Rocío Valverde

Música y nootrópicos

¿Pueden las drogas dar lo que la naturalez nos negó?

Música y nootrópicos
Rocío Valverde
10 de noviembre del 2019


Considero que una de mis grandes espinas es nunca haber aprendido a tocar un instrumento. No tomo en cuenta los años que pasé tocando la lira con la banda escolar, porque únicamente memoricé qué teclas se debían golpear con la baqueta cada vez que el pie izquierdo pisaba fuertemente el suelo. "¡Mantén el ritmo! ¡do, fa, do, do, fa, do, fa, la, do, re, re, re, re, do, si, la",  me gritaban en un lenguaje desconocido.

Los instrumentos de viento nunca fueron una opción para mis dañados pulmones, acostumbrados a pillar al menos una infección cada invierno limeño. Se me escapaba la vida intentando mover una lengüeta del rondín sin suerte o sonido alguno. Deposité mi fe en los instrumentos de cuerda, le había echado el ojo a la guitarra de mi hermano. Una mañana, aunque no recuerdo qué lo motivó, él quiso enseñarme a tocar la guitarra, pero consumí rápidamente su paciencia al no ser siquiera capaz de posicionar los dedos en las cuerdas. Aquello parecía una escena salida de El chavo del ocho: era mover un dedo y se me descolocaban los otros nueve.

Pensé entonces que quizás la batería se me daría mejor, pero mi sentido de coordinación era nulo. Nunca fui capaz de escuchar un sonido y replicarlo. A pesar de la incansable resiliencia del profesor de música, mis orejas simplemente no lograban descifrar cuál era la diferencia entre un re y un la. Una monjita joven del colegio le explicó a esa entonces católica niña que Dios había repartido distintos dones a todos sus hijos, y el mío quizás podía ser la pintura.

Este año ha sido musicalmente maravilloso. Las horas de música escuchadas en Spotify por fin logran justificar el seguir pagando una cuenta premium. He adquirido muchos de los LP que anhelé tener durante mi época de estudiante y en este año he podido asistir a los conciertos de mis bandas predilectas, que convenientemente han sacado música nueva al mismo tiempo. Inspirada por tanto talento y bajo un estado de locura temporal, causada por la gripe, tuve una revelación: no había probado el piano. Quizás ese era mi instrumento.

Creo que olvidé en medio de la fiebre que tengo salchichas de cocktail por dedos y cero coordinación. Llena de optimismo comencé a hacer planes imaginarios mientras me embadurnaba en Vick Vaporub y me convertía en un paracetamol con pulso. ¿Qué podía hacer para aprender a tocar un instrumento? En la búsqueda de mi escondido talento musical me topé con la industria de los nootrópicos la cual ya mueve billones de doláres en el mundo. Existe una droga llamada Dihexa que es un neuropéptido capaz de atravesar la barrera hematoencefálica. Esta droga se usa principalmente para reparar el daño causado en la sinapsis de las neuronas de pacientes con Alzheimer y Parkinson. Esta droga también promete ayudar a gente como yo que busca desesperadamente aprender a tocar algo, aunque sea el charango.

En los últimos siete años se han puesto de moda este tipo de drogas inteligentes. Parece que atrás han quedado los días en los que los estudiantes le hacían trampa al sistema tomando o esnifando Adderall y Ritalin. El uso de las llamadas ayudas neuronales eran un tema tabú, rodeado de vergüenza y miedo. Recuerdo escuchar aquella historia, probablemente ficticia, sobre un estudiante de derecho que se equivocó de dosis y escribió de manera automática toda la información almacenada en su mente. Grande fue la sorpresa del profesor al ver que el alumno había escrito por ambas caras de la hoja al menos un par de veces.

Las actitudes han cambiado y estas drogas neuronales ahora corren libremente y son consumidas por empresarios y estudiantes que se jactan de haber "hackeado" sus cuerpos optimizando su performance. "Estoy haciendo doble titulación y aprendiendo otra idioma. Necesito toda la ayuda que me sea posible obtener" dice una estudiante en Twitter, mientras que más de 200,000 personas discuten sobre nootrópicos en Reddit. Me sigue sorprendiendo la forma tan abierta en la que se pregunta si vale la pena comprar un nootrópico u otro, qué dosis y regímenes seguir.

La cultura cada vez se vuelve más "Do it yourself". Lo hemos visto ocurrir con CRISPR y el biohacking. La ciencia está publicada en la red al alcance de todo el público. Ahora es el turno del neurohacking, ¿Es ético usar drogas que aumenten nuestra capacidad cognitiva? Yo he vuelto a recuperar la cordura y el olfato. Por el momento me quedaré tocando la “guitarra aérea”.

Rocío Valverde
10 de noviembre del 2019

NOTICIAS RELACIONADAS >

El zumbido

Columnas

El zumbido

¿Es un avión?, ¿un enjambre de abejas, ¿un...

03 de febrero
Otro coronavirus llega desde Asia

Columnas

Otro coronavirus llega desde Asia

El año 2019 culminó con la noticia de una misteriosa enf...

27 de enero
Veganuary

Columnas

Veganuary

Los noticieros de estas semanas, las primeras del año 2020, me ...

12 de enero

COMENTARIOS