Darío Enríquez

¿Por qué los peruanos odiamos al Congreso?

El incipiente desarrollo de nuestra cultura ciudadana

¿Por qué los peruanos odiamos al Congreso?
Darío Enríquez
14 de julio del 2020


Aunque existen no una sino muchas formas de ser peruano, debemos reconocer que la cultura democrática no es parte sustancial de ninguna de ellas, sino solo por sorpresiva excepción o feliz accidente. En verdad, podemos afirmar que, como tendencia dominante, los peruanos gustamos del autoritarismo. Hablamos en primera persona solo como fórmula comunicacional, pero debiéramos hacerlo en tercera persona, pues nosotros sí creemos en los principios y valores de la democracia liberal, que la mayoría ignora, subestima o desprecia.

Bajo esa premisa contextual, nuestra cultura no soporta la lógica política e institucional de un Congreso de representantes. Elegimos (si hay comicios) o aceptamos (si se trata de un golpe de Estado) un presidente que es casi un rey absolutista. Deseamos que ejerza como tal, y si puede quedarse todo el tiempo posible –aunque quiebre plazos legales– pues mucho mejor. Luego, en muy poco tiempo nos desencanta; pero en tanto presidente, mantiene su aureola real. La fórmula constitucional que reza «el Presidente de la República personifica a la Nación» (artículo 110) se asume como «La Nación soy yo» y solemos tener irónicamente nuestro propio «Rey Sol» sin brillo ni imperio.

Por otro lado, en la misma línea de esa cuasidivinización del presidente (ajena a todo principio democrático), tenemos la demonización del parlamento. Es increíble que el sentido, la lógica y el rol de una institución como el parlamento –cuyas primeras versiones surgieron hace casi un milenio– sean prácticamente desconocidas para el peruano promedio: legislar, fiscalizar y representar. Lo que en principio se estableció como una forma de limitar el poder omnímodo de un monarca absolutista, luego de un largo y accidentado proceso de evolución cultural, política y civilizatoria, se convirtió en elemento fundamental del equilibrio de poderes en una democracia. 

Lo cierto es que en nuestra cultura ciudadana no se concibe que haya en el Congreso gente que no apreciamos. Sin embargo, por definición, en el Congreso siempre tendremos gente que rechazamos, porque no se trata de un partido que ganó todas las curules, sino que en él se debe reflejar –y se refleja– la diversidad de ideas, pensamientos y visiones del mundo que existen en toda sociedad. Por esa misma razón, queda fuera de todo esquema racional que se «acuse» al Congreso de ser «obstruccionista», porque ello es propio e inherente a sus funciones: el Poder Legislativo es contrapeso y factor clave para el equilibrio del modelo democrático, frente a los poderes Ejecutivo y Judicial. Es obligación de los políticos gestionarse entre las tensiones de fiscalización, obstrucción, coordinación, concertación y pactos de gobernabilidad.

Muchos piensan que un tipo detestable, sociópata y asesino serial, cuyo nombre omitimos por higiene mediática, nunca debió ser congresista. En las últimas semanas su imagen pretende ser limpiada por las izquierdas violentas, en estos tiempos de gente confundida. Pero hasta un tipo como ese pudo ser elegido congresista porque no se requiere obtener mayoría absoluta, sino el apoyo de un cierto grupo de gente que se siente representado por él. Y la aritmética democrática electoral hace lo suyo con un diseño (correctamente) abierto a la diversidad.

Nos guste o no, eso también es democracia. En los comicios parlamentarios no se trata de elegir a 130 genios o personajes sin mácula, sino a representantes que abarquen la mayor diversidad posible. De hecho, hay un problema de representatividad de nuestros parlamentarios respecto al Pueblo que se supone representan, para lo cual hemos venido alcanzado críticas y alternativas en estos dos enlaces:

https://www.elmontonero.pe/columnas/el-distrito-electoral-uninominal-es-la-mejor-opcion

https://elmontonero.pe/columnas/la-reforma-electoral-esa-cojudeza.

Sea cual fuere el sistema de elección, habrá siempre en el parlamento una diversidad que es inconcebible para la cultura política promedio de los peruanos. En absurdas discusiones se oyen gritos destemplados diciendo que «ese tipo no debe estar en el Congreso», «esos congresistas son impresentables», «debemos votar para que esos nunca sean elegidos», etc. ¿Acaso cuando votamos decidimos quién no va? No es así, solo podemos tratar de elegir a quien goza de nuestras preferencias. Y de repente ninguno de los dos que proponemos (usando la opción preferencial de la legislación electoral peruana) alcanza curul.

Las reglas de juego de una democracia nos deben llevar a aceptar democráticamente los resultados y, en consecuencia, respetar la voluntad popular, coincida o no con nuestro voto. Sin una institucionalidad sólida, el camino hacia el desarrollo se hará cada vez más sombrío y la involución de lo que hemos avanzado hasta hoy se mantendrá como una amenaza permanente.

Darío Enríquez
14 de julio del 2020

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