Pedro Corzo
Petro en caída libre
Sombras sobre la izquierda colombiana
Escribo desde Medellín, una ciudad pujante y llena de gente encantadora. Entre las decenas de personas con las que conversé, la mayoría coincide en que el primer gobierno de izquierda del país ha sido un completo desastre. Según ellos, un segundo mandato con la misma orientación política conduciría a la nación a su ruina.
La mayoría de mis interlocutores —personas lúcidas, de amplio vocabulario y excelente memoria— considera al mandatario Gustavo Petro un hombre inepto, carente de disciplina y sin otra meta que el poder, aunque ignora qué hacer con él. Más de uno me aseguró que el presidente es aún más incapaz que Hugo Chávez y Nicolás Maduro juntos, pues no ha logrado concretar la mayoría de las metas que se propuso, ni siquiera aquellas que harían posible la continuidad de su proyecto político.
Confieso haberme equivocado. Creía que Petro era un hombre disciplinado, trabajador e inteligente, lo contrario de lo que me demostraron sus compatriotas. En su fallida gestión destacan las precarias relaciones con Washington, su postura contraria a Israel —apoyando a los palestinos sin mencionar los crímenes de la agrupación terrorista Hamás— y su actitud mezquina ante el Premio Nobel de la Paz concedido a la lideresa María Corina Machado.
En casi todas las conversaciones surgió el nombre de un personaje que, para mis interlocutores, parece una peligrosa mezcla del místico ruso Grigori Rasputín y del político francés Joseph Fouché: dos genios tenebrosos que manipularon con habilidad las circunstancias más adversas y lograron una sorprendente supervivencia política. Ese personaje es el actual ministro del Interior, Armando Benedetti, sin duda un hombre hábil y de notables recursos. Fue concejal de Bogotá entre 1998 y 2000, diputado por la capital y senador desde 2006 durante dieciséis años, antes de incorporarse en 2022 a la campaña presidencial de Petro, tras haber presidido la Cámara Alta.
Benedetti, más allá de sus talentos, es considerado un político particularmente controvertido. Su primer cargo en la administración fue el de embajador en Venezuela, pero antes de cumplir un año presentó su renuncia, luego de que se difundieran grabaciones en las que amenazaba a la jefa de gabinete, Laura Sarabia, con divulgar información sobre el financiamiento de la campaña electoral, capaz —según él— de derrocar al gobierno y llevar a varios a prisión. Pese a ello, Benedetti ocupó otros puestos hasta ser nombrado ministro del Interior.
No debe pasarse por alto que la mayoría de la población de esta región es partidaria del expresidente Álvaro Uribe. Por ello, cuando el tribunal de Bogotá absolvió al exmandatario de los cargos en su contra, la reacción general fue de satisfacción. Petro, en cambio, criticó con dureza la decisión judicial, a pesar de haber declarado anteriormente que respetaría las sentencias de los tribunales.
Asimismo, observé que los ciudadanos muestran una atención particular hacia las relaciones entre su país y Estados Unidos. Esa sensibilidad se hizo evidente cuando el entonces presidente Donald Trump decidió suspender la ayuda militar al gobierno de Petro y lo situó casi al mismo nivel que Nicolás Maduro, calificándolo de líder del narcotráfico. Las personas con las que hablé celebraron la decisión, y su satisfacción aumentó cuando se difundió que el mandatario, su esposa, su hijo mayor y el ministro Benedetti habían sido incluidos en la Lista Clinton, que agrupa a individuos y empresas vinculadas al lavado de dinero del narcotráfico internacional.
Las elecciones presidenciales en Colombia se celebrarán el próximo año y todo indica que resulta cada vez menos probable que el candidato oficialista Iván Cepeda llegue al Palacio de Nariño. Cepeda obtuvo muchos menos votos que Petro en las primarias y es considerado por muchos aún más extremista que el actual mandatario. Ojalá los electores no vuelvan a equivocarse.
















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