Darío Enríquez

¿Qué haremos al día siguiente?

El eterno retorno de la crispación social

¿Qué haremos al día siguiente?
Darío Enríquez
11 de mayo del 2021


Cada proceso electoral, desde 1990, nos ha enfrentado a circunstancias bastante complejas y peligrosas. En verdad, toda nuestra historia republicana se muestra plena de conflictos electorales, cuando no de golpes de Estado. Nuestra institucionalidad democrática siempre fue precaria. Sin embargo, desde 1993 hasta 2018 se cumplieron las reglas preestablecidas; incluso en tiempos bastante difíciles, como en la crisis política que terminó abruptamente con la renuncia de Alberto Fujimori, se encontraron soluciones constitucionales.

En la última década, la crisis política nos ha llevado a una crispación social creciente, afectando notablemente nuestro proceso de crecimiento económico, bastante magro en el último quinquenio, incluso antes de la crisis sanitaria del Covid-19. Esta crispación se refleja en el acontecer político y –como es lógico suponer– en nuestras campañas electorales. La destrucción de los partidos ha profundizado la precariedad de nuestras instituciones políticas y la consiguiente tendencia a favor de un caudillismo providencial que poco o nada ayuda a elevar el nivel de nuestra democracia.

En este momento nos encontramos en la mitad de la campaña para la segunda vuelta electoral. Los ánimos exacerbados se multiplican día a día –como en el vals criollo– sin medida ni clemencia. Ya no queda ninguna duda de que la tolerancia respecto de las opciones políticas ajenas no es una virtud que se practique especialmente entre nuestros conciudadanos. También destaca la enorme divergencia de haceres, decires y pensares. Tanto medios como fines difieren demasiado entre unos y otros, de modo que lograr cierto nivel de concertación política, social y cultural se hace inimaginable por ahora.

¿Qué haremos al día siguiente del ballotage? ¿Todo volverá a ser como antes de las elecciones? Al menos este tiempo ha servido para apaciguar la indignación frente a un gobierno poco eficaz en el manejo de la crisis sanitaria; aunque debemos reconocer que el actual gabinete gubernamental se esfuerza por reencaminar la cosa pública, luego de la destrucción perpetrada por el impresentable Martín Vizcarra.

El último quinquenio nos tocó vivir una crisis política permanente, muy correlacionada con la aspereza y violencia verbal de la campaña 2016. Aunque debemos saludar que los cuatro presidentes que han ejercido se hayan sucedido siguiendo procedimientos legales preestablecidos ante una renuncia (Kuczynski y Merino) o una vacancia (Vizcarra), se ha vulnerado nuestra estabilidad jurídica debido a la jurisprudencia que proviene de fallos absurdos dados por el Tribunal Constitucional, apoyando el legicidio de Vizcarra de disolver el Congreso sin cumplir ni la letra ni el espíritu de nuestra carta magna.

Para el día siguiente de la segunda vuelta, sea cual fuere el resultado, tendremos un escenario altamente conflictivo e incierto. A diferencia de lo acontecido en 2016, en esta oportunidad hay un ingrediente (proto)ideológico que agudiza la polarización y los temores de los unos frente al posible triunfo de los otros. A esto se agrega además –seríamos ingenuos si no lo advertimos– que Chile y Colombia (los países “neoliberales” del vecindario internacional) han sido elegidos por el socialista Foro de Puebla (antes, Foro de São Paulo) como “campo de batalla” de revueltas con turbas caóticas, descontroladas y violentas. La oclocracia en acción. Perú ha sido agregado a esa lista negra del socialismo regional, mientras que Ecuador ha escapado apenas de esta inaceptable intromisión internacional debido al reciente triunfo de Guillermo Lasso, candidato “de la derecha”.

Si gana Keiko Fujimori en Perú, asistiremos a una nueva transición de cinco años más, ahora en un complicado contexto pospandémico y una necesaria recuperación económico social con escaso margen para el error. En predios “izquierdistas” se ha amenazado con movilizaciones masivas si Keiko es elegida, pues ellos aseguran que “solo nos ganarían con fraude”. Si tenemos en cuenta los ánimos bastante caldeados, ambos grupos se encontrarían en las calles si es que los líderes políticos fracasan –como es fácil de prever en un espacio político con movimientos políticos frágiles y vulnerables– en su llamado a la cordura para que sus huestes acepten las reglas de juego democráticas y sus resultados.

Si gana Pedro Castillo, sus propuestas de extrema izquierda –que abandonan la disciplina fiscal en lo económico, que desconocen los contratos ley en lo jurídico y que abonan a favor de una nueva Constitución de corte "popular" en lo político (sabemos lo que significa "popular")– definirán un escenario de enorme incertidumbre. Solo con la posibilidad de su triunfo, según las primeras encuestas, ya ha provocado una caída bursátil y el alza en el tipo de cambio, lo que implica sufrir mayor inestabilidad económica, política y social. Como si fuera poco lo que se vive en estos tiempos de crisis sanitaria.

Debemos estar vigilantes con cada paso que den los candidatos y su entorno respectivo. Desde ya, ambos deben asumir su responsabilidad y actuar en consecuencia para definir cómo se va a enfrentar ese "día siguiente". Mucho cuidado también con la gente que se acerca atraída por las mieles de un poder posible para "sumarse al equipo". Algunos personajes pueden "empoderarse" más de lo debido, quebrando la lógica democrática del mandato popular con la aparición de oscuros poderes paralelos.

Darío Enríquez
11 de mayo del 2021

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