Francisco Swett
¡Que cien años no es nada!
¿Se repetirán en este siglo las guerras mundiales?

En el estudio de la raza humana, de sus actores y colectividades, la historia es la disciplina que rige. Su análisis no solo permite aprender el pasado, sino interpretar el presente. Cabe recordar las advertencias de Santayana, cuando sentenció que “quienes no recuerdan el pasado están condenados a repetirlo”, y de A. J. P. Taylor quien, refiriéndose a los orígenes de la Segunda Guerra Mundial, expresó que la mayoría de los estudiosos de la historia “aprenden de los errores del pasado (lo que es requerido para) cometer nuevos errores”.
El pasado 6 de junio se conmemoraron los 75 años del D-day, el desembarco de las tropas Aliadas en las playas de Normandía que, año y medio después, terminaría con la caída del Tercer Reich. La invasión ocurrió poco más de un cuarto de siglo luego de que los mismos principales actores, Gran Bretaña y Alemania, concluyeran el conflicto de la Gran Guerra que había iniciado luego del asesinato del Archiduque Franz Ferdinand y su esposa, por Gavrilo Prinzip, un joven de diecinueve años que poco o nada entendía el significado de lo que había hecho.
Entre ambos conflictos serían más de 75 millones de personas que perderían la vida sojuzgados por las tiranías gemelas del nazismo y del comunismo, y como consecuencia de la cadena de errores que, como consecuencia de los términos leoninos del Tratado de Versalles, provocaron la quiebra de Alemania y dieron pie al ascenso de Hitler desde las tabernas de Múnich al poder absoluto del Führer. Los campos de batalla fueron los semilleros en los que germinaron las ideas nacionalistas y patológicas de Hitler, Stalin y Mussolini, y dieron protagonismo a Churchill, De Gaulle e inclusive a quien a la postre fungía de Secretario de la Armada Americana (Roosevelt), así como a muchos de los prominentes jefes militares de todos los bandos.
Un acto de terrorismo de Estado ubicó a Rusia de lado de los facinerosos en una parcela olvidada de territorio (Bosnia), de poca o ninguna importancia estratégica; por su parte, las reacciones de los Aliados sembraron el terreno del futuro conflicto. Las sanciones y la correspondiente respuesta de escalamiento de la retórica nacionalista provocaron una reacción inicialmente calmada de los mercados financieros, que posteriormente derivó en pánico incontrolable. Los intereses nacionales se vieron afectados y se dio inicio a las guerras comerciales que, al igual que hoy, son ejecutadas por los actores equivocados, los gobiernos, y son pagadas por los comerciantes, por los productores cada vez más integrados en cadenas de producción transnacionales, por los empleados que pierden sus puestos de trabajo y por los consumidores que sufren la pérdida de libertad para escoger los bienes y servicios más convenientes, a los precios que la libre competencia determina.
La historia no registra solamente los conflictos, sino todas las diferentes manifestaciones del quehacer humano. Hoy Alemania prefiere al fútbol a las guerras. Los países europeos son entes virtualmente inermes en materia bélica. China es la nueva superpotencia que provoca la reacción del imperio americano de Trump quien, cual Savonarola reencarnado, desafía a todos desde su tarima de poder. La economía rusa se hunde en recesión, pero Putin, quien hace ratos abandonó cualquier postura de practicante de la democracia y de la economía liberal de mercado, es el tipo de animal político que, enfrentado con capitulación o escalamiento, responde con desafíos. Haciendo uso agresivo de su capital político, por su postura nacionalista, es él quien hoy adopta las posturas del Káiser Wilhelm para, según él, mostrarle a los europeos y americanos quién es quién en materia militar.
Niall Ferguson argumenta que la real lección de la historia es cómo una anónima crisis puede escalar y convertirse en un conflicto global. En este contexto, es un error estratégico echar mano de sanciones indiscriminadas —sean estas de tipo comercial, económico o político— sin prever las posibles guerras que se desaten como consecuencia. Ignorar la historia o reiterar los errores dice muy poco acerca del progreso de la humanidad, luego de una centuria marcada por los conflictos provocados por los ególatras, los megalómanos, los psicópatas, los fanáticos y los millones de peones que sirvieron a sus voluntades.
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