Cecilia Bákula
Respeto a la mujer, siempre y cabalmente
Machismo al interior del Congreso de la República
Parece increíble que tengamos que hablar nuevamente de la recurrencia de actos de violencia contra la mujer. Y que este caso se refiera a una situación presentada recientemente en el seno del Congreso de la República. Un legislador, uno de quien podría depender que se dieran normas en defensa de la mujer, fue quien tuvo actitudes y expresiones claramente violentas contra una congresista. Con el agravante de que a ese legislador le tomó mucho tiempo reconocer la violencia de sus palabras y se permitió poner en tela de juicio el justo reclamo de quien se sintió agredida y ofendida. Incluso pretendió hacer ver que había voluntad de desprestigiarlo, cuando el desprestigio vino exclusivamente de su actitud grosera, ofensiva y ante testigos.
Con este hecho vemos cómo la sola condición de ser mujer se convierte en un motivo suficiente, irracional por cierto, por el que a muchas personas les parece “natural” tener reacciones tan violentas y cargadas de desprecio. Quizá en el pensamiento colectivo, la agresión se da solamente con violencia sexual; no obstante, lo que se ve con mayor abundancia es el llamado hostigamiento sexual que, por estar aun comprendido dentro de formas “habituales” de expresión, hacen que se invisibilice la agresión. Gracias a Dios, en este caso, la congresista ofendida no dudó en hacer ver la agresividad de la conducta y tuvo capacidad de reacción y denuncia.
Lamentablemente, en nuestro medio no todas las mujeres poseen ni esa rapidez ni esa fortaleza de espíritu. Y es por eso que la ofensa, común y constante, pasa inadvertida la mayor de las veces, porque en el pensamiento de muchos, a la mujer se le puede espetar cualquier frase y cualquier tipo de expresión. Pero se equivocó y gravemente el agresor, porque más allá de las observaciones a su precario desempeño político, se ha convertido en la imagen del agresor solapado, incapaz de controlar su manera de expresarse; y lento, muy lento a la disculpa.
Hay un detalle adicional que me permito comentar, y es la ausencia de reacción de las entidades y colectivos que supuestamente defienden a la mujer, y que deben estar al tanto de hechos que atentan contra su seguridad e integridad. Dicho está que el calvario femenino no se limita ni reduce a la violencia sexual física, sino que también abarca la conducta agresiva, insolente y de desprecio que muchos varones tienen en su inconsciente, y que les hace reaccionar sin haberse percatado de lo que dicen. Esto, cierto es, se agrava por la condición de quien, en este caso, fue el agresor, porque a más dignidad, más responsabilidad.
Del mismo modo, de manera pública, la congresista ofendida, recibió el respaldo expreso y claro de 17 de sus compañeras en el Legislativo. Pero otras muchas, ya que en total son 52 mujeres en el Parlamento, han guardado un silencio preocupante, porque en la defensa de la causa de las mujeres, sin ser yo feminista en término actuales, puedo decir que ante la agresión a una mujer todas somos agredidas y la reacción debería ser plena, contundente e inmediata. Pero lo que hemos visto y que refiero en esta oportunidad, no será, desgraciadamente, la única situación que se presente, pues aún falta mucho por erradicar en la educación de los varones de nuestro país y en la autoestima de las mujeres.
Muchas veces se escucha y lee que esa conducta violenta contra la mujer es “estructural” en nuestra sociedad. Y ante eso me pregunto, ¿cómo se educa a ese respecto? ¿Qué sanciones ejemplificadoras, tomará la Comisión de Ética en este caso, para que la sanción que se aplique sea la mejor enseñanza y advertencia contundente para que los posibles y latentes agresores, aprendan a controlarse y a erradicar de su mente todo aquello que nos ofende y agravia?
La Ley Número 3115 existe. Pero no se trata de que haya un documento más; se trata de generar conciencia colectiva de respeto a la dignidad y derechos de la mujer; de respeto al ser humano. Y para ello se debe utilizar todos los medios posibles, para erradicar esas actitudes sexistas y machistas. Porque también vemos a diario conductas despectivas, racistas, de intolerancia hacia creencias y diferencias de origen, color y labor que deben desaparecer, porque solo conducen a mayor fragmentación y menor unión entre los peruanos.
Educar hacia el respeto es tan importante como educar hacia el autocontrol y a la maravilla de una humilde y oportuna disculpa, cuando se hace necesaria.
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