísta enfilada contra Rusia, bajo la presidencia de von der Leyden en la UE. La otra es el lituano Andrius Kubilius, quien desde su cargo de responsable de la política de Defensa de la UE ha vaticinado en marzo pasado que Rusia atacará a Europa antes del año 2030, y que posiblemente lo haga desde Bielorrusia. Tamaña predicción quiere tener sustento en la existencia de la alianza entre los gobiernos de Moscú y de Minsk, que Kubilius valora como activamente agresiva, y ha señalado que, en su opinión, la frontera que limite Europa con lo que hoy en día es Rusia debe comprender a la actual Bielorrusia como territorio europeo.

Es muy ilustrativo conocer, por ejemplo en Euronews, plataforma noticiosa que hace vocería de la UE y forma opinión pública en Europa, que en entrevistas a eurodiputados y periodistas especializados se especula abiertamente sobre los cambios que advendrían para Europa si ocurren tres cosas: Una, que se pueda conseguir y sea sostenible la defensa militar de Ucrania con una «coalición de voluntarios» (un grupo de países ante la falta de unidad de la UE respecto de la cuestión ucraniana) mediante una «fuerza de reaseguro» de la OTAN que estaría formada por soldados europeos y sería desplegada en territorio ucraniano. Dos, que la política europea de rearme adoptada en la UE logre en el corto plazo sumar al aproximado de un millón de efectivos de los ejércitos de la UE los 800 mil de la super armada Ucrania, en función de equiparar el millón 600 soldados de Rusia, descontando que Italia, Hungría, Turquía y tal vez otros países no aportarían su contingente, y sin contar con el millón y medio de efectivos estadounidenses. Tres, que se pueda liquidar el poder de los presidentes Putin en Rusia y Lukashenko en Bielorrusia; un escenario imprevisible que, ultima ratio, pretende la secesión de una parte de las 22 repúblicas que integran la Federación de Rusia y/o de los otros 163 sujetos federales del estado ruso. El ensueño más desbocado del europeísmo acunado en la OTAN, que ahora quiere penetrar el inconsciente de los europeos.

Para nadie resulta una extrañeza que en Europa y por 80 años las poblaciones hayan sido educadas en el rechazo del poderío militar como factor determinante del poder nacional en suelo europeo y que, en ese marco, Alemania haya optado tras su reunificación por un progresivo desarme que se acentuó durante los gobiernos de Angela Merkel. Pero ha sido la guerra de Rusia con Ucrania, en la cual intervino casi de inmediato la OTAN a favor de ésta, que en Europa se ha producido un giro muy significativo. Considerada por la UE una «agresión de Rusia» el conflicto desatado el 2022 determinó en la misma Alemania, ya con el gobierno de Olaf Scholz, un Zeitenwende (punto de inflexión) y su administración inició el armamentismo europeo con 100 mil millones de euros para fortalecer las fuerzas armadas del país y «mantener a belicistas como Putin bajo control»; en marzo de este año 2025 Berlín ha anunciado la reposición del servicio militar y desde el Bundeswehr el general Carsten Breuer afirma ante la prensa internacional que «el incremento del presupuesto en Defensa es urgentemente necesario porque la agresión rusa no va a parar en Ucrania (…) Estamos amenazados por Rusia. Estamos amenazados por Putin. Debemos hacer lo que sea necesario para evitar eso (…) No se trata de cuánto tiempo necesito, sino más de cuánto tiempo nos va a dar Putin para prepararnos», advirtiendo que la OTAN debería aprestarse para un posible ataque en un plazo de apenas cuatro años. Estrecha sintonía la suya con el mensaje alarmista lanzado por el lituano Kubilius desde la Comisión Europea.

Francia, el Reino Unido y –graciosamente– España se han sumado al clima de alarma europea frente a las «intenciones expansionistas» de Putin. Junto con Alemania y el think tank armamentista instrumentado desde la Comisión Europea por la estoniana Kallas abogan porque los miembros de la UE puedan potenciar sus industrias de defensa con exención de las normas europeas de endeudamiento, por una suma de euros varias veces billonaria, sobre todo ante la posible separación de EE.UU de la defensa europea, los complicados problemas de una paz en Ucrania y las condiciones que Rusia pueda aceptar, en ese proceso, más de EE.UU que de la UE.

Por tiempos breves este año el asunto ucraniano se revela como una partida entre jugadores que actúan en mundos paralelos y uno de estos es el europeísta con Kallas, Kubilius y Breuer, que por momentos parece jugar los previos de una «Operación Barbarroja» versión 2.0. Mientras en Washington el alto enviado de Putin, Kiril Dimitriev, se reúne con el alto funcionario de Trump, Steve Witkoff, para conversar sobre el fortalecimiento de las relaciones entre los dos países en su búsqueda por poner fin a la guerra en Ucrania. Dimitriev es director general del Fondo Ruso de Inversión Directa, catalizador para atraer inversiones a su país, busca seducir a inversionistas estadounidenses para asentar reales en Rusia llenando los vacíos dejados por la retirada inversión europea desde el 2014; un juego de negocios que añade calor confortable a la relación entre Rusia y EE.UU desde que Trump asumiera el gobierno en enero pasado. 

A mi juicio, la UE con su europeísmo vocinglero y por momentos temerario, está desubicada y sigue sin entender que en este tiempo nuestro el orden mundial que se proyecta sobre Europa (y Eurasia) pivota sobre la fuerza de los grandes imperios soberanistas Rusia y EE.UU que van a marcar el rumbo, sobre todo si son capaces de promover la paz en esa región del mundo. 

Sobre el europeísmo, su trayectoria histórica y su base ideológica volveré en la próxima entrega.

Miguel Rodriguez Sosa
07 de abril del 2025

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