Darío Enríquez

Normalización de la discriminación en el Perú

Cateriano, Palacios y el nuevo « choleo » en nuestra sociedad

Normalización de la discriminación en el Perú
Darío Enríquez
11 de agosto del 2020


Es alarmante comprobar cómo los peores hábitos, usos y pendencias se reciclan en nuestro Perú. Recuerdo un hecho curioso que me permitirá entrar en materia. A mediados de los noventa, por cuestiones de trabajo, debía recibir la visita del señor X, gerente financiero de la empresa emergente Z. Requerían soporte en comercio exterior (servicios de cobranza y créditos documentarios) y, teniendo en cuenta su calificación positiva, deseábamos ampliar negocios con ellos. Le dije a la señorita Y, recepcionista de la división de negocios, que lo hiciera pasar de inmediato a mi oficina una vez que llegara. Transcurrió media hora y no había noticias del gerente financiero que yo esperaba. Llamé por el interno a recepción y no contestaban. Entonces me dirigí hacia allá y encontré al señor X esperando ya una buena cantidad de minutos, mientras la señorita Y se aturdía revisando unos documentos que debía reparti :

–¿No le pedí que hiciera pasar de inmediato al señor X, gerente financiero de la empresa Z? –le dije.

–Sí –me respondió la señorita Y. Y sin ruborizarse continuó diciendo–, es que no sabía qué hacer porque no tiene pinta de gerente.

Esa «pinta» era y sigue siendo un malhadado peruanismo, similar a la «presencia» que se solicita en ciertos avisos de empleo. O que diferencia a un «socio» de un «indeseable» en el acceso a ciertos «clubes nocturnos». El «choleo» (chineo, negreo, chuncheo, prieteo y similares) sigue tan vivo como siempre en el Perú. Se despliega con impunidad en la vida cotidiana; y muy especialmente en los medios de comunicación, con persistencia feroz. Pero debe reciclarse adaptándose a los tiempos. Sus formas grotescas deben ser edulcoradas.

Hace unos días el gabinete ministerial que presidía Pedro Cateriano fue rechazado por amplia mayoría en el Congreso y se produjo una crisis total del Ejecutivo. Mientras escribimos estas líneas, un nuevo gabinete estará presentándose en el Congreso y el resultado es poco previsible. Ninguno de los reclamos que presentaron los congresistas en contra del gabinete Cateriano ha sido atendido por el Gobierno. Al menos no se ha hecho público ningún acuerdo o negociación pertinente. Solo hemos sido testigos de la incapacidad del presidente Vizcarra para tomar iniciativas tendientes a un sano diálogo, a la altura de las difíciles circunstancias que vivimos, y de la persistencia del Congreso en sus demandas. Tal vez el perfil bajo del nuevo primer ministro Walter Martos ayude a una dinámica positiva que convoque y no divida, como sucedió lamentablemente con el censurado Pedro Cateriano.

Precisamente, pocas horas después de haber sido censurado por el Congreso, Pedro Cateriano fue entrevistado en Radio Santa Rosa por la comunicadora Rosa María Palacios. Ambos dieron un penoso espectáculo desplegando sus frustraciones (curioso, ella también). No tuvieron mejor idea que lanzar diatribas, hirientes ironías e incluso calumnias contra los congresistas que votaron en contra de Cateriano (¿y Palacios?). El mismo Cateriano reconoció al final del día que no podía aseverar nada sobre un chantaje o extorsión del Congreso a su gabinete; sin embargo, junto a Palacios hablaron sobre esa falaz extorsión como si fuese un hecho. Y la misma Palacios lo ha reiterado varias veces, junto a otros comunicadores, hasta pidiendo juicio contra los congresistas. Ahora ya vemos cómo podría explicarse esa persistencia del presidente Vizcarra (felizmente sin resultados) para eliminar la inmunidad parlamentaria: pretendían someter judicialmente al nuevo Congreso, visto que en su último año no puede ser disuelto, como se hizo con el anterior.

Todo ese festival de despropósitos perpetrados por Palacios y Cateriano, causó gran desazón y condena en las redes sociales (los medios de comunicación convencionales blindaron a los maldicientes). Especialmente diversos conceptos, ideas y prejuicios inaceptables contra congresistas del Frepap, de penoso contenido discriminador e incluso racista. No puede tolerarse que los hayan tratado casi como ignorantes, iletrados o «no-contactados», en medio de carcajadas.

Esto no es algo nuevo, inusitado o extraño, sino que forma parte de los nefastos hábitos, usos y pendencias que mencionamos en nuestro primer párrafo y que, ahora sabemos (en verdad, confirmamos) que caracterizan a gente como Palacios y Cateriano. Tal parece que aunque muchos integrantes del Frepap sean profesionales y tengan tanto preparación como experiencia, para los susodichos «no tienen pinta ni presencia». Entonces, ni averiguar, deben ser (casi) analfabetos. De paso, les colgaron el sambenito de «fanáticos» por ejercer el derecho a profesar una creencia religiosa en un país como el Perú, en donde se respeta la libertad de culto.

Resulta curioso todo esto porque, en otros casos, a estos periodistas se les ha visto «doctoreando» a personajes políticos como Susana Villarán o Anel Townsend. Sin embargo, ni la una ni la otra tenían estudios universitarios, y apenas habían finalizado secundaria. Claro, seguramente porque ellas sí tenían pinta, apellido o piel de «doctores». Pero bien que usaban impunemente ese grado universitario que no les correspondía (Villarán en la OEA y Townsend en USIL, hasta donde se sabe), sin que tan acuciosos comunicadores o periodistas de investigación se dignaran siquiera a preguntarles en dónde habían obtenido su doctorado, a que mención académica respondía, cuál fue su tema de tesis y quién su director de investigación. Dicho sea de paso, sería interesante que Pedro Cateriano, a quien llaman «doctor», responda a estas preguntas.

Así estamos. Si alguna duda teníamos sobre la decisión del Congreso de censurar a Pedro Cateriano y su gabinete, las reacciones del frustrado primer ministro nos permiten tener la seguridad de que esa decisión fue la correcta. Quien se permite proferir tales expresiones y desplegar tan funestos prejuicios –que terminan siendo contra la inmensa mayoría de peruanos– no puede ni debe ocupar cargo estatal alguno, menos en altas posiciones dentro de los poderes del Estado.

Darío Enríquez
11 de agosto del 2020

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