Cecilia Bákula
Rosa de Lima, una santa para el mundo
Un ejemplo de compromiso con los más necesitados
En estos tiempos tan difíciles para la humanidad y, de manera especialísima para el Perú, es bueno volver los ojos y encontrar fuerza e inspiración en nuestra queridísima y mundialmente conocida santa Rosa de Lima. Especialmente en momentos de gran turbación y en este mes de agosto en que la recordamos con especial cariño. Mucho se ha escrito sobre Isabel Flores de Oliva, la santa peruana, la santa del mundo, la santa más conocida en todos los continentes. Y “algo” debió tener esta mujer de extraordinario y, sin duda, de presencia divina en su existencia, para que así haya sido y siga siendo.
Isabel nació en Lima el 20 de abril de 1586. En un siglo de grandes santos latinoamericanos y peruanos como santo Toribio de Mogrovejo, san Martín de Porres, san Juan Macías y san Francisco Solano, y su nombre consta en la partida de bautizo que tuvo lugar en la Parroquia de San Sebastián de Lima, el 25 de mayo del año de su nacimiento.
De la vida de nuestra querida Rosa se ha querido inmortalizar, lamentablemente, los aspectos menos comprendidos e importantes. Y por supuesto, ha habido no pocos intentos locales para desprestigiar no solo su virtud, sino también su voluntad de tener una existencia de servicio. Lo cierto y comprobado es que nació en el seno de una numerosa familia de clase media limeña, en la que las penurias y dificultades no dejaron de estar presentes. Su padre, Gaspar Flores, llegó al Perú junto con el pacificador La Gasca en 1547; aquí se casó con una mujer de origen indígena, María Oliva, cuyas raíces nos remontan a la hermosa ciudad de Huánuco. De ella debió aprender santa Rosa las artes del bordado y los oficios tradicionales que se les permitía, por entonces, a las mujeres.
El nombre de Rosa le fue puesto el día de su confirmación en Quives, recibida de manos del arzobispo Toribio de Mogrovejo. En Quives la familia se enfrentó a problemas económicos severos y a la pérdida de Bernardina, una de las hijas del matrimonio, a quien Isabel quería de manera especialísima. Desde entonces se perfeccionó en ella una profunda vida espiritual, emulando a santa Catalina de Siena, quien fue se modelo de recogimiento y entrega.
¿Por qué destacó nuestra santa? Por un profundo compromiso con los más necesitados y por comprender que es en el servicio al prójimo, sin diferencia alguna, en que se cumple el auténtico mandamiento cristiano. Ello le acarreó no pocos, más bien muchos, problemas familiares y hasta el rechazo de su propia madre, quien quería casarla para garantizar la supervivencia de la familia. Isabel optó por el matrimonio místico con Cristo. Es realmente emocionante su elevada capacidad mística, unida de manera perfecta al servicio a los pobres y desposeídos que, en sus tiempos, eran sin duda indígenas y negros esclavos; y a todos quienes pudieran requerir su ayuda, seguramente pequeña en lo material, pero intensamente valiosa en lo espiritual y sin duda, a los ojos de Dios. Esa entrega permanente, que superaba lo económico, requería de ella una activa vida de contemplación y oración. Y es por ello que le pidió a su hermano Hernando que le ayudara a construir una ermita, en donde ella pasaba horas en meditación y conversando, en íntima amistad con su “niño doctorcito”, que era Jesús mismo.
Santa Rosa no fue una monja de convento ni claustro. Ella quiso vivir como una dominica, pero nunca ingresó formalmente al convento; asumió la regla de los dominicos, vistió ese hábito y se esforzó por hacer de su vida una simple existencia de servicio. ¡Y vaya que esa simpleza dio gigantes resultados!
Su vida ha inspirado a muchas generaciones y, sin duda, ha sido objeto de las más hermosas expresiones de arte. Quisiera destacar solo cinco de ellas, en el casi infinito universo de representaciones que su vida ha motivado. Una escultura en la parte alta de la columnata izquierda de la Plaza de San Pedro; la representación de su muerte por el artista italiano Melchiore Caffá, que se puede apreciar en el convento de Santo Domingo en Lima. Respecto a obra pictórica, que es también innumerable, es imposible dejar de mencionar el retrato póstumo que le hizo Angelino Medoro, la imagen de la santa en un rapto místico (obra de Francisco Laso) y la representación de los funerales de santa Rosa (obra de Teófilo Castillo).
Tuvo una existencia bastante breve pues murió el 24 de agosto de 1617 a los 31 años, con una salud bastante frágil. El conocimiento de su vida y la infinidad de testimonios de santidad y obras extraordinarias que ella hacía, solo como instrumento humilde de Dios, permitieron que su proceso de beatificación fuera bastante rápido. Fue canonizada el 12 de abril de 1668 por el papa Clemente X y luego se le declaró patrona del Perú, de América y de las Filipinas. Es también, patrona de nuestras Fuerzas Armadas.
El Perú debe volver los ojos a esos personajes que han marcado nuestra historia, que nos sirven de orgullo y referencia. Y que nos permiten comprender que tenemos fuerza, garra y capacidad para superar muchos obstáculos, cuando nuestros referentes son actualizados y puestos como valores dignos de imitar.
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