Jorge Varela
Neoliberalismo, lazos sociales y violencia en Sudamérica
Según el coro de brujos académicos

Comencemos diciendo que la convulsión social y política no es un patrimonio exclusivo de naciones como Perú, Ecuador, Colombia o Chile. No es posible sostener que sólo en Sudamérica ocurren sucesos violentos, protestas sociales, revueltas y rupturas del ordenamiento jurídico-democrático. Eso sería falso.
Se trata sí –para ser precisos–de una realidad que puede calificarse de un ‘estado continuo’, una cascada sin interrupciones: un tiempo de decadencia originado en causas diversas, entre ellas el neoliberalismo –objeto de condena insistente por parte de académicos y políticos izquierdistas–, algo así como un espacio atmosférico donde habitaría un gran dragón de Komodo presto a comerse a quien invada su hábitat.
Una concepción metafísica-materialista
Para el filósofo chileno Pablo Oyarzún, el neoliberalismo “es un tema global relacionado con la fácil disolución de los lazos sociales”. “Tengo la impresión –ha dicho– que estamos en un momento crítico: una situación en la cual es necesario inventar nuevas formas de configuración de ese lazo social. “La sociedad neoliberal… descansa en el reclamo de la necesidad de seguridad” (entrevista. El Desconcierto.cl, 11 de noviembre de 2022).
“Es muy complejo pensar una comunidad, una sociedad, que tiene como único medio de lazo social el mercado. Es muy difícil entender que ese lazo social sea suficiente para establecer condiciones de paz. Ahora, si uno está sometido a condiciones de competencia, es como estar en un estado de guerra latente. Uno sabe que la violencia no es deseable, pero tiene que saber qué hacer con ella. No puede simplemente condenarla. Eso no resuelve el problema, sino deja que en otro momento vuelva a ocurrir en condiciones incluso mayores”.
Esta breve opinión de Oyarzún relativa a la violencia requiere –sin duda– un desarrollo de mayor densidad; aunque reconoce haber quedado corto respecto a su análisis, pues plantea “que las herramientas, conceptos e instrumentos que disponemos, tienen que ser reformulados para poder pensar lo que está pasando”.
Quisiera entender de buena fe, que su reflexión en este tema de tanto espesor no cobija una concepción metafísica materialista excluyente. A veces hace falta un aire de espiritualidad que oxigene y nutra el pensamiento analítico.
En este punto prefiero quedarme con la filósofa y ensayista Lucy Oporto quien sin titubeos criticó lúcidamente las inconsistencias y complacencias del cura Mariano Puga y del historiador Gabriel Salazar, legitimadores de la violencia que tuvo lugar en Santiago de Chile y defensores de los vándalos saqueadores de octubre de 2019 y del ‘derecho a destruirlo todo’ (“He aquí el lugar en que debes armarte de fortaleza”. 2021)
Sobre los lazos sociales y su descomposición
A propósito de los lazos sociales, es oportuno hacer referencia a la obra La condición postmoderna de Jean-François Lyotard, en la que analiza la naturaleza de los lazos sociales, como alternativa moderna y como perspectiva postmoderna. De ella se extrae una primera conclusión tentativa: que el lazo social bajo la alternativa moderna anida en dos de los grandes relatos del discurso sociológico del siglo XX como lo son el funcionalismo y el marxismo, actuando como índice de equilibrio, orden y consenso en el primer relato, y como escisión y conflicto en el segundo.
Al venirse al suelo los relatos propiciadores de ideas de cambio, de progreso, de desarrollo y perfeccionamiento –tanto del hombre, como de la sociedad– el resultado ha sido la disolución y el fin del lazo social. Según Lyotard, esto es producto de lo que él denomina la ‘descomposición de los grandes relatos’, descomposición que viene a generar la disolución del lazo social y la mutación de las colectividades sociales al estado de masa amorfa compuesta de átomos individuales (individuos).
El atomismo social que caracteriza a la postmodernidad ha configurado una alteración en la actitud moderna, significando el paso de la unidad a la fragmentación, de la homogeneidad a la heterogeneidad, de la identidad unificada a la dispersión de las identidades y en definitiva la disolución del lazo social, inclusive su negación. Es la dinámica de la sociedad en la que nos ha tocado vivir.
A juicio del sociólogo venezolano Gendrik Moreno, “la cuestión del lazo social puede definirse, en Lyotard, como un juego del lenguaje, puesto que el sujeto no posee una condición estática y está en constante comunicación –a través del lenguaje– con los otros. El lazo social desde la posición Lyotardiana, es una cuestión meramente lingüística y comunicacional” (Gendrik Moreno, “Ensayo crítico sobre la noción de lazo social en la obra La condición postmoderna de Jean-François Lyotard”, Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad del Zulia, Revista de Ciencias Sociales. Vol. 13 n.2, Maracaibo, agosto de 2007).
Hoy bajo la condición postmoderna dicho lazo se ha diluido en el entramado social, “con la salvedad de que son los juegos del lenguaje en un sentido agonístico desde donde se puede reconstruirlo y otorgarle sentido” (ensayo citado).
El coro de brujos académicos
A modo de corolario, concluyamos en que muchos brujos andan sueltos por las tierras de América Latina elaborando hipótesis, haciendo análisis y corrompiendo el destino común con sus pronósticos, tantos que al simple ciudadano le cuesta mirar el horizonte y emprender con serenidad el camino del futuro. Proclamar a coro, por ejemplo, que el neoliberalismo nació y morirá en Chile es una afirmación temeraria que huele a consigna, a arrogancia estéril, a deseo insatisfecho, a engaño inducido, a ficción anticipada.
Me parece pues, que ha llegado el momento de denunciar a estos profetas y corifeos profesionales que han convertido a ‘la academia’ –parapetada tras los muros de instituciones de estudios superiores– en núcleo central de un poder que actúa como máquina trituradora e ideológica-político-conspirativa en la programación perversa de las decisiones de la persona, de la sociedad, del sistema y del Estado.
COMENTARIOS