Pedro Corzo
Ortega y Murillo sin caretas
La crueldad de la dictadura nicaragüense contra la Igleisa católica

Para quienes tienen conocimiento de lo que significan las propuestas reivindicadoras inspiradas primero por el castrismo y después por la aún más mortífera dupla del castro chavismo, lo que está aconteciendo en Nicaragua no es una sorpresa. Es más bien el penoso continuismo de un régimen que, como todos sus pares, suma a su incapacidad de crear condiciones para gestar riquezas, una actividad represiva particularmente cruel y despiadada.
Ortega arribó al poder la última vez en el 2007, y todo indica que se propone morir ejerciéndolo, tal y como hizo Fidel Castro, su maestro en el crimen organizado. Lo único que supo organizar Castro, porque hundió la República de Cuba, con graves secuelas para la nación. Así que es de esperar que el dictador nicaragüense esté preparando su sucesor, una especie de clon de sí mismo, como ha acontecido en la Isla con Miguel Díaz Cannel.
No se puede mencionar a Daniel Ortega ni a su esposa Rosario Murillo sin aludir a los Castro. Ellos fueron sus mentores y benefactores, al igual que la Unión Soviética de Leonid Brezhnev. El dictador, como sus pares extranjeros mencionados, solo busca el poder y la perpetuación en el mismo, sin tener en cuenta el padecimiento de los gobernados.
La actual ola represiva que patrocinan Ortega-Murillo es particularmente cruel por estar orientada contra la Iglesia Católica. Una doctrina que los dictadores ideológicos ven como un enemigo fundamental en sus continuados esfuerzos por ampliar e inmortalizar su autoridad.
Las religiones son, para estos déspotas, enemigos a destruir o conquistar, ya que están conscientes de la profunda influencia que ejercen en la sociedad. Eso los motiva a intentar constituir las llamadas iglesias nacionales con diferentes denominaciones, en las cuales el ídolo supremo es el conductor del estado.
Ellos con sus propuestas pretenden conducir a sus ciudadanos a un círculo de fe y confianza que no pueda ser derribado ni por abusos o fracasos. Por esta razón, cuando se sienten suficientemente fuertes, buscan abatir a quienes consideran su más peligroso rival, la Iglesia Católica.
Ortega y su maestro Castro fueron enemigos de las doctrinas religiosas, con una devastadora devoción contra la Iglesia Católica. Fidel expulsó a más de un centenar de sacerdotes y encarceló a varios. Durante años practicar una fe religiosa fue un impedimento para progresar en la sociedad socialista y en un proceso judicial, un agravante.
Sin embargo, la crueldad de Daniel Ortega contra la Iglesia Católica y sus sacerdotes, en mi opinión, ha sido mayor que la patrocinada por los Castro en Cuba. Y es de creer que en esto tiene mucha participación su vicepresidenta y esposa Rosario Murillo, cuyo catolicismo militante, según algunos, es el de una auto iluminada sacerdotisa que quiere reformar la Iglesia a la conveniencia total de su gobierno.
Como si esta represión contra sacerdotes, misioneros, opositores políticos y ONG no fuera suficiente, la dupla gobernante ha recrudecido sus ataques contra el periodismo y los periodistas. Lo comprobamos con el robo de la sede del periódico La Prensa, un referente del periodismo latinoamericano que, como comentaba hace unos días la periodista Dina Díaz, nicaragüense asilada en Estados Unidos, era una alegría a la vista porque al entrar en la ciudad se veía el nombre del periódico que bautizara el poeta Pablo Antonio Cuadra como “La República de Papel”.
Disculpen las comparaciones, pero es que son inevitables. Lo que acontece con el diario La Prensa se asemeja mucho a lo que ocurrió con todos los medios informativos cubanos a menos de dos años del triunfo de la insurrección. Pero muy en particular con el emblemático Diario de La Marina, decano de la prensa insular, al que los sanguinarios hermanos y sus esbirros le montaron un entierro, incluido el ataúd, que recorrió gran parte de la ciudad capital.
El odio de los Castro al Diario de La Marina puede compararse con el aborrecimiento que Ortega-Murillo sienten hacia La Prensa y contra todos los que rechacen sus propuestas. El finado Amado Rodríguez me dijo hace muchos años que la vejez agudiza los defectos; y evidentemente los déspotas de nicaragüenses han envejecido en el poder. Por lo tanto, es tiempo de que sean pasados a retiro.
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